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29.11.09

CALENDARIO LITÚRGICO 2010

Hoy, veintinueve de noviembre de 2009, es primer domingo de Adviento. Comienza un nuevo Año litúrgico con las cuatro semanas de Adviento que nos llevarán al gozo de la Natividad del Señor. El tiempo de Adviento tiene un cierto carácter penitencial: no se dice el Gloria y las vestiduras son moradas.
Al comienzo de un nuevo Año litúrgico es útil relacionar las principales festividades del calendario litúrgico para el año 2010.

CELEBRACIONES MOVIBLES
Domingo 1º de Adviento: 29 de noviembre.
Sagrada Familia: 27 de diciembre.
Bautismo del Señor: 10 de enero. (comienza el Tiempo ordinario, primera parte)
Miércoles de Ceniza: 17 de febrero (comienza la Cuaresma)
Domingo de Ramos: 28 de marzo
Domingo de Resurrección: 4 de abril. (Pascua)
Ascensión del Señor: 16 de mayo.
Domingo de Pentecostés: 23 de mayo. (Rocío, comienza el Tiempo Ordinario segunda parte)
Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote: 27 de mayo.
Santísima Trinidad: 30 de mayo.
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo: 6 de junio (Corpus. En Sevilla la procesión el jueves 3 de junio)
Sagrado Corazón de Jesús: 11 de junio.
Jesucristo, Rey del Universo: 21 de noviembre.

TIEMPO ORDINARIO
En el año 2010, el tiempo ordinario comprende 34 semanas, de las cuales seis se celebran antes de Cuaresma, desde el día once de enero, lunes siguiente a la fiesta del Bautismo del Señor, hasta el dieciséis de febrero, día anterior al miércoles de Ceniza. Se reanuda el tiempo ordina­rio en la semana octava día veinticuatro de mayo, lunes después del domingo de Pente­costés. Se omitirá la séptima semana.

FIESTAS DE PRECEPTO EN ESPAÑA
1 enero Santa María, Madre de Dios.
6 enero Epifanía del Señor.
19 marzo San José, esposo de la Virgen María.
25 julio Santiago, apóstol.
15 agosto La Asunción de la Virgen María.
1 noviembre Todos los Santos.
8 diciembre La Inmaculada Concepción de la Virgen María.
25 diciembre La Natividad del Señor.
Todos los domingos del año.
Además cada diócesis debe añadir las fiestas que acuerde el Obispo.

El año 2010 es año par; el Leccionario dominical a usar es el correspondiente al ciclo C.
Los libros litúrgicos a emplear son: Misal Romano, Oración de los fieles, Libro de la Sede y los Leccionario III –ciclo C–, Leccionario IV –ferias del Tiempo ordinario–, Leccionario V –santos–Leccionario VII –ferias de los tiempos fuertes Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua– y Leccionario VIII –rituales–.

DÍAS DE PENITENCIA
Todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por la ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles, de manera especial, a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia, a tenor de los cánones que siguen (canon 1.249).
En la Iglesia universal son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el Tiempo de Cuaresma (canon 1.250). Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guar­darse la abstinencia de carne o de otro alimento que haya determi­nado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo {canon 1.251).
La ley de abstinencia obliga a los que han cumplido los catorce años; la ley del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden, sin embargo, los pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber al­canzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia (canon 1.252).
Normas de la Conferencia Episcopal Española
a) Se retiene la práctica penitencial tradicional de los viernes del año, consistente en la abstinencia de carnes; pero puede ser sustituida, según la libre voluntad de los fieles, por cualquiera de las siguientes prácticas recomendadas por la Iglesia: lectura de la Sagrada Escritura, limosna (en la cuantía que cada uno es­time en conciencia), otras obras de caridad (visita de enfermos o atribulados), obras de piedad (participación en la Santa Misa, rezo del Rosario, etcétera) y mortificaciones corporales. Sin embargo, en los viernes de Cuaresma debe guardarse la absti­nencia de carnes, sin que pueda ser sustituida por ninguna otra práctica. El deber de la abstinencia de carnes dejará de obligar en los viernes que coincidan con una solemnidad y también si se ha obtenido la legítima dispensa.
b) En cuanto al ayuno que ha de guardarse el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, consiste en no hacer sino una sola comida al día; pero no se prohíbe tomar algo de alimento a la mañana y a la noche, guardando las legítimas costumbres res­pecto a la cantidad y calidad de los alimentos
Fuente: Calendario Litúrgico Pastoral 2010. Edita Secretariado de la Comisión Episcopal de Liturgia

24.11.09

LA CREDENCIA

La palabra credencia viene de «credere», confiar. Se denomina así a la mesita lateral o repisa que se sitúa a la derecha del altar, en un lado del presbiterio, donde se colocan hasta que hagan falta los elementos de la celebración: el cáliz, el corporal, el purificador, la palia si se usa, la patena y los copones necesarios, el pan de la comunión, las vinajeras con vino y agua (salvo que se lleven en la procesión de las ofrendas), y los elementos para el lavabo. Asimismo, en la credencia estará el Misal y las campanillas y la bandeja de la comunión, si se usan. Debe ser por lo tanto de un tamaño y altura adecuados, que permita que cumpla con esa función.
La credencia debe tener un mantel digno y no debe tener velas ni flores (al igual que la mesita que se prepara cuando hay procesión de ofrendas y los fieles llevan el pan y el vino al altar).
El altar debe permanecer vacío y no llevarse nada hasta que se necesite, incluido el Misal, que se lleva tras la oración de los fieles. Solamente se coloca desde el principio el Evangelario, si se ha llevado en la procesión de entrada, hasta la proclamación del mismo, momento en el que se lleva procesionalmente al ambón. Al terminar la proclamación del Evangelio el libro se retira a un lugar digno (si oficia el obispo se le llevará a besarlo y a impartir con él la bendición).
En la credencia se deben purificar los vasos sagrados tras la comunión por un acólito –mejor que en el altar– y también se puede preparar el cáliz por el diácono antes de llevarlo al altar.
Así pues estamos ante un mueble litúrgico de cierta importancia que hay que cuidar evitando colocar sobre ella cualquier objeto que no sirva para el culto.

10.11.09

LA CELEBRACIÓN DE LA MISA FUERA DE UN LUGAR SAGRADO

Comenzamos este artículo con una pregunta. ¿Puede y es lícito celebrarse la Misa fuera de un templo, al aire libre, en un edificio o en un domicilio particular?. La respuesta es sí, pero con unos requisitos que ahora analizamos.
El sacrificio del Señor se ofrece, como norma general, en un lugar sagrado, entendiéndose por tal un templo debidamente consagrado. Ahora bien, por justa causa o necesidad se puede celebrar en otro lugar, que debe ser adecuado (por ejemplo un cementerio al aire libre o las llamadas misas de campaña). Vemos ahora que significa adecuado y que requisitos requiere la celebración fuera de un templo.
La Misa se celebra normalmente en un altar que ha debido ser dedicado o bendecido; fuera de un lugar sagrado puede celebrarse en una mesa apropiada pero siempre con ornamentos de altar (mantel) y con corporal.
Por tanto, para no perder el significado de la celebración eucarísti­ca, el celebrante debe asegurarse de que se cumplen todos los requisi­tos necesarios para oficiar la Misa fuera del lugar sagrado: deberá determinar en primer lugar si es realmente necesario usar ese lugar como lugar sagrado. Si hubiese una iglesia o capilla cercana nada puede justificar el uso de otros lugares (una clase, sala de conferencias, auditorio y similares).
Una vez decidido que el lugar es adecuado para la celebración de la Eucaristía debe tener muy en cuenta que no deben utilizarse para la celebración comedores y mesas en los que de ordinario se coma, dejando esta posibilidad como la última de las existentes. Una mesa «apropiada» debe­rá ser una que tenga una superficie lo suficientemente amplia para contener los vasos sagrados, misal, cruz y velas; que sea lo suficientemente alta para que el sacerdote pueda estar de pie delante de ella durante la celebración (por tanto, una mesilla o similar no es apropiada); estar limpia y que no se relacione con usos que puedan inducir a escándalo o al ridículo. Se pondrá una sede digna para el celebrante cerca del altar y en la medida de lo posible se empleará un atril portátil. Si la ocasión es solemne debe cubrirse el altar con un dosel a modo de techo.
Los requisitos básicos para la Misa son: lienzos dignos para el altar, vasos para el vino y el agua, un cuenco para lavar las manos del sacerdote, una toalla de mano y en o cerca del altar, un crucifijo y velas. Por lo general, el sacerdote aportará el pan y el vino, cáliz, patena, cor­poral, purificador y los ornamentos: alba, estola y casulla, misal y leccionario.
Donde el Ordinario lo permita y con el permiso del párroco, la Misa podrá celebrarse en un domicilio particular. Durante una Misa doméstica (generalmente por causa de enfermedad grave de algún residente) deberán ayudar como lectores y ayudantes algunos de los miembros de la fami­lia. Se exhortará a todos los familiares a preparar las mejores ropas, vasos, etc., para el honor de Dios. Pueden, de acuerdo con sus recursos, colocar flores frescas en o cerca del altar y si es costumbre también se puede colocar en el altar una imagen sagrada a la que tengan gran devoción.
Cuando la Misa se celebra al aire libre se deben tomar precauciones razonables para evitar los efectos del polvo, el viento o el clima, colocando pesos en los lienzos del altar o cubriendo el cáliz con un paño adecuado. La patena deberá tener una cubierta y se permite colocar un disco metálico sobre la Hostia durante la celebración para evitar que vuele. Asimismo el copón deberá tener una cubierta segura o bien podrá taparse con una cubierta plana durante la distribución de la Comunión. Por último es de sentido común poner cristales protectores en los cirios y proteger los micrófonos contra los efectos del viento.

