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29.9.06

CLASES DE CULTO

La Iglesia católica distingue claramente tres clases de cultos: el de LATRÍA o de adoración, el de DULÍA o de veneración, y el de HIPERDULÍA (veneración llevada al extremo).

El culto de latría (adoración) es exclusivo de Dios. Sólo Dios puede ser adorado y sólo Cristo, Dios hecho hombre, es el Salvador. El mismo Cristo nos lo dijo: "Adorarás al Señor tu Dios y sólo a El darás culto" .

El culto de latría al Santísimo Sacramento tiene un hito importante al instituirse la fiesta del Corpus Christi por Urbano IV, habiendo la Iglesia previamente impuesto la obligación, por decisión del IV Concilio de Letrán en 1215 de confesar y comulgar al menos una vez al año, en tiempo Pascual. Ya en el año 1508, al crearse por Doña Teresa Enríquez de Alvarado (llamada por Julio II la loca del Sacramento) la primera hermandad sacramental en el templo romano de san Lorenzo in Dámaso para dar culto al Santísimo y llevar el Viático a los enfermos y moribundos se extendió rápidamente este tipo de Hermandades, y el culto al Santísimo se generalizó, muy especialmente en nuestra ciudad, donde hay algunas Hermandades Sacramentales fundadas por Doña Teresa, como la de San Vicente.

En rigor, se puede afirmar que esta piadosa dama es la fundadora de todas las Sacramentales, ya que el Papa Julio II le concedió por Bula el privilegio de fundar estas Hermandades por toda la Cristiandad. En su memoria, las Hermandades Sacramentales de Sevilla le dedicaron una placa colocada en la fachada lateral de la iglesia de san Vicente, en el año 1987.

El culto de dulía (veneración) es el propio debido a los santos, personas que por su probada heroicidad en el ejercicio de las virtudes cristianas la Iglesia nos los pone como ejemplo a seguir subiéndolos a los altares. Al patriarca bendito san José se le considera el primero de los santos, dedicándosele un culto de protodulía. San José es proclamado patrono universal de la Iglesia por Pío IX en 1870. Sin duda que en los orígenes del culto a los santos está la influencia profunda y ejemplar de los mártires. De ellos celebramos su dies natalis, o sea, el día en que nacen para la eternidad, día de su martirio.

Muy pronto (desde el S. IV), el catálogo de los mártires se va incrementando y sus aniversarios se van celebrando para recordarles y celebrar la Eucaristía. A partir del S. V se componen los primeros martirologios, que son unas relaciones de los santos. El primero conocido es el llamado jeronimiano, posterior al año 431. Las reliquias de los santos empiezan a ser veneradas y se construyen templos en los lugares donde sufrieron martirio así como se instaura la costumbre de colocar sus reliquias debajo del altar. Más adelante se suman los confesores, las vírgenes, los monjes y las personas que el pueblo, por aclamación, consideran santos. No es hasta el año 993 en que es canonizado el primer santo por el papa Juan XV (se trata de san Ulrico, Obispo de Augsburgo) iniciándose desde entonces una centralización vaticana en este asunto que culmina cuando Sixto V crea en 1588 la Congregación de Ritos.

Pablo VI dividió la Congregación de Ritos en dos: la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Sagrada Constitución para la causa de los Santos, que tiene a su cargo actualmente los expedientes para las beatificaciones y canonizaciones. No obstante, también hoy en día el pueblo sigue dando aureola de santidad a personas a las que considera santas, como puede tratarse del papa Juan XXIII, de fray Leopoldo de Alpandeire o de la madre Teresa de Calcuta adelantándose así a los procesos canónicos.

Las celebraciones de santos que la Iglesia considera como muy importantes son la de san José, ya citada, la del Bautista, la de Todos los Santos (solemnidad al igual que la anterior) y la de los Apóstoles Pedro y Pablo, por ser la base del fundamento apostólico de nuestra fe. La celebración de san José Obrero ha quedado como memoria libre para las asociaciones cristianas de trabajadores.

Hoy en día, y aunque "la teología progresista sea reticente a la veneración de los santos porque distrae la adoración a Dios" (Carlos Ros: Santos del Pueblo) vivimos en una época de cierto ascenso en el culto a los santos, que tuvo su cenit en la Edad Media, sin lugar a dudas. El Vaticano II determinó, en lo referente al culto a los santos, lo siguiente: “ Para que las fiestas de los santos no prevalezcan sobre las fiestas que conmemoran los misterios propios de la salvación, debe dejarse la celebración de muchas de éstas a las Iglesias particulares, naciones o familias religiosas, extendiéndose a toda la Iglesia sólo aquellas que recuerdan a santos de importancia realmente universal”(SC.111). Para seleccionar a estos santos de importancia universal se han tenido en cuenta a los Doctores de la Iglesia, a Pontífices romanos, Mártires romanos y no romanos y a santos no mártires.

