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15.5.07

REGINA CAELI

En tiempo pascual en lugar del Ángelus se dice el Regina Caeli.
Esta oración es así:
Reina del cielo, alégrate, aleluya.
Porque el Señor, a quien has merecido llevar,
aleluya,
ha resucitado según su palabra, aleluya.
Ruega al Señor por nosotros, aleluya.
Alégrate, Virgen María, aleluya,
porque ha resucitado el Señor, aleluya.

OREMOS:
Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
has llenado el mundo de alegría: concédenos, por intercesión de su Madre,
la Virgen Maria, que nosotros lleguemos también
a alcanzar los gozos eternos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

REGÍNA CAELI (Latín)
Regina caeli,
Laetáre, allelúia:
Quia quem meruísti
Portáre, allelúia:
Resurréxit
Sicut dixit, allelúia:
Ora pro nobis Deum, allelúia.

LA ICONOGRAFÍA MARIANA EN SU VERTIENTE DOLOROSA


La iconografía de la Virgen admite algunas variantes aunque es menos rica que las escenas cristíferas pasionarias. Se puede reducir a estos modelos: Amargura, Dolorosa, Quinta Angustia, Piedad, Virgen Afligida y Soledad
La Amargura es una composición en la que iconográficamente debe aparece con san Juan en el paso, escenificando su caminar por la Vía Dolorosa al encuentro de su Hijo que el discípulo predilecto le señala con el dedo. Representa el momento en que la Virgen, acompañada de san Juan y ajena aún a la condena de su Hijo escucha en la llamada Sacra Conversación la noticia que le comunica el apóstol sobre la situación de Jesús y ambos se dirigen a la calle de la Amargura para contemplar el paso de Jesús cargado con la cruz camino del Gólgota. La escena que se nos presenta no es evangélica y solamente Lucas narra el encuentro de Jesús con las mujeres de Jerusalén (Lc 23, 27-31) pero no con su Madre. “La fuente hay que buscarla en uno de los textos más influyentes en la conformación iconográfica de la Pasión: el Evangelio de Nicodemo. En su recensión B (una versión tardomedieval del original) se nos dice que Juan había seguido el cortejo de Jesús y los soldados para luego correr en busca de la Madre que nada sabía. Al oír ésta el relato quedó transida de dolor y acompañada del apóstol, María Magdalena, Marta y Salomé se dirigió a la calle de la Amargura.
Es la representación mariana más frecuente en nuestras hermandades y aunque acompañada por san Juan aparece hoy día solamente en seis pasos en siglos pasados fue mucho más frecuente, incluso con la compañía de la Magdalena. Para un mayor lucimiento de la imagen de la Virgen con el paso del tiempo se han ido retirando esas figuras.
La Dolorosa es una Virgen en el Calvario, presenciando el suplicio y muerte de su Hijo. En este modelo iconográfico la Virgen puede aparecer con más figuras y asimismo puede o no ir bajo palio. La Virgen lleva pañuelo para secar sus lágrimas y puñal en el pecho. Esta devoción a los dolores de la Virgen hunde sus raíces en la época medieval y fue especialmente propagado por la Orden servita, fundada en 1233. También hay varias imágenes con la advocación de Dolores o Mayor Dolor que procesionan bajo palio.
La Quinta Angustia representa el momento del descendimiento de la cruz para ser colocado el cuerpo del Hijo en el regazo de la madre.

A continuación aparecería la Piedad que es el momento en que la Virgen tiene a Cristo muerto en su regazo. La más universal es la que cinceló Miguel Ángel para el Vaticano.

La Virgen Afligida es la de la traslación al Sepulcro y por último la Soledad, sola al pie de la cruz.
No obstante lo anterior, se suelen denominar popularmente como “dolorosas” a prácticamente todas las imágenes marianas que procesionan en Semana Santa, lo hagan o no bajo palio.
No abordamos en este artículo otros modelos iconográficos marianos como la Letífica (en actitud alegre), Glicophiloussa (acariciando al Niño) o la Galactotrophoussa (amamantando al Niño) y otras más ya que son propias de imágenes de gloria.

Jesús Luengo Mena, Vicette de la Hdad de Jesús Despojado y Lector instituido

8.5.07

LAS MISAS DE DIFUNTOS

La OGMR trata en su apartados del 379 al 385 sobre la Misas de difuntos.
Dice así: “El sacrificio eucarístico de la Pascua de Cristo lo ofrece la Iglesia por los difuntos, a fin de que, por la comunión entre todos los miembros de Cristo, lo que a unos consigue ayuda espiritual, a otros les otorgue el consuelo de la esperanza”.

Entre las Misas de difuntos, la más importante es la Misa exequial que se puede celebrar todos los días, excepto las solemnidades de precepto, el Jueves Santo, el Triduo pascual y los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua. Debe hacerse una pequeña homilía, excluyendo los elogios fúnebres. Se entiende por Misa exequial (del latín ex-sequi, ex-sequia que significa seguir, acompañar) aquella en la que la comunidad cristiana acompaña a sus difuntos y los encomienda a la bondad de Dios. En sentido estricto sería aquella Misa en la que está presente el difunto recién fallecido o también la primera Misa ofrecida por él.
Si la Misa exequial está directamente unida con el rito de las exequias, una vez dicha la oración después de la sagrada Comunión, se omite todo el rito conclusivo y en su lugar se reza la última recomendación o despedida; este rito solamente se hace cuando está presente el cadáver. También la Misa del primer aniversario del fallecimiento tiene una especial consideración litúrgica.
Así pues, la Misa de difuntos, después de recibida la noticia de la muerte, o con ocasión de la sepultura definitiva o la del primer ani­versario, dice la OGMR que puede celebrarse en la octava de Navidad y en los días en que hay una memoria obligatoria o en una feria que no sea el miércoles de Ceniza o una feria de Semana Santa.
Las otras Misas de difuntos, o Misas «cotidianas», en las que solamente se hace mención del difunto en las oraciones se pueden cele­brar en las ferias del tiempo ordinario en que cae alguna memoria.
Estas Misas se celebran en “sufragio” de los difuntos. Sufragios son, en lenguaje litúrgico, los actos piadosos que se realizan para ayudar a los difuntos.

El Misal exhorta a los fieles, sobre todo a los familiares del difunto, a que participen en el sacrificio eucarístico ofrecido por él, también acercándose a la Comunión. También han de tenerse en cuenta al ordenar y seleccionar las partes de la Misa de difun­tos, sobre todo la Misa exequial, los motivos pastorales respecto al difunto, a su familia, a los presentes.
Finaliza lo dispuesto sobre las Misas de difuntos exhortando a los sacerdotes a que pongan especial cuidado con aquellas personas que asisten a las celebra­ciones litúrgicas y oyen el Evangelio, personas que pueden no ser católicas o que son católicos que nunca o casi nunca participan en la Eucaristía, o que incluso parecen haber perdido la fe. Se recuerda a los sacer­dotes que son ministros del Evangelio de Cristo para todos.
Jesús Luengo Mena, Lector instituido