25.10.09

LAS ROGATIVAS Y LAS TEMPORAS

Las Rogativas (del latín rogare, rogar) o Letanías (del griego litaneia, súplica u oración), son oraciones solemnes instituidas por la Iglesia para ser rezadas o cantadas en ciertas procesiones públicas y para determinadas y extraordinarias necesidades. Entre estas celebraciones que tienen lugar en diversos tiempos determinados, es preciso señalar las Letanías mayores (25 de abril, fiesta de San Marcos), las Letanías menores o Rogativas (triduo que antecede a la Ascensión) y las Cuatro Témporas.
El Papa y los Obispos pueden prescribirlas a los fieles en las calamidades y necesidades públicas, pero entonces figuran como actos extralitúrgicos. Los calificativos de mayores y menores sólo sirven para distinguir unas de otras. La Iglesia en diversos tiempos del año, de acuerdo con las enseñanzas tradicionales, completa la formación de los fieles mediante ejercicios de piedad espirituales y corporales: la instrucción, la plegaria, la penitencia y las obras de misericordia (SC, 105).
Las llamadas Letanías mayores han sido suprimidas, porque tenían su origen en un rito estrictamente local de la Iglesia romana; con la institución de esta procesión, los Papas querían sustituir, de hecho, con un rito cristiano, una antigua costumbre heredada de los cultos paganos.
Las Rogativas, instituidas en la Galia por san Mamerto, Obispo de Viena, hacia el 475, tenían su origen en las plegarias públicas elevadas a Dios, juntamente con el ayuno, para alejar las calamidades. Se convirtieron después en procesiones lustrales del tiempo de primavera, para obtener del Señor que se dignase dar y conservar los frutos de la tierra.
Es evidente, por tanto que las Rogativas no pueden celebrarse los mismos días en cualquier lugar, y que no pueden tener el mismo significado o la misma importancia en la ciudad o en el campo; por eso se pide a las Conferencias Episcopales que regulen su celebración.
Las cuatro Témporas
Las cuatro Témporas del año son los días en que la Iglesia oraba insistentemente a Dios dándole gracias y pidiéndole por las varias necesida­des de la humanidad, por los frutos del campo y el trabajo de los hombres. Al comienzo de las cuatro estaciones (de ahí las «cuatro Témporas» o tiempos), se dedicaban los tres días más penitenciales de la semana, miérco­les, viernes y sábado, al ayuno y a la oración, con esas intenciones. Parece una institución de origen claramente romano, tal vez ya desde el siglo V, en conexión con la vida agrícola y el ritmo de las estaciones del año. Caían en la primera semana de Cuaresma, la semana siguiente a Pentecostés, los días siguientes al catorce de septiembre (Exaltación de la cruz) y en Adviento.
En la última reforma del Calendario se ha dejado que cada Conferencia Episcopal, si le parece oportuno, adapte fechas y contenidos de estas Témporas a las circunstancias del propio pueblo (NU 45-47). El Episcopado español decidió que se celebrasen estos días de acción de gracias y de petición el cinco de octubre, al inicio de las nuevas actividades escolares y sociales después del verano y de las cosechas. Se pueden celebrar en un solo día o en tres días. Si el cinco de octubre cae en domingo se pasaría al lunes. Tienen su formulario en las misas por diversas necesidades, escogiéndose la que se vea más oportuna.
Esa también evidente que, dependiendo del lugar del planeta, habrá unas fechas más oportunas que otras.

4.10.09

LA NARRACIÓN DE LA INSTITUCIÓN Y LA CONSAGRACIÓN

El momento culminante del sacrificio eucarístico, el más sagrado, es la parte de la Plegaria eucarística en la cual se narra la institución y se consagra. En estos momentos es bueno que el celebrante tenga presentes estas palabras de Juan Pablo II: “El culto eucarístico madura y crece cuando las palabras de la Plegaria eucarística, y espe­cialmente las de la Consagración, son pronunciadas con humildad y sencillez, de manera comprensible, correcta y digna, como corresponde a su santidad; cuando este acto esencial de la liturgia eucarística es realizado sin prisas; cuando nos com­promete a un recogimiento tal y a una devoción tal, que los participantes advierten la grandeza del misterio que se realiza y lo manifiestan con su comportamiento''.
El pueblo, si no se ha arrodillado después del Sanctus o en la epíclesis, estará de rodillas, a no ser que lo impida la estrechez del lugar o la aglomeración de la concurrencia o cualquier otra causa razonable.
Consagración del pan
Después de la epíclesis, momento en que se pueden tocar brevemente las campanillas, el celebrante junta las manos. Toma una forma grande en sus manos en las palabras “tomó pan” con el dedo índi­ce y pulgar de cada mano, o con otros dedos si la forma es muy grande. No toma con las manos la patena o el copón. Tampoco parte o des­menuza el pan en las palabras “lo partió”.
Se inclina ligeramente hacia adelante mientras dice las palabras de la Consagración que han de pronunciarse con claridad, como requiere la natu­raleza de éstas: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros”. Si conoce las palabras de la Consa­gración de memoria –como es normal– puede mirar al pan, y no hacia el libro o bien hacia el pueblo. Puede bajar la voz ligeramente así como el ritmo de las pala­bras, para que tanto él mismo como el pueblo sean atraídos por la acción sublime de Cristo en su Iglesia.
La elevación de la Hostia debe ser un mostrar el Cuerpo de Cristo al pueblo de manera respetuosa y con pausa. Después de decir las pala­bras de la Consagración, el celebrante permanece de pie, erguido, manteniendo aún la Hostia, que reverentemente levanta sobre el corporal. Es preferible elevar la Hostia al menos hasta la altura de los ojos, donde se oculta la cara del celebrante. La acción es más significativa si levanta más la Hostia sin estirarse.
Cuando sostiene la Hostia con los dedos índice y pulgar de ambas manos, los otros dedos deben permanecer juntos y doblados, en cualquier caso procurando no tapar la Hostia a la vista del pueblo. Es preferible una vez elevada parar un momento y luego bajar la Hostia lentamente y con reverencia hacia la patena. Luego, poniendo ambas manos en el corporal, hace una genuflexión adorándolo, sin prisa y sin inclinar la cabeza.
Consagración del vino
El celebrante quita la palia, a no ser que el diácono o el acólito la hayan quitado durante la epíclesis. En las palabras “tomó este cáliz glorioso” o sus equivalentes en las distintas Plegarias eucarísticas, toma el cáliz, preferiblemente cogiendo el nudo con la mano derecha y sosteniendo la base con la mano izquierda, manteniéndolo recto –no inclinado hacia él– lo levanta un poco sobre la superficie del altar, y luego se incli­na mientras dice de forma distinta las palabras de la Consagración. Ya que se inclina ligeramente, con naturalidad, dirige su mirada al cáliz, no hacia el libro, mientras dice: “Tomad y bebed... Haced esto en con­memoración mía” manteniendo el mismo tono de voz y ritmo de las palabras que en la Consagración del pan.
Estando erguido, eleva el cáliz con cuidado, con ambas manos, por encima del corporal. Es preferible levantar la base del cáliz hasta la altura de los ojos, o más alto. Se detiene un momento antes de bajar el cáliz despacio y con reverencia al corporal. Luego, pone ambas manos en el corporal y hace una genuflexión en adoración, sin prisa y sin inclinar la cabeza, tal como hizo con el Pan. Si se usa palia, la coloca sobre el cáliz antes de hacer la genuflexión. El sacerdote puede decir mentalmente una oración de adoración en las elevaciones, pero nunca de forma audible. En cada elevación puede tocarse la campanilla, de acuerdo con la costumbre local. Si se utiliza incienso, se inciensa la Hostia y la Preciosa Sangre en cada elevación por un turiferario que, de rodillas y delante del altar, da tres golpes dobles en los momentos de mostrar al pueblo las divinas especies.

19.9.09

LAS INSIGNIAS PONTIFICALES

Se conocen por ese nombre a los objetos distintivos que identifican al pontífice, o sea, al obispo y que son: anillo, báculo, mitra, solideo, cruz pectoral, palio y capa magna como más significativos.
Los obispos –del griego skopos=vigilar– son sucesores de los apóstoles, por lo cual siempre el pueblo cristiano y la liturgia les ha cedido un lugar de honor destacado. El obispo debe ser considerado como el gran sacerdote de la grey ya que ha recibido la totalidad del sacerdocio de Cristo. La ordenación de diáconos, sacerdotes y obispos pertenece únicamente a los obispos. Solo el papa tiene autoridad para elegir nuevos obispos.
Los obispos son pastores en su diócesis, en comunión con el Papa, Vicario de Cristo. Por si solos, los obispos y las conferencias episcopales no poseen el carisma de la infalibilidad.
Como signos materiales que les distinguen figura en primer lugar el anillo episcopal. En la antigüedad, el anillo era signo de autoridad, ya que con el anillo se sellaban los documentos y órdenes. Hoy significa el matrimonio del obispo con su Iglesia. Debe llevarlo siempre.
El báculo, bastón con forma curva en el extremo superior en la que se graban figuras, pasajes bíblicos o símbolos cristianos, simboliza el cayado del pastor y es signo de la autoridad episcopal.
La mitra es un ornamento usado, además de los obispos, también por el Papa y abades de la Iglesia. Es un signo de dignidad episcopal junto con el báculo. Se usa en las grandes ceremonias donde el obispo presida. Es prenda de cabeza con forma cónica llevando una hendidura en el centro y dos cintas pequeñas que cuelgan a la espalda llamadas ínfulas. El Ceremonial de los Obispos dispone que el obispo, antes de acercarse al altar, entregue el báculo, se quite la mitra, haga profunda reverencia al altar y enseguida suba y bese el altar. Si hay incensario inciensa el altar y la cruz, para dirigirse a la Sede.
El solideo es una prenda episcopal, usada únicamente por el Papa, cardenales y obispos. El del Papa es blanco, el de los cardenales rojo y el de los obispos es morado. Lo usan sobre la cabeza en las principales ceremonias como signo del episcopado.
La cruz pectoral o pectoral como normalmente se le conoce probablemente proviene de las eucoplías o láminas de metal en forma de cruz que contenían las reliquias de los mártires. La llevan los obispos y el Papa. La cruz pectoral se sostiene con una cadenilla colgando del cuello y siempre debe llevarla.
El palio es una banda de lana blanca con seis cruces negras que rodea los hombros, colgando por delante y por detrás. Se fabrica con lana de cordero y se bendicen en la basílica Vaticana en la Misa de la festividad de los Apóstoles Pedro y Pablo. Como símbolo de la plenitud de la dignidad pontifica es una insignia honorífica y jurisdiccional propia del Papa y de los arzobispos que simboliza al Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. A veces se concede también a algunos obispos o sedes episcopales. El arzobispo residencial que haya recibido ya del Romano Pontífice el palio, lo lleva sobre la casulla, dentro del territorio de su jurisdicción.
La capa magna, en desuso, es una capa violácea, sin armiño, y que sólo puede ser usada en su diócesis y en las festividades más solemnes. También pueden usar sandalias, medias y guantes del color litúrgico del día.
El hábito coral del obispo, tanto en su diócesis como fuera de ella, consiste en sotana color morado, una banda de seda del mismo color con los flecos de seda, roquete, muceta de color morado, cruz pectoral sostenida sobre la muceta por un cordón color verde, solideo color morado y los bonetes del mismo color.
Las vestiduras de los obispos, fuera de las celebraciones litúrgicas y en circunstancias solemnes, consta de sotana negra adornada con ribetes, ojales, botones de color morado, faja de color morado con flecos de seda y una capa corta (esclavina), también adornada con ribetes morados.
Durante la Misa, el obispo lleva estola y casulla, pudiendo llevar debajo la dalmática o tunicela, como símbolo de la plenitud de su ministerio.

