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30.12.07

LA ORACIÓN UNIVERSAL O DE LOS FIELES

Se llama universal porque se suplica por las necesidades de todos los hombres. “En la oración universal u oración de los fieles, el pueblo, responde de alguna manera a la palabra de Dios acogida en la fe y ejerciendo su sacerdocio bautismal, ofrece a Dios sus peticiones por la salvación de todos. Conviene que esta oración se haga nor­malmente en las Misas a las que asiste el pueblo, de modo que se eleven súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren alguna necesidad y por todos los hombres y la salvación de todo el mundo” (OGMR 69).
Debe poder ser asumida por todo el pueblo cristiano y al menos cuatro de las peticiones deben ser:
* Por la Iglesia y sus necesidades
* Por los gobernantes
* Por los pobres y necesitados
* Por todos los presentes y la comunidad local
Este orden puede cambiarse en algunas celebraciones especiales.
Como su nombre indica, es oración universal por lo que lo apropiado es pedir en general por las necesidades del mundo. No debemos ser tacaños al pedir ni desperdiciar esa ocasión que la Liturgia nos concede a los laicos de manera que las peticiones que formulemos sean lo más amplias posibles y que abarquen a todo el mundo. Si se quiere pedir por una persona concreta (un enfermo de la comunidad por ejemplo) es mejor siempre ir de lo más general a lo particular. Así, se pide por todos los enfermos, por lo que sufren y en particular por nuestro hermano...

Siempre debe ser introducida y concluida por el presidente, desde la sede. La inicia, teniendo las manos juntas, con una breve monición invitando a orar y la concluye, separando las manos, con una oración (oración conclusiva). Puede ser leída del libro dedicado para ello o bien redactado por el equipo de liturgia, siempre supervisados por el sacerdote.
Debe leerse desde el ambón u otro lugar conveniente por un diácono si lo hay, o por un laico adecuado (cantor, lector instituido u otro). Es preferible, no obstante lo dicho, utilizar otro lugar y no desde el ambón, que se debe reservar para la Palabra de Dios. Quien haya leído las intenciones, al terminar, se vuelve al celebrante y después del Amen abandona el ambón. El momento de pronunciarla es después de la homilía y del credo, si lo hay.
Como todas las oraciones, se escucha y contesta, de pie. La respuesta a las preces en mejor cantarlas que recitarlas. Esta respuesta –Te lo pedimos, Señor u otra fórmula– es la verdadera oración de los fieles. También se puede rezar en silencio.
Con la oración de los fieles concluye la Liturgia de la Palabra y se da comienzo a la Liturgia Eucarística. En la liturgia de la Vigilia Pascual si se bautizan adultos (después de la homilía) se sustituye la oración de los fieles por la letanía de los santos.
Esta oración universal ha sido restaurada por el Vaticano II. Su nombre hace referencia al momento en el cual los catecúmenos abandonaban la asamblea y se iniciaba, con esta oración la misa de los fieles.
Jesús Luengo Mena








22.12.07

ORAR DE RODILLAS

Orar de rodillas es cosa bien distinta de la genuflexión. Es un gesto todavía más elocuente que la genuflexión o la inclinación de cabeza, que puede tener varias connotaciones: a veces es gesto de penitencia, de reconocimiento del propio pecado, otras veces es gesto de sumisión y dependencia o bien, sencillamente, puede ser una postura de oración concentrada e intensa.
Esta postura la encontramos muchas veces en la Biblia, cuando una persona o un grupo quieren hacer oración o expresan su súplica: "Pedro se puso de rodillas y oró", antes de resucitar a la mujer en Joppe (Act 9,40); "Pablo se puso de rodillas y oró con todos ellos", al despedirse de sus discípulos en Mileto (Act 20,26)... Como también fue la actitud de Cristo cuando, en su agonía del Huerto, "se apartó y puesto de rodillas oraba: Padre si quieres..." (Lc 22,41).
En los primeros siglos no parece que fuera usual entre los cristianos el orar de rodillas. Más aún, el Concilio de Nicea lo prohibió explícita­mente para los domingos y para todo el Tiempo Pascual, tiempo festivo. Más bien se reservó para los días penitenciales y como una costumbre que llegó hasta nuestros días en las Témporas, cuando se nos invitaba a ponernos de rodillas para la oración: "flectamus genua"...
Más tarde, a partir de los siglos XIII-XIV, la postura de rodillas se convirtió en la más usual para la oración, también dentro de la Eucaristía, subrayando el carácter de adoración.
Actualmente durante la Misa sólo se indica este gesto para los fieles durante el momento de la consagración, aunque normalmente se hace ya desde la epíclesis, expresando así la actitud de veneración. Antes de la actual reforma litúrgica se estaba de rodillas durante toda la Plegaria eucarística, así como durante la comunión o al recibir la bendición. También se debe recibir la absolución en el sacramento de la penitencia de rodillas.
Orar de rodillas sigue siendo la actitud más indicada para la oración per­sonal, sobre todo cuando se hace delante del Santísimo.
Como postura de oración, no es signo de adoración, también se puede orar de rodillas delante de las imágenes de la Virgen, de los santos o en cualquier lugar, ya que es una postura del orante para su personal recogimiento.
Jesús Luengo Mena