El Martirologio Romano es donde se hallan catalogados todos los santos que la Iglesia reconoce. El nuevo Calendario universal de la Iglesia ha quedado reducido a 158 santos, de los cuales 63 tienen memoria obligatoria y 95 memoria libre. Cierto es que, antes de la reforma litúrgica, el número de fiestas de los santos era excesiva y distraía en cierto modo a los fieles de la celebración del misterio pascual. Hay que aclarar que lo anterior no quiere decir que sólo existan ese números de santos ni mucho menos pero sí que el Calendario Universal sólo recoge aquellos santos de importancia universal dejando el resto a las iglesias particulares.

El culto de hiperdulía es exclusivo de la Virgen María y nace como una necesidad de poner el culto a la Santísima Virgen en un lugar privilegiado, por encima del debido a los santos y al límite de la adoración, pero sin llegar a la latría. Como ya vimos, el Concilio de Éfeso marca una línea clave en el antes y el después en el desarrollo del culto mariano.

Fue el Pontífice Pablo VI quien, en la Marialis Cultus ha reformado las fiestas dedicadas a la Virgen pasando a considerar como fiestas del Señor tanto la Anunciación como la Presentación (Candelaria), mudando en cambio la fiesta de la Circuncisión del Señor en la de la Maternidad divina de María y suprimiendo algunas memorias menores o devocionales.

Esta reforma de Pablo VI (que fue tachada de "antimariana" por sectores conservadores) y el enriquecimiento que supone la nueva colección de las Misas de Santa María Virgen (Decreto de 15 de agosto de 1986) con su correspondiente leccionario de 1987 que contiene hasta 46 formularios de misas podemos considerarlo como la aportación de un Papa mariano por excelencia como fue Juan Pablo II, que deja el culto a la Virgen en la actualidad perfectamente establecido y en su justo lugar.

EL CULTO A LA VIRGEN II

Las Solemnidades de la Virgen.

Las solemnidades de la Virgen son tres. La primera de ella cronológicamente hablando se produce a raíz de la proclamación del dogma de la maternidad divina de María en el Concilio de Éfeso del año 431 siendo a partir de entonces cuando el culto a la Virgen se desarrolla de manera clara. Cronológicamente aparece después el dogma de la Inmaculada Concepción de María en el S XIX y a mediados del S. XX se proclama el dogma de la Asunción de la Virgen María a los cielos en cuerpo y alma.

La solemnidad de María, Madre de Dios (antes fiesta de la Circuncisión), es dogma de fe desde que el Concilio de Éfeso en 431 así lo proclamara. Esta fiesta está destinada a "celebrar la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la santa Madre de Dios, por la que merecimos recibir al autor de la vida" (MC 5). Ese día se celebra también la "Jornada mundial por la Paz", instituida por Pablo VI. La solemnidad de María, Madre de Dios se celebra el 1 de enero. Ocho días después del nacimiento de un niño los judíos practicaban el rito de la Circuncisión, signo visible de la pertenencia al pueblo escogido y de la Alianza con Yahvé, fiesta que la Iglesia recordaba en la octava de Navidad, primer día del año conjuntamente con la solemnidad de la Maternidad de María como Madre de Dios. Fue el Concilio de Éfeso el que proclama a María no sólo como Madre de Cristo sino como Madre de Dios gracias entre otros a san Cirilo que defendió el dogma en contra de la opinión de Nestorio. Así, María no es solo Madre de Cristo sino Theotokos, en latín Dei Genitrix, o sea, Madre de Dios. Este título de la Virgen como Madre de Dios fue el primero que la Iglesia reconoció, siendo el último otro que también hace referencia a su aspecto de Madre, el de Madre de la Iglesia, que comentamos más adelante.

Otra Solemnidad de la Virgen es la Inmaculada Concepción (creencia piadosa defendida expresamente en Sevilla desde el S. XVI y declarado dogma por Pío IX el 8 de diciembre de 1854 por la Bula Ineffabilis Deus) esta íntimamente ligada a la historia de muchas Hermandades. El papa Sixto IV introduce esta fiesta en el calendario romano en 1476. En el Misal de san Pío V figuraba sólo como memoria y no será hasta Pío IX en 1854 cuando se proclame como Dogma.

La Pureza de María era especialmente defendida por los franciscanos, siguiendo las enseñanzas de Duns Scotto, y era combatida por los dominicos que seguían la enseñanza de Santo Tomás en el sentido de que sólo Cristo había estado libre del pecado original y que la Virgen fue purificada en el momento de su Concepción. Si Cristo redimió a todos los hombres (redención universal) también redimió a María y si Ella no tuvo pecado original entonces ¿cómo pudo ser redimida? Este razonamiento tomista implicaba que para que la redención fuese universal debía abarcar a toda la Humanidad incluyendo a la Virgen y para que Ella fuera redimida debía haber tenido al menos el llamado “pecado original” que todos los humanos por el hecho se serlo traemos al mundo.

El dogma hay que entenderlo como un privilegio especial concedido a su Madre, ya que la Virgen tuvo una "redención profiláctica": Cristo impidió que tuviese pecado pero ese hecho la Virgen se lo debe a Él luego Ella fue también redimida, aunque de otra forma que el resto de los mortales (como el médico que cura al enfermo o impide, a través de medidas preventivas, que alguien contraiga la enfermedad: en ambos casos el médico es quien cura).

