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21.8.08

LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN

Una de las tres fiestas marianas que la Iglesia celebra con grado de solemnidad es la de la Asunción –las otras dos son la Inmaculada Concepción y Santa María, Madre de Dios–.
El dogma de la Asunción de la Virgen (quince de agosto) es el más reciente cronológicamente, ya que fue declarado como tal el uno de noviembre de 1950 por Pío XII, con estas palabras: "Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial" (Constitución Apostólica Munificentissimus Deus). El sentido de esta fiesta es que "María asunta al cielo personifica el estado de gloria que tienen todos los que, como Ella, murieron en Cristo".
La Marialis Cultus dice al respecto: "En la solemnidad del quince de agosto celebramos la gloriosa Asunción de María al cielo, fiesta en la que recordamos su destino de plenitud y bienaventuranza, la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, su perfecta configuración con Cristo resucitado. Fiesta que propone a la Iglesia y a la Humanidad la imagen y la consoladora garantía del cumplimiento de la esperanza final. Pues dicha glorificación plena es el gozoso destino de todos aquellos a quienes Cristo ha hecho hermanos, teniendo en común con ellos la carne y la sangre" (MC 6). Por lo tanto toda la Iglesia, nosotros también, tenemos como destino último esa glorificación.
Esta piadosa creencia ya se venía aceptando desde el siglo VI, relacionada con la fiesta de la Dormición celebrada desde muy antiguo en las iglesias orientales. Desde el siglo VI ya se celebraba una fiesta en Jerusalén que pasa a Occidente con el nombre de la Dormición de Santa María. También se la llamado “deposición”, “glorificación” y “transito”.
El Misal nos ofrece dos formularios: uno para la Misa de la Vigilia y otra para la Misa del día. El prefacio nos indica que “con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida”. La Virgen sufrió la muerte corporal, como cualquier humano, sin pasar por la corrupción sepulcral.
A los ocho días –el veintidós de agosto– y como un eco de esta solemnidad celebraremos la memoria de Santa María, Reina, en la cual se contempla a “Aquella que, sentada junto al Rey de los siglos, resplandece como Reina e intercede como Madre” (MC 6).
Para terminar aclarar que Asunción es diferente de Ascensión, términos que frecuentemente se confunden. El Señor “ascendió” al cielo él solo, sin ayuda de nadie, por ser Dios (Ascensión). La Virgen María fue “asunta” o sea, fue llevada, ascendida.
Jesús Luengo Mena

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