6.9.09

LA POSTRACIÓN

La palabra postración proviene del latín «pro-sternere», extender por tierra. Es una de las posturas más impresionantes empleadas en nuestra liturgia. Consiste en que una persona se tumba en el suelo –decúbito prono, o sea, boca abajo– y permanece así durante un determinado espacio de tiempo.
Esta postura corporal tan evidente es un signo claro de humildad, penitencia y súplica ante Dios.
En el Antiguo Testamento vemos como Abraham “cayó rostro en tierra y Dios le habló” (Gn 17,3), o como los hermanos de José “se inclinaron rostro en tierra” para mostrarle respeto y pedirle perdón. (Gn 42,6; 43,26-28; 44, 14). También Moisés “cayó en tierra de rodillas y se postró”ante el Dios de la Alianza" (Ex 34,8).
La postración aparece en el Nuevo Testamento cincuenta y nueve veces. En ocasiones aparece en narraciones de acontecimientos que ocurrieron; en otras, como en el Apocalipsis, son figuras metafóricas de adoración, pero no por ello menos apreciables. De todas ellas, la más impresionante es la oración del propio Jesús a Dios Padre en el Huerto de los Olivos, previa al prendimiento: dos evangelistas –San Mateo y San Marcos – coinciden en afirmar que rezó postrado (cayó de bruces, Mt 26,39; Mc 14, 35;). Para Lucas oró de rodillas (Lc 22, 41).
Así pues, la postración es una postura perfectamente documentada como signo litúrgico. Los que afirman que es una postura poco evangélica se equivocan. Hoy día nuestra sociedad acepta sin problemas la espiritualidad de determinadas posturas corporales en filosofías y credos orientales (budismo, yoga, hinduismo por citar algunos ejemplos) y sin embargo no se quiere reconocer ese valor en los signos litúrgicos cristianos, debido tal vez a una identificación de las posturas tales como arrodillarse o postrarse como una humillación o falta de libertad.
Hoy día, la postración se repite en la liturgia del Viernes Santo, cuando el sacerdote que preside la celebración entra en silencio y se postra –si puede o bien se arrodilla– mientras la comunidad se arrodilla.
También se postran los que van a ser ordenados para diáconos, presbíteros u obispos, mientras el pueblo entona las letanías de los santos orando sobre ellos. Los candidatos al sacramento se postran en tierra, mostrando su total disponibilidad y preparándose para recibir la gracia del Espíritu.
De igual modo se hace en la bendición de abad o y en las profesiones solemnes de los religiosos, si la costumbre se ha conservado.
Para finalizar digamos que la postración es una postura que también emplean otras religiones con profusión, como el Islam.


7.8.09

TÉRMINOS LITÚRGICOS DE DIFÍCIL NOMENCLATURA II

Seguimos con el anterior artículo definiendo algunos términos litúrgicos.
Intinción
Significa mojar algo en un líquido. Intinción es una forma de recibir la comunión consistente en que el ministro moja el pan consagrado en el vino consagrado y el fiel lo recibe.
Invitatorio
El invitatorio es una invocación dialogada seguida de un salmo (23, 66, 94 ó 99) con una antífona que va cambiando según las fiestas y los tiempos. Se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra oración. En definitiva, es un salmo que invita y da el comienzo de los rezos diarios. Muy clásico es el salmo invitatorio 94: “Venid, aclamemos al Señor”
Lustración
Del latín lustrare –purificar–. Se refiere al empleo de las aguas como medios de apartar todo mal –aguas lustrales–. Se emplea en el bautismo y en algunos ritos asperjando, casi a modo de exorcismo, como en la dedicación de templos y altares. Este rito ya era practicado por griegos y romanos para purificar las ciudades, los campos, rebaños, casas, etc., así como los niños recién nacidos y las personas manchadas por un crimen o inficionadas por un objeto impuro
Memento
Palabra latina que significa –Acuérdate–. Es la palabra con la que comienza la oración por los vivos y por los difuntos dentro de la Plegaria eucarística –Acuérdate, Señor, de tu Iglesia...– y un poco después –Acuérdate de nuestros hermanos que durmieron en la esperanza de la resurrección...–
Muceta
La muceta es una prenda corta, a manera de esclavina ajustada, que cubre los hombros, parte superior de la espalda y pecho llegando hasta los codos y con botones en la parte delantera. La usan los prelados encima del roquete. El Papa usa una muceta color granate de seda en los meses de verano, y una de terciopelo rojo ribeteada de armiño blanco en los meses de invierno. Los cardenales la usan roja y los obispos morada. Dependiendo de la diócesis, los canónigos utilizan muceta morada o negra.
También es indumentaria universitaria, con el color de cada facultad.
Ocurrencia
Ocurrencia es la coincidencia o suceso de dos oficios litúrgicos en uno y en un mismo día. La causa principal de las ocurrencias son: por un lado la variabilidad de la fiesta y el ciclo de Pascua, mientras que las otras fiestas son fijas; también influye el cambio anual de los domingos ya que éstos caen sucesivamente en distintas fechas del mismo mes. Las ocurrencias pueden ser accidentales o perpetuas –si siempre coinciden–. En este caso la Santa Sede toma medidas para corregirlo, en lo posible. Un ejemplo: el calendario eclesiástico marca la fiesta de San Antonio de Padua el trece de Junio, y la de San Basilio el catorce de junio; siendo de rito doble estas dos fiestas tienen primeras y segundas vísperas. Así pues en la tarde del trece de junio las segundas vísperas de San Antonio y las primeras vísperas de San Basilio suceden al mismo tiempo, y se dice entonces que se produce una ocurrencia de ambos oficios. En otros casos hay que ver la prevalencia de las solemnidades y domingos sobre otras fiestas según las normas del calendario litúrgico.
Presantificados
Se llaman así a los dones eucarísticos consagrados en una celebración anterior. Así pues, la misa en la que se comulga con las especies consagradas anteriormente se denomina “misa de presantificados”. Un ejemplo claro en nuestra liturgia es el Viernes Santo, día en el que no se consagra aunque se reparte la comunión. Hoy día ese nombre está en desuso.
Rúbrica
La palabra proviene del latín –ruber- o sea, rojo. Se conoce por ese nombre a las indicaciones que en los libros litúrgicos vienen en rojo y que dan instrucciones sobre la forma de realizar el rito, modo de proclamar, posturas corporales, tono de voz y demás detalles.
Anteriormente a la reforma litúrgica se hablaba de “rubricionismo” para indicar que se insistía mucho en la forma, en el cómo, en la norma meramente formal, más que en el fondo de la liturgia. Hoy día las rúbricas se han reducido a su justa medida, siendo una ayuda importante para el sacerdote.
Salmodia
El término tiene varias acepciones. Se denomina así tanto al modo de cantar los salmos como conjunto de los salmos de un día o de una hora litúrgica concreta.
Las formas de cantar los salmos son varias:
· antifónicos, cuando se hace a dos coros
· responsorial, cuando la comunidad responde con un estribillo a las estrofas cantadas o recitadas por un solista
· litánico, cuando el mismo salmo tiene una respuesta breve y muy continuada a los versículos que el salmista recita
· directo, si toda la comunidad o el salmista recitan el salmo todo seguido
· dialogado, si el salmo admite a dos o más salmistas que personifican a los personajes del poema.
Sufragio
También este término tiene varias acepciones. En sentido cristiano se llama así a la protección que esperamos tanto de la Virgen como de los Santos. Al decir que por la intercesión de la Virgen queremos obtener una gracia en latín se dice “sufragiis sanctae Mariae...”.
También se conoce como “diócesis sufragánea” a la diócesis que, dependiendo de una archidiócesis, colabora con ella.
Pero sobre todo se emplea en esta tercera acepción que ahora explicamos. Nos referimos a los actos piadosos que se realizan para ayudar a los difuntos. Así, se habla de misa en sufragio por el alma de nuestro hermano... La iglesia siempre ofreció por los difuntos la Pascua de Cristo.

5.7.09

TÉRMINOS LITÚRGICOS DE DIFÍCIL NOMENCLATURA I

Vamos en una serie de artículos a definir algunos términos que se usan en Liturgia y que seguramente nuestros lectores hayan oído.
Comenzamos con el término
Anáfora. La palabra es griega y significa elevar, como oración que se eleva a Dios. Es otro de los varios nombres con los que se conoce a la Plegaria Eucarística, ápice de toda la celebración. Esta oración en la liturgia romana ha sido siempre única y pronunciada en voz baja por el sacerdote, hasta la reforma del Vaticano II.
Antipendio. Paño o tela ricamente decorada que cuelga cubriendo la parte delantera de algunos altares, hoy en desuso.
Bema. En las iglesias orientales se usa ese término para referirse al ambón.
Binar. Del latín –binare– significa arar la tierra por dos veces. En Liturgia se denomina así al hecho de decir dos misas en el mismo día. Esa acción en principio no se recomienda y queda prohibida, salvo los días de Navidad o difuntos. En caso de falta de sacerdotes y con el permiso correspondiente el sacerdote puede decir dos y hasta tres misas en el mismo día (domingos y fiestas de precepto) , siempre con causa justificada (canon 905 del CDC).
Calenda. Palabra latina que significa anunciar (de ahí calendario). En la liturgia se llama calenda al anuncio de la Navidad que se realiza hoy día en las primeras Vísperas de Navidad o en el rito de entrada de la Misa del gallo. También se anuncia solemnemente la Epifanía el seis de enero tras el Evangelio. Consiste en anunciar las fiestas móviles del año litúrgico en curso.
Diurnal. Diurnal es aquello que sucede de día, en contraposición a lo que sucede de noche. El Liturgia se llama así al libro que contiene el rezo de la Liturgia de la Horas correspondientes al día: Laudes, Hora intermedia, Vísperas y Completas.
Doxología. Se llama doxología a la alabanza o bendición, generalmente trinitaria, que sirve de conclusión a una oración o himno. En la Misa la principal doxología es la que remata la Plegaria eucarística: “Por Cristo, con Él y en Él...” También el himno Gloria es doxológico así como la aclamación tras el Padre nuestro “Tuyo es el reino...” El ejemplo más popular de doxología es el “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu santo..”.
Embolismo. Palabra proveniente del griego que significa añadir. En la liturgia se emplea para designar al comentario que se añade al Padrenuestro “Líbranos de todos los males...”.
Epíclesis. Se conoce con ese nombre a la invocación que se hace a Dios para que envíe su Espíritu y transforme las cosas o personas. En la misa hay dos epíclesis, dentro de la Plegaria eucarística, pero también se da en la celebración de todos los sacramentos, dentro de la oración consecratoria de cada uno de ellos.
Eulogia. Es sinónimo de bendición. También entre los primeros cristianos se llamaba así al pan bendecido que se repartía a los fieles en los ágapes vespertinos de las comunidades primitivas. No se debe confundir con el pan eucarístico.
Eucologia. Es una palabra proveniente del griego: euché = oración, y lógos = discurso. Se conoce por ese nombre la ciencia que estudia las oraciones y las normas que rigen su formulación. En un sentido menos propio, pero ya de uso corriente, la eucología es el conjunto de oraciones contenidas en un formulario litúrgico, en un libro o, en general, en los libros de una tradición litúrgica. Se habla de eucología mayor o menor en función de su importancia y extensión.
Hebdomadario. La palabra griega significa semana. Con ese nombre se designa al sacerdote, monje o monja que en una comunidad le toca realizar durante una semana el servicio de dirigir la Liturgia de las Horas o la Misa conventual.