En Sevilla hubo grandes controversias sobre el tema llegando a tomar esta idea proporciones de manifestaciones populares cuando en el sevillano convento de Regina, hoy desaparecido y que fue de frailes dominicos, un ocho de septiembre del año 1613 en la fiesta de la Natividad de la Virgen, un fraile profeso de ese convento se atrevió a afirmar públicamente que la Virgen María no había sido concebida sin pecado original sino que "había sido concebida como ustedes y como yo y como Martín Lutero" y que fue santificada después de nacer contra la opinión extendida en la ciudad a favor de la defensa de la Inmaculada Concepción de María. Este sermón fue al parecer la chispa de un movimiento inmaculadista sin precedentes en la ciudad, que originó innumerables votos, procesiones y funciones a su favor. Incluso se escribieron unas letrillas que pronto se hicieron populares y que decían así:

"Aunque se empeñe Molina
y los frailes de Regina
al prior y al provincial,
y al padre de los anteojos
(tenga sacados los ojos)
y él colgado de un peral)
María fue concebida
Sin pecado original"

La llamada "pía opinión" (defensora de la idea de que la Virgen había sido concebida sin pecado original) era claramente defendida por los franciscanos (Duns Scoto), en unos debates que nacen en el S. XII y en Sevilla era opinión mayoritaria como demuestra el hecho de que el Cabildo de la catedral celebrara la fiesta de la Inmaculada desde 1369. Scoto razonaba de la siguiente manera: dado que las Escrituras no aclaran si la Virgen fue o no concebida sin pecado original y que las opiniones sobre este tema pueden ser tres, él defendía la más favorable a la Virgen. Las tres opiniones se resumen en que o bien la Virgen fue concebida sin pecado original (pía opinión), o bien fue concebida con pecado original y purificada nada más nacer (opinión tomista) o en tercer lugar que fue concebida con pecado original y fue purificada posteriormente.

En 1615 el movimiento inmaculadista en Sevilla llegó a tomar tintes casi de revuelta popular (la llamada por Kendrik "the Marian war") acudiendo una embajada a Roma encabezada por Mateo Vázquez de Leca y Bernardo del Toro para influir en el Papa al objeto de conseguir la proclamación del dogma, cosa que no lograron de Paulo V pero si al menos que no se defendiera en publico la opinión contraria mediante la renovación que hizo el Papa de la Constitución de Sixto IV sobre la Concepción Inmaculada. Esto sucedió el 8 de diciembre de 1616. La posterior Bula de Clemente XIII de 14 de marzo de 1767 por la cual se declaraba a la Inmaculada Patrona principal y Universal de España y las Indias supuso un gran avance en la proclamación del dogma, ya en el S. XIX.

La Asunción de la Virgen (15 de agosto) fue declarada dogma de fe el 1 de noviembre de 1950 por Pío XII, con estas palabras: "Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial" (Constitución Apostólica Munificentissimus Deus). El sentido de esta fiesta es que "María asunta al cielo personifica el estado de gloria que tiene todos los que, como Ella, murieron en Cristo".

La MC dice al respecto: "En la solemnidad del 15 de agosto celebramos la gloriosa Asunción de María al cielo: fiesta en la que recordamos su destino de plenitud y bienaventuranza, la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, su perfecta configuración con Cristo resucitado. Fiesta que propone a la Iglesia y a la Humanidad la imagen y la consoladora garantía del cumplimiento de la esperanza final. Pues dicha glorificación plena es el gozoso destino de todos aquellos a quines Cristo ha hecho hermanos, teniendo en común con ellos la carne y la sangre" (MC 6).

Esta creencia ya se venía aceptando desde el S. VI, muy relacionada con la fiesta de la Dormición celebrada desde muy antiguo en las iglesias orientales. Desde el S. VI se celebraba una fiesta en Jerusalén que pasa a Occidente con el nombre de la Dormición de Santa María.
MC: Marialis cultus