LA GENUFLEXIÓN

La genuflexión es signo de adoración y sumisión a Dios –hágase tu voluntad– y se considera como el acto supremo de reverencia de nuestro rito.
La genuflexión se hace siempre con la rodilla derecha llevándola hasta el suelo e inclinando la cabeza. Por ser signo de adoración está reservada al Santísimo Sacramento y a la Santa Cruz en la liturgia del Viernes Santo. También se debe hacer genuflexión cada vez que pasemos por delante del Santísimo Sacramento y a las reliquias de la Santa Cruz, expuestas para su veneración. No se debe, por lo tanto, hacer genuflexión ante imágenes y menos aún si son marianas o de santos. Otra cosa distinta es orar de rodillas.
Seguramente es un gesto heredado de la cultura romana, como signo de respeto ante las personas constituidas en autoridad. Y desde el si­glo XII-XIII se ha convertido en el más popular símbolo de nuestra ado­ración al Señor presente en la Eucaristía: es una muestra de la fe y del re­conocimiento de la Presencia Real. Es todo un discurso corporal ante el sagrario: Cristo es el Señor y ha querido hacerse presente en este sacra­mento admirable y por eso doblamos la rodilla ante Él.
Litúrgicamente el sacerdote que preside la Eucaristía hace tres genu­flexiones: después de la consagración del Pan, después de la del Vino, y antes de comulgar. Si el sagrario está en el presbiterio hace también genuflexión al llegar al altar y al final de la celebración, al igual que deben hacerla cualquier fiel que pase por delante del sagrario, incluido el lector que sube al ambón. Sin embargo no se hace genuflexión cuando una procesión pasa por delante de la capilla sacramental.
Hay otros momentos en que tiene expresividad esta postura: por ejemplo cuando se recita el "Incarnatus" del Credo en las fiestas de la Anunciación y Navidad; o cuando el Viernes Santo se va a adorar la Cruz. El gesto se ha convertido en uno de los más clásicos para expresar la adoración y el reconocimiento de la grandeza de Cristo, o también de humildad y penitencia.
La genuflexión doble –con las dos rodillas e inclinación de cabeza– se ha suprimido pero es loable mantener ese signo en algunas ocasiones, por ejemplo al entrar al templo donde se halle expuesto de manera solemne el Santísimo.
Jesús Luengo Mena