21.6.09

PROCEDIMIENTO PARA LAS CANONIZACIONES

Abordamos este tema por considerarlo de interés, aunque no sea de temática liturgica propiamente dicho
Remontándonos en el tiempo, el papa Sixto V promulgó la Constitución "Immensa Aeterni Dei" en 1588, creando la Sagrada Congregación de los Ritos y le confió la tarea de regular el ejercicio del culto divino y de estudiar las Causas de los Santos. Ya en el siglo XX Pablo VI, con la Constitución Apostólica "Sacra Rituum Congregatio" en 1969 dividió la Congregación de los Ritos, creando dos Congregaciones, una para el Culto Divino y otra para las Causas de los Santos.
La Constitución Apostólica "Divinus perfectionis magister" del 25 de enero de 1983 y las respectivas "Normae servandae in inquisitionibus ab episcopis faciendis in causis sanctorum" del 7 de febrero de 1983, dieron lugar a una profunda reforma en el procedimiento de las causas de canonización y a la reestructuración de la Congregación, a la que se le dotó de un Colegio de Relatores, con el encargo de cuidar la preparación de las 'Positiones super vita et virtutibus (o super martyrio) de los Siervos de Dios.
La Congregación tiene actualmente 34 miembros –cardenales, arzobispos y obispos-, un Promotor de la fe (prelado teólogo), cinco relatores y 83 consultores. La Congregación prepara lo necesario para que el Papa pueda proponer nuevos ejemplos de santidad.
El procedimiento se inicia cuando el obispo, bien por propia iniciativa o por instancias de fieles o de grupos legítimamente constituidos o de sus procuradores, inicia la investigación sobre la vida, virtudes o martirio y fama de santidad y milagros atribuidos.
En estas investigaciones el obispo debe proceder según el orden siguiente:
1º El postulador de la causa nombrado recogerá una detallada información sobre la vida del Siervo de Dios, y se informará al mismo tiempo sobre las razones que parecen favorecer la promoción de la causa de canonización.
2º El obispo procurará que sean examinados por censores teólogos los escritos publicados por el Siervo de Dios.
3º Si no se encontrara en dichos escritos nada contrario a la fe y a las buenas costumbres, el obispo encargará a personas idóneas examinar los demás escritos inéditos (cartas, diarios, etc.) y todos los documentos que de alguna manera hagan referencia a la causa. Estas personas, después de haber realizado fielmente su trabajo, harán una relación de las investigaciones llevadas a cabo.
4º Si con lo hecho según las normas anteriores, el obispo juzga prudente que se puede seguir adelante, procurará que se interroguen a los testigos presentados por el postulador y otros debidamente convocados por oficio. Una vez realizadas las investigaciones, se envía la relación de todas las actas por duplicada a la Sagrada Congregación, junto con un ejemplar de los libros del Siervo de Dios examinados por los censores teólogos, y con su juicio. El obispo diocesano y el postulador de la Causa piden iniciar el proceso de canonización, presentando a la Santa Sede un informe sobre la vida y las virtudes de la persona. La Santa Sede, por medio de la Congregación para las Causas de los Santos, examina el informe y dicta el Decreto diciendo que nada impide iniciar la Causa (Decreto "Nihil obstat"). Este Decreto es la respuesta oficial de la Santa Sede a las autoridades diocesanas que han pedido iniciar el proceso canónico. Obtenido el Decreto de "Nihil obstat", el obispo diocesano dicta el Decreto de Introducción de la Causa del ahora Siervo de Dios.
Así pues el procedimiento actual es el siguiente: primeramente es declarado como “Siervo de Dios”, que es el nombre que se da al iniciar el proceso en las diócesis. Se llaman Siervos de Dios aquellos cuya Causa ya ha sido introducida oficialmente, y cuyo iter prevé la doble fase ya relatada: la diocesana (celebración del proceso) y la romana (elaboración de la Posición y juicio sobre ella).
Posteriormente se le denomina “Venerable” después de que el Papa haya emitido el Decreto que reconoce el grado heroico de las virtudes. Se llaman Venerables aquellos de quienes ya ha sido firmado y leído, en presencia del Papa, el Decreto sobre la heroicidad de las virtudes. Dicho Decreto constituye la etapa final del largo itinerario de una Causa y va precedido de un doble examen: el de los Consultores Teólogos y el de los Cardenales.
Desde este momento le basta al candidato un milagro para ser declarado “Beato”. Esta calificación le da el derecho a la veneración en su respectiva diócesis o en un instituto de vida consagrada. La beatificación es un acto pontificio, aunque será presidido por un representante del Papa, generalmente el Prefecto de la Congregación. El beato será proclamado tal en la diócesis que ha iniciado su proceso, aunque a petición del obispo puede ser también en Roma. Si el candidato ha sufrido el martirio por la fe puede ser declarado beato sin necesidad de demostrar milagro alguno, basta la declaración oficial de su martirio. Así ha ocurrido recientemente con los mártires de la Guerra Civil española.
Y se necesita un segundo milagro para ser proclamado “Santo”, o sea, modelo universal de virtud. Las canonizaciones deben ser presididas por el Papa y al igual que las beatificaciones, se realizarán dentro de la Misa. Una vez canonizado su culto es universal.
Esa causa tiene una figura, popularmente llamada como “abogado del diablo” (en latín advocatus diaboli) o promotor de la fe (en latín Promotor Fidei) que era en definitiva el procurador fiscal en los antiguos juicios o procesos de canonización. Actualmente se denomina desde las reformas de 1983 como promotor de la justicia (promotor iustitiae). El oficio de este abogado, generalmente clérigo doctorado en derecho canónico, era objetar, exigir pruebas y descubrir errores en toda la documentación aportada para demostrar los méritos del presunto candidato a los altares como beato o santo. Si bien su papel, un tanto antipático, le hace aparecer como alineado entre las filas de los que se oponen al candidato (de donde procede el mote de «abogado del diablo», para este «defensor del otro bando») en realidad se encargaba de defender la autenticidad de las virtudes del que será propuesto como modelo a imitar por el pueblo católico.
Los milagros atribuidos sobre los que el relator encargado elabora una ponencia, se examinan en una reunión de peritos (si se trata de curaciones, en el Consejo de médicos), cuyos juicios y conclusiones se exponen en una relación detallada y los milagros han de ser discutidos después en un Congreso especial de los teólogos, y por fin en la Congregación de los padres cardenales y obispos.
Desde el fallecimiento de la persona hasta que se inicie una causa de santidad tienen que pasar al menos cinco años, aunque puede haber excepciones como ha sucedido con la causa de Juan Pablo II que ha tardado poco más de un mes en abrirse. El pueblo lo pidió a voces en la misma Plaza de San Pedro del Vaticano.