26.9.06

EL CULTO A LA VIRGEN I

La presencia actual de María en la liturgia católica ha quedado claramente definida fundamentalmente por dos documentos: por un lado por la Constitución promulgada por el Vaticano II sobre la Iglesia denominada “Lumen Gentium” fechada el 21 de noviembre de 1964 que dedica su capítulo VIII a la Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el Misterio de Cristo y de la Iglesia y por otro lado la Exhortación Apostólica "Marialis Cultus" para la recta ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen, dada por el papa Pablo VI en Roma el 2 de febrero de 1974. El papa Juan Pablo II también ha contribuido a enriquecer el culto mariano con su Encíclica "Redemptoris Mater" de fecha 25 de marzo de 1987 y con las misas de la Virgen María que en número de 46 han completado esta presencia de María en la liturgia católica dejando el culto a la Virgen claramente establecido y en su justo lugar. Estas misas están especialmente dirigidas para la memoria sabatina y para los santuarios marianos de la Cristiandad.
La presencia del culto a la Virgen en la Iglesia católica se deja ver:
En el AÑO LITÚRGICO. La Virgen no tiene ni puede tener un ciclo propio dentro del año cristiano. La SC, documento para la reforma de la Sagrada Liturgia del Vaticano II nos dice en el apartado 103: "En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la BIENAVENTURADA MADRE DE DIOS, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y contempla, como en la más purísima imagen, lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser".
No obstante lo dicho hay un tiempo litúrgico en el cual la presencia de María es muy clara: en Adviento y Navidad. El Adviento es un tiempo especialmente mariano: se celebra la solemnidad de la Inmaculada el ocho de diciembre y ya en tiempos de Navidad la solemnidad de la María, Madre de Dios el uno de enero. La última semana del Adviento, en las ferias del diecisiete al veinticuatro de diciembre es toda una eclosión de María que se refleja en las lecturas y un momento especialmente apto para celebrar el culto a la Madre de Dios. La Cuaresma y el tiempo pascual tienen en la liturgia actual escaso color mariano. Sin embargo, en Semana Santa la presencia de la Virgen al pie de la cruz se hace patente (he ahí a tu hijo... he ahí a tu madre), así como en Pentecostés cuando los Apóstoles, presididos por la Virgen, reciben el Espíritu.
En CADA DÍA se la recuerda durante la misa en la Plegaria Eucarística, que es el centro de la celebración, en algunos de los numerosos prefacios marianos establecidos para las fiestas de la Virgen, en las intercesiones cuando la Iglesia hace memoria de los Santos y en el embolismo tras el Padre Nuestro (si se dice “Líbranos, Señor, de todos los males...y por la intercesión de la gloriosa siempre Virgen Maria...). También se la recuerda en el Credo cuando lo hay ("y nació de santa María Virgen") y en el acto penitencial (si se escoge la fórmula del Yo confieso en la frase "por eso ruego a santa María, siempre Virgen"). La Liturgia de las Horas también recuerda diariamente a la Madre de Dios, concluyendo el Oficio de Completas, último del día, siempre con una antífona mariana de las que existen cinco formularios: Salve Regina; Sub tuum praesidium (Bajo tu amparo nos acogemos); Alma Redemptoris Mater (Madre del Redentor) en Adviento y Navidad; Regina caeli, laetare, alleluia (Reina del cielo, alégrate) en tiempo pascual y Ave Regina caelorum (Salve, Reina de los Cielos) en Cuaresma, antífonas cuyos textos figuran al final del libro. Un lugar ciertamente privilegiado en esta liturgia de las Horas concluir cada día con el recuerdo a María.
En cada SEMANA en la memoria libre "antigua y discreta" de Santa María en Sábado, día en el cual se pueden decir una de las misas de santa María Virgen. Desde la Edad Media se ha considerado el sábado como día dedicado a la Virgen (en las liturgias orientales es el miércoles). El fundamento de tal elección hay que buscarlo en la tradición, que considera que el sábado, día en que Jesús permanece muerto, es el día en que la Fe y la Esperanza de la Iglesia estuvieron puestas en María como presidenta del Colegio Apostólico. Tiene este día sus propias misas votivas en número de siete.
Tradicionalmente el pueblo cristiano ha tenido en el mes de mayo un recuerdo especialmente ligado a la memoria de María, nacido de elementos de la piedad popular. Al coincidir con el tiempo pascual hay que saber conjugar la presencia de María con la Cristo, ya que María es en definitiva el fruto más espléndido de la Pascua que nos trae Jesús.
pero especialmente se la recuerda en sus celebraciones propias que son
* tres solemnidades (María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción)
* dos fiestas (Natividad y Visitación)
* ocho memorias (Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora del Rosario, santa María Virgen Reina y la Presentación de Nuestra Señora como memorias obligatorias y Nuestra Señora de Lourdes, el Inmaculado Corazón de María, Nuestra Señora del Carmen y Nuestra Señora de la Merced como memorias libres). Como creencias marianas la Iglesia ha proclamado cuatro dogmas que hacen referencia a María como siempre Virgen (antes, durante y después del parto), a María como Madre de Dios, a su Inmaculada Concepción y a su gloriosa Asunción a los cielos en cuerpo y alma.
A estas festividades habrá que sumarles las propias de cada nación, pueblo o comunidad religiosa. El color litúrgico propio de las fiestas marianas es el blanco y por especial privilegio de la Santa Sede, en España e Hispanoamérica puede usarse el azul en la Inmaculada y en la fiesta de la Medalla Milagrosa, así como la Orden franciscana.
En lo que respecta a los signos de reverencia que se tributan a la Virgen habría que decir que la incensación a las imágenes marianas consiste en dos golpes dobles de incensario. La inclinación de cabeza (reverencia simple) es lo más apropiado ante sus imágenes. Recordamos que la genuflexión está reservada a Jesús sacramentado y a la adoración de la Cruz el Viernes Santo. La Virgen no es persona divina por lo que los signos de adoración son exclusivos para Dios.
En cualquier caso es fundamental siempre tener en cuenta que el único culto que la Iglesia tributa a Dios es el culto cristiano queriéndose decir con esto que el culto a la Virgen y el debido a los Santos está siempre supeditado y en subordinación al culto que se tributa a Cristo que es su punto necesario e imprescindible de referencia. Sin el culto a Cristo lo demás no tiene sentido. Los cristianos adoramos a un solo Dios, un solo Señor y reconocemos un solo bautismo.