13.12.07

EL PORQUÉ DE ALGUNAS FECHAS DEL CALENDARIO LITÚRGICO

Ahora que estamos comenzando un nuevo Año litúrgico es un momento oportuno para conocer el motivo de las fechas litúrgicas más relevantes que la Iglesia celebra a lo largo del año, sin ánimo de agotar toda la casuística.
La primera fiesta del cristiano es el domingo, fiesta primordial de precepto, (CDC 1246) y fundamento y núcleo de todo el año litúrgico. El domingo es el día del Señor, Pascua semanal. La palabra domingo viene del latín «dominicus», «dominica dies», Día del Señor. “La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio cada ocho días, en el día que es llamado, con razón, día del Señor o domingo. En ese día los, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Por esto, el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo” (SC 106).
No hay pues ninguna fiesta más importante que el domingo y entre ellos el domingo pascual, eje del año litúrgico. Las fiestas que la Iglesia considera como muy importantes –las solemnidades– se igualan al domingo, no al revés.
Podemos distinguir, hablando del calendario, dos tipos de fiestas: unas variables, que se celebran dependiendo del domingo pascual y otras festividades fijas, como son las del ciclo de Navidad, las de la Virgen y las de los santos.
El domingo más importante del año es el Domingo de Resurrección. Su fecha se fija quedó fijada por el Concilio de Nicea reunido el año 325 que dispuso que la Pascua se celebrase el domingo posterior al primer plenilunio del equinoccio de primavera, o dicho de otra manera, el domingo que sigue a la primera luna llena –Parasceve– que haya después del 22 de marzo. Por este motivo, la Pascua de Resurrección es fiesta variable, ya que depende de la luna y necesariamente deberá oscilar entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Una vez fijado el domingo pascual de cada año se establecen los demás tiempos movibles y sus fiestas: el tiempo pascual (cincuenta días posteriores que culminan en el domingo de Pentecostés) y el tiempo cuaresmal (cuarenta días atrás comenzando el Miércoles de Ceniza). La Ascensión se celebraba a los cuarenta días de Pascua –hoy pasada al domingo posterior–. De la fecha del domingo de Pentecostés dependen las de la Santísima Trinidad –domingo siguiente de Pentecostés–el Corpus Christi a los diez días de Pentecostés –también trasladado al domingo posterior– y el Sagrado Corazón el viernes del II domingo posterior a Pentecostés. Así pues hoy día existen cuatro domingos consecutivos con fiestas importantes relacionadas con el ciclo de Resurrección: Ascensión, Pentecostés, Trinidad y Corpus, estas dos últimas ya en el llamado Tiempo Ordinario. Asimismo, en España se celebra el jueves posterior a Pentecostés la fiesta de Jesucristo como Sumo y Eterno Sacerdote, introducida para España en 1973.

Por el contrario, el tiempo de Adviento-Navidad tiene fechas fijas, salvo el primer domingo de Adviento, que será siempre el más cercano al treinta de noviembre. La Natividad del Señor se celebra el veinticinco de diciembre. Por lógica, nueve meses antes –el tiempo de una gestación normal– celebramos la fiesta de la Anunciación del Señor (o sea, el momento de su concepción). También se relaciona con la fecha de la Navidad la fiesta de la Presentación del Señor al Templo, la popular Candelaria, que celebramos a los cuarenta días del parto –el dos de febrero–. Era el rito de purificación de la mujer recién parida, que en la tradición hebrea quedaba impura durante la cuarentena, rito al que se unía la presentación de los hijos al templo.
También en las fiestas de Virgen hay dos que se relacionan en sus fechas con su nacimiento y concepción inmaculada. Si el ocho de diciembre celebramos la solemnidad de la Concepción Inmaculada de María es lógico que nueve meses después celebremos su Natividad, el ocho de septiembre. La solemnidad de María como Madre de Dios el uno de enero es como un eco mariano de la Navidad –culminando la octava–.
Las fiestas de los santos se suelen celebrar en el día de su muerte o martirio, su “dies natalis”. Caso excepcional es el de San Juan Bautista, que tiene un lugar privilegiado en la liturgia ya que la Iglesia celebra tanto su nacimiento –el veinticuatro de junio– como su muerte –veintinueve de agosto–. La fecha de la Natividad del Bautista está en relación directa con la de Jesús: justo seis meses antes. El Bautista mismo afirmó que era preciso que él empequeñeciera para que Jesús se agrandara. La Iglesia lo interpreta colocando la fecha del Bautista en el solsticio de verano, cuando sucede el día más largo del año pero a partir de ahí empieza a decrecer y la Navidad coincidiendo con el día más corto del año pero cuando los días empiezan a crecer. Cristo es la luz del mundo.
En definitiva, la Iglesia ha puesto muchas de sus fiestas aprovechando el simbolismo que el trascurso del año astronómico le proporciona y ha adaptado algunas tomadas del calendario festivo romano –como la Navidad–.
Jesús Luengo Mena