2.6.09

EL PAPEL DEL DIÁCONO EN LA MISA III

Continuamos en esta nueva entrega analizando el papel del diácono en la misa, ahora en la Liturgia eucarística.
Preparación de los dones
Es un servicio típicamente diaconal. El sacerdote debe quedarse en la sede hasta que el diácono haya terminado este servicio. El diácono coloca el misal en el altar, que ha debido permanecer vacío hasta momento, va a la credencia a preparar el cáliz y lo trae al altar junto con el corporal y el purificador. En ese momento el sacerdote sube al altar, y recibe la patena de mano del diácono. Si hay procesión de ofrendas el sacerdote va a la entrada del presbiterio para recibir de los fieles el pan y el vino que traen desde la nave central. Recordamos que se deben llevar solamente pan sobre la patena o una bandeja con las hostias chicas (y la grande) y el vino. No debe llevarse el cáliz con palia, corporal y purificador, ni la vinajera con agua ya que el agua no es “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”.
El diácono inmediatamente entrega al sacerdote la patena o la bandeja de pan, y prepara el cáliz a un lado del altar, echando vino con la gota de agua (este rito ya hemos indicado que puede también hacerse en la credencia, si no se recibe los dones de los fieles).
Antes de la plegaria eucarística, si no hay acólito, ayudará en el lavabo de las manos teniendo previsto que en el misal debe estar en la página de la Oración sobre las ofrendas, ejerciendo su función “ad librum”.
Ni que decir tiene que el diácono debe conocer perfectamente la “geografía” del Misal para indicar el texto que el sacerdote debe proferir.
La plegaria eucarística
Durante la plegaria eucarística, el diácono permanece junto al sacerdote, pero un poco detrás de él, para asistirlo, cuando sea necesario “ad calicem o ad missalem”, o sea, para cubrir o descubrir el cáliz con la palia y pasar las páginas del misal. Desde la epíclesis hasta la elevación del cáliz al final de la plegaria, el diácono permanece de rodillas. Un poco antes del final de la Plegaria, el diácono se levanta, descubre el cáliz, él mismo lo toma con las dos manos, y lo eleva junto al lado de la patena que eleva el sacerdote. Después del Amen, lo deposita de nuevo sobre el altar, y presenta el misal a la pagina del Padre nuestro. Este gesto del diácono de levantar el cáliz se le encomienda no para comodidad del sacerdote sino por su simbolismo: representa la mano de la asamblea que se ofrece a sí misma junto con Cristo. Incluso en una concelebración no es papel de los concelebrantes que está al lado del sacerdote levantar el cáliz.
Rito de la paz
Después que el sacerdote haya dicho “La paz del Señor...” el diácono pronuncia una monición diaconal muy breve, y con las manos juntas dice: “Daos fraternalmente la paz!” o similar. Recordamos también que el gesto de la paz es un gesto optativo y por lo tanto secundario.
La palabra más importante de esta monición es “fraternalmente”, ya que el rito es una expresión exterior de la fraternidad, esencial para comulgar.
El diácono recibe la paz del sacerdote y a su vez la puede transmitir a otros.
El misal describe así su intención: “Los fieles imploran la paz y la unidad para la iglesia y para toda la familia humana, y se expresan mutuamente la caridad, antes de participar de un mismo pan”.
La fracción del pan
Luego, después que haya terminado el rito de la paz, el sacerdote realiza el gesto de la fracción del pan. El diácono le puede ayudar y repartir las hostias en diversos copones o bandejas según el número de ministros de la comunión, o bien ir al Sagrario si hay muchas hostias consagradas en misas anteriores, pero no debe ser es algo habitual, ya que las normas indican ue lo deseable es que se consagren las hostias de los participantes en la misma misa.
La comunión
El diácono recibe la comunión en la mano del celebrante mismo, primero el Pan y luego el Cáliz. Y si son varios los ministros el diácono puede repartirles el Pan en la mano para que todos puedan comulgar al mismo tiempo junto con el sacerdote, y luego les ofrecerá a cada uno el cáliz, después de beber de él.
Es también una función diaconal importante que el diácono asista al sacerdote para repartir la comunión a los fieles. Terminada la comunión el diácono procede a la purificación de los vasos sagrados
Después de la comunión de los fieles, vuelve al centro del altar, hace la genuflexión si quedan hostias consagradas, las junta en un solo copón y lo deposita en el sagrario. Vuelve al altar pero no en el lugar central que ocupa solamente el sacerdote, y en el altar mismo consume lo que queda de la preciosa Sangre, con otros sí necesario; recoge las partículas si hay y luego bien purifica los vasos sagrados en la credencia o bien los deja en la credencia, para purificarlos después de la misa. Después vuelve al lado del sacerdote a la sede.
Rito de conclusión
El diácono indica al presidente la página de la “oración después de la comunión” en el misal que le presenta el acólito. Puede dar al pueblo brevemente los avisos prácticos que procedan, a menos que el párroco prefiera darlos él mismo. Si el sacerdote (u obispo) utiliza una fórmula de bendición solemne, el diácono dice con las manos juntas: “Inclinaos para recibir la bendición”, e inmediatamente después del Amén se dirige brevemente a la asamblea, siempre con las manos juntas, pronunciando la fórmula de “envío” (no es despedida). A continuación, besa el altar junto con el sacerdote, y, hecha una profunda inclinación, genuflexión si el sagrario está en el presbiterio se retira, ubicándose delante o al lado del sacerdote en la procesión de salida.

23.5.09

LA DEVOCIÓN A MARíA AUXILIADORA

Cada veinticuatro de mayo, todo el mundo católico celebra como memoria la advocación de la Virgen con el título de Auxilio de los Cristianos. La familia salesiana, extendida también por todo el mundo, la celebra como solemnidad propia. La devoción a la Virgen bajo esa querida advocación toma fuerza cuando San Juan Bosco, apóstol de la juventud especialmente de la marginada, la toma como propia.
Haciendo un poco de historia podemos decir que el primero que llamó a la Virgen María con el título de "Auxiliadora" fue San Juan Crisóstomo, en Constantinopla en al año 345, cuando dice: "Tú, María, eres auxilio potentísimo de Dios". También San Sabas en el año 532 nos cuenta que en Oriente había una imagen de la Virgen que era llamada "Auxiliadora de los enfermos", porque junto a ella se obraban muchas curaciones. San Juan Damasceno, santo sirio gran talento escolástico, en el año 749 fue el primero en propagar la jaculatoria: "María Auxiliadora, rogad por nosotros".
Pero es en 1572 cuando el papa San Pió V introdujo en todo el mundo católico en las letanías la advocación "María Auxiliadora, rogad, por nosotros", porque en ese año se atribuyó la victoria de las tropas cristianas sobre las turcas en la batalla de Lepanto a la intercesión de la Virgen como auxilio de los cristianos.
En el año 1600 los católicos del sur de Alemania hicieron una promesa a la Virgen de honrarla con el título de Auxiliadora si los libraba de la invasión de los protestantes y concedía que se terminase la guerra de los 30 años. La Virgen les concedió ambos favores y pronto había ya más de 70 capillas con el título de María Auxiliadora de los cristianos.
En 1683 los católicos al obtener la victoria en Viena contra los enemigos turcos de la religión cristiana fundaron una Asociación de María Auxiliadora. Ya más cercano en el tiempo, en 1814, el papa Pío VII, prisionero del general Napoleón, prometió a la Virgen que el día que llegara a Roma, en libertad, lo declararía fiesta de María Auxiliadora. Inesperadamente el Pontífice quedó libre, y llegó a Roma el 24 de mayo. Desde entonces quedó declarado el 24 de mayo como día de María Auxiliadora.
Pero sin duda fue San Juan Bosco quien impulsó de manera definitiva la devoción a la Virgen bajo esa advocación de tal modo que la Auxiliadora es considerada la “Virgen salesiana”.
Será en 1862, en plena madurez de Don Bosco, cuando éste hace la opción mariana definitiva: Auxiliadora. "La Virgen quiere que la honremos con el título de Auxiliadora: los tiempos que corren son tan aciagos que tenemos necesidad de que la Virgen nos ayude a conservar y a defender la fe cristiana". Cierto es también que la devoción a la Inmaculada fue una de las primeras y preferidas de Don Bosco.
Desde esa fecha el título de Auxiliadora aparece en la vida de Don Bosco y en su obra como "central y sintetizador". La Auxiliadora es la visión propia que Don Bosco tiene de María. La lectura evangélica que hace de María, la experiencia de su propia vida y la de sus jóvenes salesianos, y su experiencia eclesial le hacer percibir a María como "Auxiliadora del Pueblo de Dios". “Ella lo ha hecho todo” repetía constantemente.
En 1863 Don Bosco comienza la construcción de la iglesia en Turín. Lo que sorprendió a Don Bosco primero y luego al mundo entero fue que María Auxiliadora se había construido su propia casa, para irradiar desde allí su patrocinio. Don Bosco llegará a decir: "No existe un ladrillo que no sea señal de alguna gracia".
Hoy, salesianos y salesianas, fieles al espíritu de Don Bosco y a través de las diversas obras a favor de la juventud en las que trabajan siguen proponiendo como ejemplo, amparo y estímulo en la evangelización de los pueblos el auxilio que viene de Santa María.
En Sevilla la presencia salesiana, siempre como opción a los jóvenes, se concreta en las Casas de Trinidad y Triana como colegios, en el Colegio Mayor "San Juan Bosco" de atención a los universitarios y en la animación y administración de parroquias como la de San Juan Bosco o la de Jesús Obrero en el marginado barrio conocido como las Tres Mil, cuyo carismático párroco fundador Gabriel Ramos aún perdura en nuestro recuerdo. La basílica de María Auxiliadora atesora la imagen coronada de la Virgen Auxiliadora y la imagen Sentaíta trianera emociona en su bajada y procesión a toda Triana. Las procesiones de la Auxiliadora en mayo son todo un clásico en las glorias marianas sevillanas. También las religiosas salesianas en Nervión y en San Vicente desde el mismo carisma encarnado en María Mazzarello trabajan por el mismo fin.
Felicidades a todos en la gran fiesta de las Casas salesianas.

18.5.09

EL PAPEL DEL DIÁCONO EN LA MISA II

Continuamos analizando el papel del diácono en la Misa. Vamos ahora a ver su acción litúrgica en la Liturgia de la Palabra.
Si faltan lectores idóneos, el diácono puede proclamar las lecturas no evangélicas. Pero lo suyo propio es la proclamación del Evangelio, ya que es también ministro de la Palabra. Tendrá conciencia de que va a prestar sus labios a Cristo mismo: es el sentido de los ritos siguientes preparatorios a esta proclamación.
Al iniciarse el Aleluya, el diácono se levanta:
- si hay incensación asiste al sacerdote presentando la naveta;
- si no, se inclina profundamente delante de él y pide la bendición
“¡Bendíceme, Padre!”
El sacerdote dice: ”El Señor esté en tus labios y en tu corazón para que anuncies dignamente su Evangelio”. El diácono contesta con un Amen haciendo la señal de la cruz. Luego va directamente al altar por delante, toma el Evangeliario que había depositado al principio en el altar y se dirige procesionalmente al ambón, precedido del turiferario y de los acólitos con cirios. En esta procesión lleva el Evangelario algo elevado. Lo coloca sobre el ambón, abre la página del Evangelio, saluda a la Asamblea: ”El Señor esté con vosotros” y anuncia: “Evangelio de NSJCS según san...”. A continuación hace con el pulgar la cruz sobre el Libro y se signa, procediendo a la incensación.
El gesto de abrir los brazos y extender las manos hacia la asamblea al decir “El Señor esté con vosotros“ no es preciso. La norma dice textualmente: ”con las manos juntas”. Asimismo al terminar la proclamación, dirá, cerrando el Libro: “Palabra del Señor!” respondiendo la Asamblea “Gloria a ti, Señor Jesús!”. Al final, puede él mismo besar el Libro cerrado, diciendo en voz baja:
“Que las palabras del Santo Evangelio borren nuestros pecados”.
Si preside un obispo, le acerca el Evangelario quien lo besa (el libro, no la página) y puede bendecir con él a la asamblea en las celebraciones más solemnes. Finalmente, puede llevar el Evangeliario a la credencia u otro lugar digno y destacado. Luego vuelve a su lugar.
También el diácono puede en ocasiones predicar, por encargo del presidente.
Conviene que en las parroquias que tienen la gracia de tener un diácono la haga de vez en cuando.
La oración universal
Proponer las intenciones, a no ser que sean a cargo de algún miembro de la asamblea es también función del diácono. Las proclama generalmente desde el ambón, en la forma acostumbrada. Cuando el presidente termina con la oración conclusiva, el diácono se dispone a prepara el altar para la Liturgia eucarística, que analizaremos en un próximo artículo.