25.9.06

LAS VESTIDURAS SAGRADAS, LOS VASOS Y LOS COLORES LITÚRGICOS


Vamos en este breve artículo a analizar algunos de los elementos materiales que forman parte de la Sagrada Liturgia comenzando por las vestiduras. En la celebración litúrgica juegan un papel importante las Vestiduras Sagradas, que así es como hay que llamarlas y reservar el nombre de ornamentos para los elementos que adornan el altar y el presbiterio (SC 128).
El presidente y los demás ministros de la celebración son los únicos que se revisten de modo simbólico para su ministerio. En los primeros siglos del cristianismo no parece que los ministros se revistieran de modo especial, salvo las vestiduras romanas propias de los días festivos. Con el tiempo, al dejar de usarse estas vestiduras para el uso civil se mantuvieron para los actos de culto y de esas vestiduras derivan las actuales.
La vestidura litúrgica básica desde el presidente de la celebración a los acólitos es el alba (túnica blanca) que debe ir ceñida con cíngulo si no queda de por sí suficientemente ceñida al cuerpo, y con el complemento del amito si se precisa ya que su función es cubrir el cuello. Los presbíteros llevan sobre el alba la estola (tira de tela de uso común para todos los ministros ordenados) colgada al cuello con el color litúrgico que corresponda. Los diáconos la llevan cruzada del hombro izquierdo a la cintura. La casulla, que tiene su color litúrgico, es propia de los presbíteros y deriva del manto romano llamado "pénula". La debe llevar el que preside la celebración y en su evolución se ha pasado de las casullas en forma de guitarra, con abundante decoración y bordados a unas más prácticas y acordes a los tiempos actuales. Últimamente se está extendiendo una vestidura mixta que en una sola pieza podría definirse como alba-casulla.
Otras vestiduras sagradas son: la capa pluvial, el humeral (paño que se pone sobre los hombros para portar o dar la bendición con el Santísimo), tiara pontificia (triple corona usada por los papas y suprimida por Pablo VI), solideo (casquete que cubre la cabeza y se descubre ante el Santísimo y hoy exclusivo de los obispos), mitra (insignia del obispo con doble pico), dalmática (propia de los diáconos y que impropiamente usan los acólitos), el roquete o sobrepelliz (que consiste en una especie de alba que se pone siempre sobre la sotana en algunas celebraciones y cubre por encima de las rodillas), el palio episcopal que es una especie de estola de color blanca salpicada de cruces usado por los arzobispos a modo de escapulario, las vestiduras corales de los canónigos y algunas más.
En definitiva, las vestiduras sagradas tienen una función pedagógica: distinguen a las diversas categorías de ministros identificándolos, contribuyen al decoro y a la estética de la celebración y con los colores litúrgicos ayudan a entender el misterio que celebramos.
En cuanto a los vasos sagrados los más importantes son: el cáliz o copa donde se pone el vino eucarístico, el copón para guardar las hostias consagradas y la patena, bandejita sobre la cual se deposita la hostia consagrada. Otros que se pueden citar son: el ostensorio y las custodias, ambas para la Exposición y Adoración del Santísimo, las vinajeras con el agua y el vino, la píxide (cajita más pequeña que el copón donde se lleva la Eucaristía a los enfermos) y el ciborio (copa grande o copón con tapadera suelta). La normativa sobre estos objetos hace referencia a que sean de materiales nobles, irrompibles e incorruptibles y que el cáliz no sea de material poroso.
En lo referente a los colores litúrgicos que la Iglesia emplea para celebrar los actos litúrgicos diremos que actualmente son seis: el blanco, color de la verdad, para todo el tiempo pascual y navideño, para las fiestas del Señor (salvo excepciones), de la Virgen, de los santos y santas, confesores y vírgenes como partícipes de la Pascua de Cristo así como para el sacramento de la Unción; el rojo, color del martirio, para el Domingo de Ramos, Viernes Santo, Pentecostés, Exaltación de la Santa Cruz, fiestas del Espíritu Santo y fiestas de apóstoles y mártires pudiéndose usar también en el sacramento de la Confirmación; el verde, como esperanza de la venida del Señor se usa los domingos y ferias del tiempo ordinario; el morado, color penitencial, se usa en Adviento y en Cuaresma; el negro se podría emplear en misas de difuntos, aunque hoy está en desuso y su uso es facultativo. También el rosa es color litúrgico, significando alegría y pudiéndose usar el III domingo de Adviento y el IV de Cuaresma en los llamados domingos de Gaudete y Laetare respectivamente. Por especial privilegio de la Santa Sede, en España e Hispanoamérica puede usarse el azul en la Inmaculada y en la fiesta de la Medalla Milagrosa, así como la Orden franciscana. Con respecto al uso del color azul, nos cuenta Alejandro Guichot que el arzobispo don Jaime Palafox pleiteó entre otros asuntos de la liturgia hispalense para suprimirlo, con el color azul, del cual la Congregación de Ritos declaró que no era lícito en la Iglesia. Mas tarde, el papa Pío VII en 1819 otorgó privilegio especial a la Catedral sevillana para usarlo en la Octava, y la Congregación de Ritos amplió este privilegio en 1879 a todas las iglesias del Arzobispado y poco después a todas las iglesias que lo pidieran a Roma aunque no aparece en el Misal romano. También se pueden usar otros colores en grandes fiestas si el color supone una mayor solemnidad, como por ejemplo el dorado.
Con respecto a los colores de las vestiduras (sotana) de los clérigos el blanco es el color propio del Papa, el rojo de los cardenales, el morado para los obispos y el negro para los presbíteros. El clero regular tiene sus propios hábitos. El solideo, pieza de tela en forma de casquete que cubre la coronilla de algunas dignidades y que tiene el origen de su nombre (sólo ante Dios del latín soli Deo) ya que sólo se quita ante el Santísimo, en la Consagración y en la Adoración de la Cruz del Viernes Santo, tiene el mismo color que la sotana. Las estolas van a juego con el color litúrgico del día. Para administrar el sacramento de la reconciliación se debe usar estola morada (penitencial).
Terminamos con una breve referencia a los signos distintivos de los cardenales. El color suyo propio es el rojo como ya hemos dicho y signos distintivos son: el anillo como símbolo de fidelidad al Papa y el birrete rojo. El capelo, sombrero muy aparatoso con borlas rojas y las amplias capas hoy ya no se usan. El tratamiento que les corresponde es el de Eminencia Reverendísima.