5.12.07

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA




El ocho de diciembre la Iglesia católica celebra con gozo la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Como creencia piadosa fue defendida expresamente en Sevilla desde el S. XVI y declarado dogma por Pío IX el 8 de diciembre de 1854 por la Bula Ineffabilis Deus. Previamente el papa Sixto IV introdujo esta fiesta en el calendario romano en 1476 y en el Misal de san Pío V ya figuraba sólo como memoria.
La concepción inmaculada de María era especialmente defendida por los franciscanos, siguiendo las enseñanzas de Duns Scotto, y era combatida por los dominicos que seguían la enseñanza de Santo Tomás en el sentido de que sólo Cristo había estado libre del pecado original y que la Virgen fue purificada en el momento de su concepción. Si Cristo redimió a todos los hombres (redención universal) también redimió a María y si Ella no tuvo pecado original entonces ¿cómo pudo ser redimida? Este razonamiento tomista implicaba que para que la redención fuese universal debía abarcar a toda la Humanidad incluyendo a la Virgen y para que Ella fuera redimida debía haber tenido al menos el llamado “pecado original” que todos los humanos por el hecho de serlos traemos al mundo.
El dogma hay que entenderlo como un privilegio especial concedido a su Madre, ya que la Virgen tuvo una "redención profiláctica": Cristo impidió que tuviese pecado pero ese hecho la Virgen se lo debe a Él, luego Ella fue también redimida, aunque de otra forma que el resto de los mortales (como el médico que cura al enfermo o impide preventivamente que alguien contraiga la enfermedad: en ambos casos el médico es quien cura).
En Sevilla hubo grandes controversias sobre el tema llegando a tomar esta idea proporciones de manifestaciones populares cuando en el sevillano convento de Regina, de frailes dominicos un ocho de septiembre del año 1613, fiesta de la Natividad de la Virgen, un fraile profeso de ese convento se atrevió a afirmar públicamente que la Virgen María no había sido concebida sin pecado original sino que "había sido concebida como ustedes y como yo y como Martín Lutero" y que fue santificada después de nacer contra la opinión extendida en la ciudad a favor de la defensa de la Inmaculada Concepción de María. Este sermón fue al parecer la chispa de un movimiento inmaculadista sin precedentes en la ciudad, que originó innumerables votos, procesiones y funciones a su favor. Incluso se escribieron unas letrillas que pronto se hicieron populares y que decían así:

"Aunque se empeñe Molina
y los frailes de Regina
al prior y al provincial,
y al padre de los anteojos
(tenga sacados los ojos)
y él colgado de un peral)
María fue concebida
Sin pecado original"

La llamada "pía opinión" (defensora de la idea de que la Virgen había sido concebida sin pecado original) era claramente defendida por los franciscanos (Duns Scoto), en unos debates que nacen en el S. XII y en Sevilla era opinión mayoritaria como demuestra el hecho de que el Cabildo de la catedral sevillana celebrara la fiesta de la Inmaculada desde 1369. Scoto razonaba de la siguiente manera: dado que las Escrituras no aclaran si la Virgen fue o no concebida sin pecado original y que las opiniones sobre este tema pueden ser tres, él defendía la más favorable a la Virgen. Las tres opiniones se resumen en que o bien la Virgen fue concebida por sus padres Joaquín y Ana sin pecado original (pía opinión), o bien fue concebida con pecado original y purificada nada más nacer o en tercer lugar que fue concebida con pecado original y fue purificada posteriormente.
En 1615 el movimiento inmaculadista en Sevilla llegó a tomar tintes casi de revuelta popular yendo una embajada a Roma encabezada por Mateo Vázquez de Leca y Bernardo del Toro para influir en el Papa al objeto de conseguir la proclamación del dogma, cosa que no lograron de Paulo V pero si al menos que no se defendiera en publico la opinión contraria mediante la renovación que hizo el Papa de la Constitución de Sixto IV sobre la Concepción Inmaculada. Esto sucedió el 8 de diciembre de 1616. La posterior Bula de Clemente XIII de 14 de marzo de 1767 por la cual se declaraba a la Inmaculada Patrona principal y Universal de España y las Indias supuso un gran avance en la proclamación del dogma, ya en el S. XIX. Esta solemnidad se celebra justo nueve meses antes de la fiesta que celebra el nacimiento de la Virgen, la Natividad de María el 8 de septiembre. La imagen titular de la Hermandad del Silencio, "madre y maestra” de las cofradías sevillanas , lleva esa bella advocación, al igual que la Hermandad del Divino Perdón, que advoca a su Titular como Purísima Concepción. Las cofradías sevillanas llevan todas en su estación de penitencia una bandera concepcionista, conocida popularmente como "simpecado" o "sinelabe" (primeras palabras del lema inmaculadista "sin pecado concebida" o del latín "sine labe concepta").
Litúrgicamente esta solemnidad tiene el privilegio de poder usar el color azul en España y Latonoamérica. En Sevilla esta solemnidad tiene una especial relevencia, celebrándose en la catedral la octava (los ocho días posteriores) con acto eucarístico y baile de niños seises, vestidos de azul.
Tiene su Misa propia del día.
Jesús Luengo Mena