11.5.09

EL PAPEL DEL DIÁCONO EN LA MISA I

Continuamos en este nuevo artículo analizando la función diaconal en la liturgia. Habría que hacer dos aclaraciones previas: el diácono debe servir a los demás e integrarse en todas las actividades de la vida parroquial, que no se ciñen exclusivamente a la liturgia. Además, al haber sido instituido previamente como lector y acólito, puede ejercer todas las funciones de esos ministerios de pleno derecho.
Hay que insistir en que se le deben respetar sus funciones por parte del presbítero y del obispo. Para ejercerlas debe llevar las correspondientes vestiduras sagradas. No puede cumplir sus funciones vestido de civil.
Seis son las funciones, típicamente de servicios, que la OGMR del Misal atribuye al diácono en la celebración de la Misa. “Reciben la imposición de manos no en orden al sacerdocio sino en orden al ministerio”. Están pues al servicio de los presbíteros y obispos.
Como función general tiene la de asistir al sacerdote y estar siempre a su lado. Se coloca siempre a su derecha en el altar y debe tener preparado un asiento a la derecha de la sede. Después del presbítero, en virtud del orden sagrado recibido, el diácono ocupa el primer lugar entre los ministros de la celebración eucarística.
En el altar ayuda al sacerdote en lo referente al cáliz o al libro, proclama el Evangelio y, a veces, predica la Palabra de Dios por mandato del presidente. También anuncia las intenciones en la Oración universal de los fieles, distribuye a los fieles la Eucaristía, especialmente bajo la especie de vino, y purifica y recoge los vasos sagrados. Pronuncia las moniciones diaconales (en el rito de la paz y en la despedida). Suple, si es necesario, lo debido a otros ministerios. Vamos a continuación a pormenorizar su papel comenzando por la
Procesión de entrada
En la procesión de entrada llevará el Evangelario en alto. Si no lleva el signo de la Palabra, el diácono acompaña al sacerdote a su lado derecho. Cuando la procesión llega al altar, el diácono omite la reverencia, sube al altar donde deposita el Evangeliario y besa el altar junto con el sacerdote. Pero si no lleva el evangeliario, hace una profunda inclinación al altar junto con el sacerdote y lo venera con el beso.
Ritos iniciales
Si se inciensa el altar, el diácono acompaña al sacerdote que inciensa primero la Cruz, y luego el altar mismo, dándole vuelta por la derecha hasta volver al centro. Allí mismo en el centro del altar, recibe el incensario de la mano del presidente, y lo entrega al acólito turiferario. Y de allí, el sacerdote se dirige directa e inmediatamente a la sede (no se queda al altar, que todavía no sirve durante la Liturgia de la Palabra). El diácono no tiene una sede propia, debe colocarse cerca de la sede presidencial, pero evitando que aparezca como co-presidente.
Lo que se destaca en este rito de entrada es el altar que representa a Cristo mismo, la piedra angular de su Iglesia, su Cuerpo: “Ara Christus est”: El altar es otro signo de Cristo, piedra angular de la Iglesia, su Cuerpo que se hace ya visible en la asamblea litúrgica misma que se está congregando.
Durante el resto de los ritos iniciales el diácono ya cumple su función de asistir al sacerdote “ad librum” preocupándose de presentar la página exacta del “Libro de la Sede” (o del Misal) que un acólito mantiene delante del sacerdote de pie (acto penitencial y oración colecta).
En un próximo artículo veremos su función en la Liturgia de la palabra, Liturgia eucarística y ritos conclusivos.

1.5.09

EL DIÁCONO: GENERALIDADES

Vamos en una serie de artículos a analizar la figura del diácono, su papel en la liturgia y su rol dentro de la misa. Diácono significa en griego servidor.
Comenzaremos diciendo que, dentro de los ministerios ordenados, hay tres grados: diaconado, presbiterado y episcopado. Ministerio ordenado significa que en el rito hay imposición de manos y que la persona que es ordenada pasa a pertenecer al orden clerical, o sea, deja de ser laico. Generalmente es un paso previo a la ordenación sacerdotal aunque existe el diaconado permanente, o sea, diáconos que permanecen en ese grado toda su vida. El Vaticano II restableció el diaconado como grado propio o permanente, no sólo como un paso más para llegar al presbiterado.
Los requisitos para acceder al diaconado son varios: ser varón, estar seguro de haber sido llamado por Dios y tener las cualidades humanas y espirituales para ser un digno ministro de la Iglesia, además de recibir la formación adecuada que será al menos de tres años de estudios pudiendo las Conferencias episcopales aumentarlos.
Es al propio obispo a quien compete decidir acerca de la ordenación de los candidatos al diaconado. Se puede ser soltero o también acceder al diaconado los varones casados. Si es soltero la edad mínima es de veinticinco años. Si el ordenado es célibe una vez ordenado se le exige celibato perpetuo.
Los candidatos deben haber recibido los tres sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Eucaristía y Confirmación. Además deben haber sido instituidos de lectores y acólitos y haber ejercido esos ministerios algún tiempo.
Su perfil es el de hombres de fe y de oración, abiertos a las invitaciones del espíritu y a las necesidades de los hombres. Los aspirantes al diaconado deben ser hombres de oración, de misa diaria, de confesión frecuente, llevar una vida familiar sólida y normal, que se proyecte como un ejemplo para los demás, destacar por su espíritu de servicio, tanto en la iglesia como en el medio social en el que vive.
Además debe ser un buen colaborador en la evangelización, debe ser un hombre con una gran madurez humana, equilibrado y con discernimiento, capaz de escuchar y de dialogar.
Si el aspirante es casado, además de las condiciones anteriores, es necesario tener al menos treinta y cinco años en el momento de la ordenación, llevar casado una serie de años y su esposa debe conocer y aceptar (o sea, dar su permiso) el camino que desea iniciar el marido, así como que sus hijos puedan comprender, según su capacidad, la vocación de su padre. Asimismo acepta que, en caso de viudez, no puede volver a casarse. Debe ser, junto a su esposa, ejemplo viviente de la fidelidad e indisolubilidad del matrimonio cristiano, impulsando una auténtica espiritualidad familiar. No deben olvidar que la vida familiar es una de sus fuentes privilegiadas de santificación. Así entonces, las esposas de los diáconos tienen un papel de primera importancia en la vocación de su marido. Ambos deberán apoyarse, ayudarse y crecer juntos en la vida espiritual.
El diácono debe velar por mantener un sano equilibrio entre las obligaciones propias, por un lado laborales, de esposo y padre por otra y con la misión pastoral encomendada.
Su vestidura propia es el alba con la estola cruzada desde el hombro izquierdo y la dalmática, sobre todo en las ocasiones solemnes.
Hasta la restauración del diaconado permanente su papel era secundario, e incluso se podía prescindir totalmente de él. Hoy día redescubrimos la importancia de su rol en la vida de la Iglesia y de nuestro mundo.
A diferencia del laico que puede ocasionalmente “dirigir” una celebración no-eucarística y cumplir algunas funciones en la misa, el diácono puede “presidir”, en nombre de la Iglesia, algunos sacramentos y sacramentales: bautismos, testigo oficial y bendición del matrimonio, exequias, ejercicios piadosos, además puede “pastorear” en cierto modo comunidades cristianas
(evangelización, catequesis, ministerio de la caridad). No hay duda de que en estos últimos años, nos hemos dado cuenta de su aporte extraordinario para la vitalidad de nuestra Iglesia. Las parroquias que cuenten con un diácono pueden considerarse felices.
El diácono se dice que está ordenado “ad Librum et ad Calicem”.
En un próximo artículo analizaremos más en detalle en que consiste su papel y cuales son sus competencias referidas a la liturgia.

26.4.09

EL VIÁTICO

La palabra “Viático proviene del latín “via”, o sea, camino, y significa «provisiones para el viaje que se va a emprender». Así lo entendían los romanos.
En la liturgia católica el Viático consiste en administrar la comunión, bajo las dos especies a ser posible, a los moribundos como ayuda para celebrar la Pascua definitiva. Así pues, a los que van a dejar la vida terrena la Iglesia les ofrece un alimento espiritual para su pascua, la comunión, llamada en esta ocasión Viático. La Unción es un sacramento específico para los enfermos de cierta gravedad, no para moribundos como pueda pensarse. El Viático sí que es específico para los moribundos, siempre a condición de que estén lúcidos con las limitaciones propias de su estado.
El ministro adecuado para impartir, tanto la Unción de enfermos como el Viático, sería el párroco o su vicario, el capellán correspondiente o el superior de una comunidad religiosa pero por causa razonable o en caso de necesidad podría hacerlo cualquier sacerdote, informando posteriormente al ministro específico.
No debe confundirse el Viático con llevar la comunión a los enfermos, que ahora en tiempo pascual se realiza en algunos casos solemnemente con procesión eucarística.
Desde los primeros siglos fue una costumbre muy valorada el que a los cristianos en peligro cercano de muerte se les diera la comunión eucarística, recomendándolo el Concilio de Nicea (año 325): “que si alguno va a salir de este mundo, no se le prive del último y más necesario viático”. La consigna de que no se les deje marchar sin el consuelo del Viático se ha mantenido hasta la actualidad
También ahora sigue teniendo óptimo sentido esta comunión en forma de Viático. Cristo es el camino «via» y a la vez el pan de la vida, el alimento verdadero. Como el cristiano empezó su vida cristiana incorporándose a Cristo por medio del Bautismo, así termina su etapa terrena incorporándose a Cristo en su muerte y resurrección, por medio de la Eucaristía: esto les ayuda a celebrar definitivamente su Pascua, la salida de esta vida y el paso a la definitiva.
Recibida en este momento de paso hacia el Padre, la comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo tiene una significación y una importancia particulares. Es semilla de vida eterna v poder de resurrección, según las palabras del Señor: “el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn 6,54). La comunión recibida como Viático ha de ser tenida como un signo especial de participación en el misterio que se celebra en el sacrificio de la misa, esto es, en la muerte del Señor y su tránsito al Padre.
El Concilio Vaticano II encargó que además de los ritos separados de la Unción de enfermos y del Viático, se redáctese un Ordo continuado según el cual se administrase la Unción de enfermos después de la confesión y antes de la recepción del Viático. En el “Ritual de la Unción y de la Pastoral de enfermos” se ofrecen textos para la celebración. El Viático debe administrarse, si es posible, dentro de la Misa que puede decirse en o cerca de la habitación del enfermo y comenzando con la aspersión de agua bendita al principio como recuerdo del bautismo. Tras la Liturgia de la Palabra el moribundo realiza, si puede, la profesión de fe con la forma dialogada del Bautismo. Al recibir la comunión el ministro añade las siguientes palabras: “Él mismo te guarde y te lleve a la vida eterna”. En la bendición, el celebrante debe añadir la indulgencia plenaria o el perdón apostólico.
Si la persona moribunda no está confirmada cualquier sacerdote puede administrarle el sacramento de la Confirmación y seguidamente la Unción de enfermos. Se usaría el rito llamado “continuo” cuando el sacerdote se da cuenta de que debe administrar todos los sacramentos para beneficio del moribundo.
En cualquier caso no debe darse la comunión en los siguientes casos
* si la persona no puede deglutir. En este caso puede dársele algunas gotas de la sangre de Cristo, si es que puede recibirlas
* si está inconsciente
* si se encuentra en un estado de enajenación irracional de tal forma que pudiese rechazar el sacramento.
Si puede comulgar, con dificultad, no hay inconveniente en darle una pequeña porción de la Hostia y darle agua después.
Terminamos con algunos consejos prácticos. Para los familiares: los que tienen a su cargo al moribundo y prevén cercano el fallecimiento deben comunicarlo a su párroco para que esté sobre aviso y acuda en cuando pueda y tomar algún teléfono o referencia para avisar en caso de agravamiento súbito.
Para los sacerdotes: no deben retrasar demasiado el Viático a los enfermos; quienes ejercen la cura de almas han de vigilar diligentemente para que los enfermos lo reciban cuando tienen aún pleno uso de sus facultades. Ningún católico, menos aún si ha sido practicante, debería abandonar esta vida terrena sin el consuelo del Viático.