JESÚS LUENGO MENA, LECTOR INSTITUIDO .





24.9.06

EL AÑO LITÚRGICO

El ritmo semanal con el domingo como día central es el primer eslabón de la cadena del Año litúrgico. Con el tiempo, un domingo destacó sobre los demás: fue el domingo de Pascua. En rigor, todos los domingos del año son domingos pascuales, pascua semanal. La Iglesia desde el S. V ha impuesto la obligación de santificar el día del Señor, día que comienza en las Vísperas, o sea, en la tarde anterior (sábado) siguiendo la costumbre judía de contar los días. También las solemnidades comienzan en la Víspera. Por este motivo la misa vespertina del sábado "vale" para cumplir el precepto dominical porque en rigor ya es domingo (CDC 1247-1248). El domingo pascual, núcleo del Año litúrgico, quedó fijado por el Concilio de Nicea reunido el año 325 que dispuso que la Pascua se celebrase el domingo posterior al primer plenilunio del equinoccio de primavera, o dicho de otra manera, el domingo que sigue a la primera luna llena que haya después del 22 de marzo. Por este motivo, la Pascua de Resurrección es fiesta variable, ya que depende de la luna y necesariamente deberá oscilar entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Los poetas y pregoneros muy acertadamente han aprovechado esta circunstancia para decir que la luna sale a ver a la Macarena o que la luna se asoma para ver al Gran Poder aunque es justamente lo contrario, salen cuando hay luna. Una vez fijado el domingo pascual de cada año se establecen los demás tiempos movibles y sus fiestas: el tiempo pascual (cincuenta días posteriores) y el tiempo cuaresmal (cuarenta días atrás) además de las solemnidades que dependen de la fecha de Pentecostés (Santísima Trinidad, Corpus Christi, Sagrado Corazón).
El Año Litúrgico puede decirse que se compone de tiempos “fuertes”(Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua) en los cuales se celebra un misterio concreto de la historia de la Salvación y otro tiempo llamado Tiempo Ordinario en el cual no se celebra ningún aspecto concreto sino más bien el mismo misterio de Cristo en su plenitud, especialmente en los domingos. Este Tiempo Ordinario transcurre partido y dura treinta y tres o treinta y cuatro semanas.
TIEMPO DE ADVIENTO. El año litúrgico comienza en las vísperas del primer domingo de Adviento, que es siempre el domingo más cercano al día 30 de noviembre, festividad de san Andrés. Dura cuatro semanas con sus respectivos domingos.
TIEMPO DE NAVIDAD. Abarca desde el veinticinco de diciembre hasta el domingo posterior a la Epifanía(6 de enero). Ese domingo celebramos el bautismo del Señor.
TIEMPO ORDINARIO, PRIMERA PARTE. Abarca desde el lunes posterior a la fiesta del Bautismo del Señor hasta el martes anterior al Miércoles de Ceniza.
TIEMPO DE CUARESMA. La Cuaresma, tiempo de preparación para la Pascua de Cristo, es un tiempo claramente penitencial. "Actualmente, el cómputo matemático hace de nuestra Cuaresma un período de cuarenta y cuatro días, incluidos el miércoles de Ceniza y el Jueves Santo" (Jesús Castellano). Incluye cuarenta días de penitencia, excluyendo los cinco domingos de Cuaresma y el de Ramos (el domingo siempre es día festivo) y añadiendo los días del Viernes y Sábado Santo, ya en pleno Triduo Pascual. En sentido estricto, la Cuaresma abarca desde el miércoles de Ceniza hasta la misa vespertina de la Cena del Señor del Jueves Santo (NUALC 29).
SEMANA SANTA. Es la semana que abarca desde el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor hasta la Vigilia Pascual del Sábado Santo. Incluye al Triduo Pascual, que comienza con la Misa vespertina en la Cena del Señor, del Jueves Santo y se prolonga Viernes, Sábado Santo y el domingo pascual. Triduo del Señor muerto, enterrado y resucitado. Es un error muy extendido hoy día seguir llamando Domingo de Pasión al domingo anterior al de Ramos (V de Cuaresma) cuando hoy día el domingo de Pasión es el mismo del de Ramos ya que se denomina Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.
TIEMPO PASCUAL. Abarca los cincuenta días posteriores a Pascua de Resurrección (cincuentena pascual), incluyendo el domingo pascual, y se distinguen tres períodos:
* Octava de Pascua, que son los ocho días posteriores y deben considerarse como un solo día festivo. Termina en las Vísperas del II Domingo de Pascua.
* Tiempo Pascual hasta la Ascensión
* Tiempo Pascual después de la Ascensión.
El domingo de Pentecostés, que se celebra a los cincuenta días de Pascua, es el colofón del ciclo pascual, no debe pues considerarse como una nueva Pascua.
TIEMPO ORDINARIO, SEGUNDA PARTE. Abarca desde el lunes posterior a Pentecostés hasta las Vísperas del primer domingo de Adviento. El domingo anterior al primero de Adviento, último del Año litúrgco, celebramos la solemnidad de Cristo Rey.
Los días que no son domingos de cualquier tiempo se llaman ferias. Según la costumbre latina, el lunes recibe el nombre de "feria segunda" y así sucesivamente hasta la feria sexta (viernes). Recuérdese el nombre tan clásico y venerable de "feria V in Coena Domini" al Jueves Santo y el de "feria VI in Passione Domini" al Viernes Santo. El sábado tiene su nombre propio heredado de los judíos (Sabbat que significa descanso). El dies domínica, (kyriaké emera) es el domingo, el día del Señor. Ese día fue el de la resurrección de Cristo. Así nos lo cuentan los evangelistas (Mateo 28.1-7; Marcos 16. 1-8; Lucas 24.1-12; Juan 20. 1-10). Es también ese día el elegido por Jesús Resucitado para aparecerse a sus discípulos en el camino de Emaús y en el Cenáculo. También al domingo se la ha llamado el “octavo día” por los Padres de la Iglesia, haciendo referencia al tiempo nuevo que abre la resurrección y en otro sentido se le ha llamado el “tercer día” si se mira desde la perspectiva de la Cruz. De los simbolismos expuestos considerarlo como primer día de la semana será el más importante.