3.12.07

PECULIARIDADES LITÚRGICAS DEL ADVIENTO


El domingo dos de diciembre –2007– comenzó el tiempo de Adviento, y por tanto un nuevo Año litúrgico.
Las normas litúrgicas universales dicen que el Adviento comienza con las primeras vísperas del primer domingo de Adviento, que será el domingo más próximo al treinta de noviembre, fiesta del apóstol san Andrés.
Contiene siempre cuatro domingos que se estructuran en dos partes bien definidas: hasta el 16 de diciembre y del 17 al 24 de diciembre. Es el tiempo del Marana-tha (ven Señor), de la espera gozosa del Salvador. El Adviento es también el tiempo mariano por excelencia, donde la presencia de María en la liturgia es más patente. Diciembre es el mes más particularmente apto para el culto a la Virgen. Dos de las tres solemnidades de la Virgen se celebran por estas fechas: la Inmaculada y ya en tiempo de Navidad la solemnidad de María Madre de Dios (teotocos) el uno de enero. Fecha también muy importante es el dieciocho de diciembre, en que celebramos la Expectación al parto, Esperanza y Virgen de la O, que todo es la misma cosa.
Teológicamente es tiempo de espera gozosa de la venida de Cristo, es tiempo asimismo del Espíritu Santo, tiempo del cumplimiento de las profecías, tiempo de conversión. Sus personajes clásicos son el profeta Isaías, el precursor Juan el Bautista y María. Tal como dice el prefacio II, se trata de esperar “a quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres”.
Los aspectos litúrgicos del Adviento son escatológicos, mirando a la última venida del Señor al final de los tiempos. Es tiempo de relativa austeridad en los signos externos. Esto se observa en los siguientes elementos:
· los domingos se omite el Gloria para que resuene con más alegría el Gloria de la misa del Gallo.
· las vestiduras de los ministros son moradas (como en Cuaresma).
· el altar debe estar escueto y sin adornos muy festivos. De poner flores, pocas y no siempre. Esta austeridad incluye al sagrario.
· la música instrumental se debe omitir para que contraste más la alegría del Nacimiento.
· en el tercer domingo de Adviento, llamado de Gaudete por la antífona de entrada –Gaudéte in Domino semper: íterum dico, gaudéte– se puede usar el color rosa (como ocurrirá en el IV domingo de Cuaresma llamado de Laetare). Ese domingo es adecuado poner flores en el altar, así como entonar cantos y música.
Sin embargo se mantienen algunos signos festivos, como el Aleluya.
Pastoralmente es aconsejable hacer alguna celebración comunitaria de la penitencia, siendo un viernes el día más adecuado. También se recomienda poner en lugar preferente una imagen de María y la corona de Adviento, consistente en cuatro velas de diferentes colores sobre una corona de ramos verdes sin flores que se van encendiendo progresivamente en cada domingo al comienzo de la Misa, marcando el tiempo de la llegada del Señor.
La semana que precede a la Navidad tiene un sentido propio y distinto al resto del Adviento pues el nacimiento del Señor es inminente. Aquí las memorias de los santos son siempre libres, se puede cantar diariamente el Aleluya, poner más luces y flores en el altar, usar vestiduras más lujosas, dar la bendición con la fórmula solemne de Adviento. Se debe notar que el tiempo es más alegre.
En los domingos de Adviento sólo se puede celebrar la Misa del día, cualquier otra celebración está prohibida –por ejemplo, la misa exequial–. Las lecturas de Adviento se nuclean en las ferias en torno al profeta Isaías y las evangélicas en los pasajes que narran al Precursor y los preparativos del Nacimiento. La celebración eucarística tiene sus propios prefacios, muy bellos.
Terminamos recordando que iniciamos el Ciclo A.
Jesús Luengo Mena, Lector instituido y Viceteniente de Jesús Despojado