17.4.09

LOS SANTOS OLEOS. EL CRISMA

Los santos oleos, que se bendicen o consagran en la Misa crismal matutina del Jueves Santo por el obispo, son de tres clases: el crisma, el óleo de los catecúmenos y el óleo de los enfermos. Esa misa crismal debe ser concelebrada. La sustancia de los óleos debe ser de aceite de oliva o de otros aceites vegetales si es difícil conseguir el de oliva. Al crisma se le añada algún bálsamo o aroma para obtener una fragancia simbólica y también por motivos prácticos: para distinguirlos de los otros óleos.
La preparación del crisma se puede hacer privadamen­te antes de su consagración, o bien hacerla el obispo en la misma acción litúrgica. La consagración del crisma es de competencia exclu­siva del obispo, sólo en caso de necesidad podría hacerlo un presbítero pero siempre dentro de la celebración del sacramento. Los párrocos tienen la obligación de recoger y custodiar dignamente los santos óleos para su uso en los sacramentos en los que se precisan.
La liturgia cristiana ha aceptado el uso del Antiguo Tes­tamento, cuando eran ungidos con el óleo de la consagra­ción los reyes, sacerdotes y profetas, ya que ellos prefigu­raban a Cristo, cuyo nombre significa «el Ungido del Se­ñor». Del mismo modo se significa con el santo crisma que los cristianos, injertados por el bautismo en el misterio pas­cual de Cristo, han muerto, han sido sepultados y resuci­tados con él, participando de su sacerdocio real y proféti­co, y recibiendo por la confirmación la unción espiritual del Espíritu Santo, que se les da.
El crisma se consagra, los otros óleos solamente se bendicen. Hay que aclarar antes de seguir que no es lo mismo bendecir (bene-dicere, o sea desear algo bueno) que consagrar (hacer sagrada una cosa).
La palabra “crisma” es griega y denomina un ungüento aromático mezcla de aceite y bálsamo oloroso. Su etimología proviene de “chrio”, ungir, que ha dado origen al término “Cristos” que significa ”El Ungido”. De ahí deriva la palabra Cristo, con la que designamos al Salvador.
El sacerdote encargado de su custodia debe velar para que se renueve cada año. Los óleos del año anterior deben quemarse o si sobran en gran cantidad pueden consumirse en alguna lámpara. No obstante, si no hubiese disponible el del año, el sacramento impartido con él sería válido.
¿Cuándo se usa el santo crisma? El crisma, que es bendecido y consagrado por el obispo se utiliza para el sacramento del bautismo. Con este crisma son ungidos los nuevos bautizados en la coronilla tras el baño del agua. También son signados en la frente los que reciben la confirmación para significar la donación del Espíritu. En la ordenación de presbíteros y obispos se ungen las manos de los presbíteros y la cabeza de los obispos. Por último con el crisma se ungen las paredes y los altares en el rito de la consagración de iglesias.
Con el óleo de los catecúmenos se preparan y disponen para el bautismo los mismos catecúmenos. Este óleo extiende el efecto de los exorcismos, para que los bautizandos reciban la fuerza pa­ra renunciar al diablo y al pecado, antes de que se acerquen y renazcan de la fuente de la vida.
Con el óleo de los enfermos, en el rito hoy llamado de Unción de enfermos y antes extremaunción, és­tos son aliviados en sus enfermedades. Es diferente del Viático, conceptos ambos que abordaremos en un próximo artículo.
El óleo de los enfermos re­media las dolencias de alma y cuerpo de los enfermos, pa­ra que puedan soportar y vencer con fortaleza el mal, y conseguir el perdón de los pecados. No sólo está indicado para los moribundos: también es aconsejable ungir a los enfermos graves o ancianos ya muy deteriorados en su salud. Lo anterior implica que puede recibirse más de un vez, si hay mejoría y posterior agravamiento.
Según la costumbre tradicional de la liturgia latina la bendición del óleo de los enfermos se hace antes de fi­nalizar la Plegaria eucarística; la bendición del óleo de los catecúmenos y la consagración del crisma tiene lugar después de la comunión. Por razones pastorales, se puede hacer todo el rito de la bendición después de la liturgia de la Palabra.


6.4.09

EL DOMINGO DE RAMOS

En el domingo de Ramos, tal como el Misal indica, la Iglesia recuerda la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar su misterio pascual. Las dos fases del misterio de Cristo aparecen con un relieve especial en la liturgia de este día y conviene presentarlas como partes indisolubles de un todo: el aspecto triunfal en la procesión y el aspecto pasionario en la Eucaristía.
Este domingo tiene unas peculiaridades litúrgicas muy concretas y llamativas que los distinguen de otros domingos, fundamentalmente explicitadas en la procesión de ramos y en la lectura de la Pasión.
El recuerdo de la entrada de Cristo en Jerusalén para la plenitud de su pascua se puede hacer de tres maneras:
* Procesión y entrada solemne antes de la misa principal.
* Entrada solemne, sin procesión, antes de la misa a la que asiste gran concurso de fieles.
* Entrada simple, sin bendición de ramos.
El color litúrgico de los ornamentos es el rojo. El sacerdote puede realizar la procesión con capa pluvial, que se quitará al comenzar la Misa.
Vamos en este artículo a comentar la forma más solemne, con procesión.
LA PROCESIÓN
El rito comienza con la bendición de los ramos. Los ramos no se reparten, ni siquiera al clero ni autoridades. El pueblo debe cogerlos por sí mismos en un sitio adecuado y tenerlos en las manos para su bendición desde el comienzo del rito. Los ramos no se inciensan; solamente se asperjan con agua bendita en silencio. Una vez que el pueblo tiene los ramos el sacerdote, al llegar, saluda al pueblo y tras una oración rocía los ramos con agua bendita, sin decir nada. A continuación se proclama el Evangelio que narra la entrada del señor, según el ciclo que corresponda.
Sería oportuno tener una breve homilía después de la lectura que narra la entrada de Jesús en Jerusalén. Es­ta homilía daría sentido a esa parte primera de la celebra­ción.
Acto seguido comienza la procesión. Ante todo decir que la procesión de Ramos es la procesión litúrgica más importante de toda la Semana Santa, de ahí que revista una importancia es­pecial. Esta procesión debe ser manifestación perfecta de la fe del pueblo en su salvador; por eso cobran relieve im­portante las aclamaciones y cantos que exteriorizan esa fe en Jesucristo, muerto y resucitado.
El turiferario abre marcha y tras él va la cruz con ciriales, sacerdote, ministros y toda la asamblea de fieles. El pueblo es bueno que forme un grupo compacto manifestando que es todo un pueblo el que ca­mina festivamente. Durante la procesión se cantan salmos, antífonas y el himno a Cristo Rey.
La procesión sería lo ideal que saliese de un templo o lugar adecuado hacia la iglesia en la que se va a celebrar la Misa.
Si la procesión se hace dentro de la iglesia ha de ser en un lugar separado del presbiterio, que permita así la procesión por el interior del templo. Un lugar capaz para que el sacerdo­te, los ministros y al menos una pequeña representa­ción de los fieles puedan estar dentro de él. Al igual que en la procesión, los ramos no se distri­buyen, se bendicen y se han de tener en las manos, previa­mente recogidos. Se hace la bendición de los ramos y la proclamación del evangelio, igual que en el rito con procesión.
Esta procesión por el interior de la iglesia conviene que sea por la vía principal, no por los laterales, pasando así por en medio de la asamblea, puesta en pie, que per­manece en su sitio mientras los ministros, el celebrante y la pequeña representación de fieles avanzan hacia el al­tar.

LA MISA
Este domingo tiene Misa propia, con prefacio específico.
Al llegar la procesión a la iglesia el sacerdote se quita la capa pluvial si la llevaba y venera al altar. A continuación dice la oración colecta, omitiendo todos los ritos iniciales.
Sigue la Misa de manera normal. Otra peculiaridad llega con el Evangelio. En este día se lee el relato de la Pasión del Señor, según corresponda al ciclo. Al Evangelio no se le acompaña con cirios ni incienso, ni se hace la salutación inicial ni se signa el libro. Se necesitan tres lectores: el celebrante hace de Cristo, otro de cronista y otro del resto de personajes. Se reconocen los lectores con una cruz el sacerdote, con una C el cronista o narrador y con una S el Sanedrín. Se ofrece una versión completa y otra breve. Otra peculiaridad es que, en este día y como excepción, se admite que lectores laicos proclamen el Evangelio, reservando el papel de Cristo al sacerdote. En este caso los laicos no reciben la bendición del sacerdote, que si recibirían los diáconos.
En caso de proclamarse la lectura completa se puede permitir a los fieles sentarse en algunos momentos de la narración, si su edad o circunstancias lo aconsejan. La homilía posterior debería ser necesariamente breve.
Por lo que respecta a la liturgia eucarística y ritos finales no hay novedad y se realizan como en una Misa normal. Se puede impartir la bendición solemne.
Para finalizar diremos que el nombre de este domingo es “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor” aunque por tradición se siga llamando al domingo anterior a Ramos como Domingo de Pasión, cuando su nomenclatura correcta sería Quinto Domingo de Cuaresma.