Terminamos con las palabras que la Constitución Litúrgica del Vaticano II (S.C.) nos dice sobre el año litúrgico:
"La Santa Madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo en días determinados a través del año la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana en el día que llaman del Señor, conmemora su resurrección, que una vez al año celebra, junto con su santa pasión, en la solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor. Conmemorando así los misterios de la redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación.

En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo... Además, la Iglesia introdujo en el círculo anual el recuerdo de los mártires y de los demás santos que, llegado a la perfección por la multiforme gracia de Dios, y habiendo ya alcanzado la salvación eterna, cantan la perfecta alabanza de Dios en el cielo e interceden por nosotros" (Sacrosanctum Concilium 102, 103, 104).

JESÚS LUENGO MENA, LECTOR INSTITUIDO

Siglas empleadas:
CDC: Código de Derecho Canónico
NUALC: Normas Universales para el Año Litúrgico.
SC.: Sacrosanctum Concilium

























EL ESPÍRITU DE LA LITURGIA

En primer lugar tendría que decir que, si importante es hacer las cosas bien más importante es saber el sentido que tiene, vivirlas. Toda la Liturgia está llena de símbolos y gestos que pretenden acercarnos al contenido, que significan algo y que no se hacen por capricho. Lejos de mi intención pensar que la Liturgia es una serie de actos y ceremonias como algunas personas podrían pensar. En la acción litúrgica no estamos ante una representación o función teatral donde el incienso equivaldría a los llamados “efectos especiales”. La Liturgia es ante todo el ejercicio del sacerdocio de Cristo y mediante los actos litúrgicos Cristo se hace de nuevo presente entre nosotros. No cabe duda de que la liturgia actual, fruto de una evolución histórica, recoge elementos que nos ponen en comunión con generaciones pasadas de cristianos.
Pero si los actos litúrgicos no son un teatro es porque encierran una pedagogía, mejor llamada una mistagogía que no se debe despreciar o infravalorar. Me apena comprobar como existe una amplia corriente dentro del clero que demuestra escaso aprecio a la Liturgia y que con el pretexto de “lo pastoral” desaprovechan las riquísimas oportunidades que ofrece la Liturgia para catequizar. Es más, yo afirmaría que no hay mejor pastoral que una Liturgia bien hecha, rica y participativa tal como el Vaticano II en la Sacrosanctum Concilium dispone. En definitiva, la liturgia de la cual forma parte el culto no es más que la historia de los acontecimientos salvíficos y el ejercicio del sacerdocio de Cristo. En ningún caso debe considerarse la liturgia ni como la parte externa y sensible del culto divino ni como un conjunto de leyes y preceptos que reglamentan los ritos sagrados. El escaso aprecio que a veces se detecta en algunos sectores del clero y de los fieles por la Sagrada Liturgia entiendo que se debe a la falta de asimilación de lo que en realidad significa la acción litúrgica, queriendo, con excusas de tipo pastorales u otras más peregrinas referidas a la libertad y creatividad, escamotear a los fieles el derecho que tenemos a que se respeten sus signos y sus significados universales.

La liturgia, que emplea un lenguaje simbólico, se vale de fórmulas litúrgicas (lecturas bíblicas, salmos, letanías, cánticos, doxologías, himnos, colectas, etc), de materias litúrgicas (pan, vino, agua, sal aceite, ceniza, fuego, cera, ramos de flores, incienso) y de actitudes y gestos (postraciones, genuflexiones, imposición de manos, señal de la cruz, elevación de manos, etc). Todos estos elementos tienen detrás un significado profundo, nada se hace por capricho.

Una adecuada formación al cuerpo de acólitos implica conocimientos básicos de Liturgia. Es fácil encontrar a hermanos de nuestras cofradías e incluso acólitos que no tienen muy clara las partes de la Misa como detecto en las charlas que imparto. Probemos a hablar de la oración colecta, plegaria eucarística u otra oración y veremos que hay muchas dificultades para situarlas dentro de la Misa. Ritos iniciales, Liturgia de la Palabra, Liturgia eucarística y ritos finales de despedida son partes que se deben conocer con exactitud. Después vendría explicar el significado de lo que se hace y por qué.
El incienso, resina de olor agradable, expresa respeto y reverencia hacía un símbolo y es asimismo ofrenda de los creyentes para con Dios. Durante la Misa las incensaciones se dirigen a los símbolos sacramentales de la presencia del Señor: altar, cruz, evangelio, presidente, asamblea (pueblo de Dios), al Pan y al Vino consagrados.
La luz que producen las velas de los ciriales son signos de respeto, como expresión de veneración o de celebración festiva nos dice el Misal. Las tinieblas son signos de error, de esclavitud.
La inclinación indica reverencia y honor a las personas o a lo que representan y puede ser de dos tipos: inclinación de cabeza e inclinación de cuerpo o profunda que se hace desde la cintura. La inclinación de cabeza se le hace al nombre de Jesucristo, de la Virgen y del santo en cuyo honor se celebra la Misa. Se debe hacer reverencia profunda en el Credo o Símbolo al iniciarse las palabras “ Y por obra del Espíritu Santo...” arrodillándonos si es la Solemnidad de Navidad o la fiesta de la Anunciación del Señor. Asimismo la bendición presidencial que concluye la Misa se debe recibir con inclinación de cabeza.
La inclinación de cuerpo o reverencia profunda se le hace al altar cuando no está allí el Santísimo; también se debe hacer inclinación profunda cada vez que se sirva al obispo o se pase por delante de él; se hace antes y después de las incensaciones y en algunas otras ocasiones en que está dispuesto. Deben hacer inclinación profunda al altar que simboliza a Cristo y no al sacerdote, como equivocadamente se hace a veces, todas aquellas las personas que suban al presbiterio para realizar alguna función como por ejemplo los lectores o los que van a hacer las peticiones de la Oración Universal de los Fieles, que vulgarmente llamamos preces, tanto al llegar como al marcharse. Igualmente los acólitos cuando, una vez dejado los ciriales en el sitio adecuado, se retiran a sus sitios y asimismo cuando vayan de nuevo a por ellos. Aprovechamos para reiterar que los acólitos que portan algo en las manos (por ejemplo los ciriales) deben abstenerse de genuflexiones y reverencias.

La genuflexión se hace siempre con la rodilla derecha llevándola hasta el suelo y significa adoración. Por ser signo de adoración está reservada al Santísimo Sacramento y a la Santa Cruz en la liturgia del Viernes Santo. No se debe hacer genuflexión a imágenes y mucho menos si son de santos o marianas por mucha devoción que las tengamos.

En definitiva, que los actos externos deben responder al sentimiento interno. Termino con una cita de nuestro actual papa, Benedicto XVI: “La verdadera formación litúrgica no puede consistir en el aprendizaje y ensayo de las actividades exteriores, sino en el acercamiento a la actio esencial, que constituye la liturgia, en el acercamiento al poder transformador de Dios que, a través del acontecimiento litúrgico, quiere transformarnos a nosotros mismos y al mundo. Claro que, en este sentido, la formación litúrgica actual de los sacerdotes y de los laicos tiene un déficit que causa tristeza. Queda mucho por hacer”.
JESÚS LUENGO MENA, LECTOR INSTITUIDO

BIBLIOGRAFÍA:
ALDAZABAL, José, Gestos y Símbolos, Centre de Pastoral Litúrgica, Dossier CPL nº 40, Barcelona, 1997.
LUENGO MENA, Jesús, Los cultos en las Cofradías de Sevilla. Manuel de Liturgia para cofrades, Marsay Ediciones, Sevilla, 2001.
RATZINGER, Joseph, El espíritu de la Liturgia. Una introducción, Ediciones Cristiandad, 2001.