25.3.09

LOS ESTIPENDIOS DE LA MISA

Vamos a abordar este tema, aunque no sea litúrgico ya que pertenece más bien al derecho eclesiástico, al objeto de iluminar y aclarar algunas ideas sobre esta cuestion, que a veces no es bien entendida e incluso malévolamente interpretada.
Se conoce por estipendios las limosnas que los fieles ofrecen al sacerdote cuando encargan una Misa por unas intenciones concretas (difuntos generalmente u otras intenciones).
El veintidós de enero de 1991 el papa Juan Pablo II aprobó el decreto de la Congregación para el Clero que contiene las normas relativas a los esti­pendios de la Misa y ordenó su publicación, que tuvo lugar un mes después. Este decreto, basado en los cánones 945 al 958 del CDC, trataba de atajar unas prácticas consideradas erróneas al afirmar que las «intenciones colectivas» reflejan una eclesiología errónea.
Los obispos en cuyas diócesis tienen lugar estos casos han de darse cuenta de que este uso, que constituye una excepción a la vigente ley canónica, si llegara a difundirse excesivamente –incluso como conse­cuencia de ideas erróneas sobre el significado de las ofrendas destinadas a la santa Misa– debería considerarse como un abuso, que podría lle­var a que entre los fieles se pierda la costumbre de ofrecer estipendios para la celebración de distintas Misas, según distintas intenciones parti­culares, con lo que desaparecería un uso antiquísimo y saludable para las almas y para toda la Iglesia.

La normativa actual al respecto es la siguiente: El sacerdote está legitimado a recibir un estipendio cuando aplica la Misa por una determinada intención, recomendándoseles que apliquen las Misas por las intenciones de los fieles y sobre todo de los más necesitados, aunque no puedan en este caso cobrar estipendio alguno si la persona no puede pagarlo. De igual manera, los fieles que ofrecemos estipendios por la Misa contribuimos al bien de la Iglesia.
¿Qué normas se deben seguir?
* En primer lugar se debe evitar “hasta la más pequeña apariencia” de negociación o comercio.
* Se ha de aplicar una Misa distinta por cada intención para la que ha sido ofrecida y se ha aceptado un estipendio, aun­que sea pequeño. Por eso, el sacerdote que acepta el estipendio para la celebración de una santa Misa por una intención particular, está obliga­do ex iustitia a cumplir personalmente la obligación asumida (canon 949) o a encomendar a otro sacerdote el cumplimiento de la obligación, conforme a lo que prescribe el derecho (cánones 954-955), si él realmente no puede hacerlo.
* No pueden pues, y violan, por tanto, esta norma debiendo responder de ello en con­ciencia, los sacerdotes que recogen indistintamente estipendios para la cele­bración de Misas de acuerdo con intenciones particulares y, acumulándolas sin que los oferentes lo sepan, las cumplen con una única santa Misa celebrada según una intención llamada «colectiva».
* Si podría hacerse si los oferentes tienen conocimiento de ello y dan su conformidad. De este modo si sería lícito satisfacer esas intenciones con una única Misa, aplicada por la intención «colectiva».
* Los sacerdotes que reciban un gran número de ofrendas para inten­ciones particulares de santas Misas, por ejemplo: con ocasión de la con­memoración de los fieles difuntos, o en otras circunstancias, y no pue­dan cumplirlas personalmente dentro del año en lugar de rechazarlas, frustrando así la piadosa voluntad de los oferentes y apartándolos de su buen propósito, deben pasarlas a otros sacerdotes o al Ordinario (cánones 954, 955 y 956). No es lícito tampoco aceptar estipendios para celebrar Misas personalmente si no puede celebrarlas en el plazo de una año.
* Los párrocos o rectores de un templo, sean regulares o seculares tienen la obligación de llevar en un libro las notas de las Misas que se han de celebrar, la intención, el estipendio y el cumplimiento del encargo.
* Compete a los obispos de cada provincia eclesiástica fijar por decreto el estipendio que corresponde para celebración de la Misa. Bajo ningún caso es lícito que el sacerdote pida una cantidad mayor, aunque si puede recibirla si el oferente lo hace espontáneamente. También puede recibir una cantidad menor.
* Para finalizar diremos que el sacerdote que celebre más de una Misa el mismo día puede aplicar las intenciones para los que se ha ofrecido el estipendio, aunque sólo debe quedarse con el estipendio de una Misa, destinando el resto a los fines determinados por su obispo. Se exceptúa de esta norma el día de Navidad. Si concelebra una segunda Misa en ningún caso puede recibir por ella estipendio alguno.
Según el Decreto publicado en el BOAS de febrero de 2006 (Pag 171) los obispos de la Provincia Eclesiástica de Sevilla establecen como referencia la aportación de los fieles en la cantidad de ocho euros para las Misas manuales (las normales, para entendernos) y trescientos euros para las gregorianas.

12.3.09

EL CULTO A LAS RELIQUIAS

Antes de desarrollar la cuestión es preciso aclarar las clases de culto que la Iglesia rinde: el de LATRíA o de adoración, el de HIPERDULíA y el de DULíA o de veneración.

El culto de Latría (adoración) es exclusivo de Dios. Sólo Dios puede ser adorado y sólo Cristo, Dios hecho hombre, es el Salvador. El mismo Cristo nos lo dijo: "Adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él darás culto.
El culto de Hiperdulía (la Dulía llevada al máximo extremo) es exclusivo de la Virgen María y nace como una necesidad de poner el culto a la Santísima Virgen en un lugar privilegiado, por encima del debido a los santos y al límite de la adoración, pero sin llegar a la Latría. El punto de inflexión del culto a la Virgen lo constituye el Concilio de Éfeso, al proclamar a María como Madre de Dios.
El culto de Dulía (veneración) es el propio de los Santos, personas que por su probada heroicidad en el ejercicio de las virtudes cristianas la Iglesia nos los pone como ejemplo a seguir subiéndolos a los altares. Al patriarca bendito san José se le considera el primero de los santos, dedicándosele un culto de protodulía. Sin duda que en los orígenes del culto a los santos está la influencia profunda y ejemplar de los mártires. De ellos celebramos su dies natalis, o sea, el día en que nacen para la eternidad, día de su martirio. Dentro de este apartado se encaja el culto a las reliquias.
Así pues, un aspecto fundamental de la religiosidad popular es sin duda la veneración a las reliquias de los santos, que fueron un elemento motor muy importante de movimientos de peregrinación. Verdaderas o falsas, las reliquias fundamentan en todos los fieles una de las más firmes creencias de todas las épocas. Expresión del favor divino que los santos gozaron ya en vida, sus restos corporales y objetos de uso cotidiano tienen para cualquier fiel una "virtus" de carácter taumatúrgico incontestable. Mas de ahí también la importancia de su posesión, que desató en época medieval una verdadera fiebre por las reliquias en las que los factores políticos y económicos tuvieron gran importancia.

El documento más reciente sobre este tema es el “Directorio sobre la religiosidad popular y la liturgia”, publicado a fines de 2001. Allí se nos recuerda que, de acuerdo con el Concilio Vaticano II “la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias auténticas”.

Dentro de las reliquias existen categorías. En primer lugar las reliquias más apreciadas son las que se relacionan con Cristo, destacando las de la Vera Cruz (Lignum Crucis), al igual que el sudario y clavos de la pasión.

De las reliquias de los santos destaca en primer lugar el cuerpo -o partes notables del mismo- En segundo lugar se veneran objetos que pertenecieron a los santos: utensilios, vestidos, manuscritos y objetos que han ­estado en contacto con sus cuerpos o con sus sepulcros como estampas, telas de lino y también imágenes veneradas.

Es costumbre poner reliquias de santos en el altar mayor. Hoy en día el ritual prevé que el altar es consagrado por el obispo. Y en el lugar donde sobre el altar descansan generalmente los signos eucarísticos del cuerpo y la sangre de Cristo, se abre una cavidad donde el obispo deposita las reliquias que luego son cubiertas con una piedra lisa de manera que forma un nivel plano con la mesa del altar. Esta piedra es fijada con argamasa.

El Mlisal Romano confirma la validez del de colocar bajo el altar, que se va a dedicar, reliquias de los santos, aunque no sean mártires. Ahora bien, una correcta pastoral sobre el tema exige cumplir varias condiciones:

* asegurar su autenticidad. En caso de duda razonable sobre su autenticidad deben, prudentemente, retirarse de la veneración de los fieles.

* impedir el excesivo fraccionamiento de las reliquias, de forma que se falte el respeto debido al cuerpo –las normas litúrgicas advierten que las reliquias deben ser de un tamaño tal que se puedan reconocer como partes del cuerpo humano–

* advertir a los fieles para que no caigan en la manía de coleccionar reliquias

* vigilar para que se evite todo fraude, comercio y degeneración supersticiosa.

Las diversas formas de devoción popular a las reliquias de los santos, como el beso de las reliquias, adorno con luces y flores, bendición impartida con las mismas, sacarlas en pro­cesión, sin excluir la costumbre de llevarlas a los enfermos para confortarles y dar más valor a sus súplicas para obtener la curación, se deben realizar con gran dignidad y por un au­téntico impulso de fe. En cualquier caso, se evitará exponer las reliquias de los santos sobre la mesa del altar: ésta se reserva al Cuerpo y Sangre del “Rey de los mártires”.

Terminamos recordando lo que el CDC dispone sobre la cuestión. En su Canon 1186 dice: "La Iglesia promueve el culto verdadero y auténtico de los santos, con cuyo ejemplo se edifican los fieles, y con cuya intercesión son protegidos. "Y en el Canon 1237, en su § 2, se manda: "Debe observarse la antigua tradición de colocar bajo el altar fijo reliquias de Mártires o de otros Santos, según las normas litúrgicas". El Canon 1190 prohíbe taxativamente enajenar o trasladar de manera permanente reliquias o imágenes de gran devoción popular.

En definitiva, los cristianos precisamos de signos concretos para expresar nuestra fe, y mediante esta veneración de las reliquias, bien de Cristo, bien de los santos nos afirmamos también en nuestra creencia en la resurrección de la carne.