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17.2.09

PROPUESTAS DEL SÍNODO DE LA PALABRA CON REPERCUSIONES LITÚRGICAS

Hacemos un descanso en la serie de artículos dedicados al papel del obispo en la celebración eucarística para fijarnos hoy en el Sínodo de la Palabra.
Durante los días cinco al veintiséis de octubre de 2008 tuvo lugar la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos que tuvo como tema "La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia". Participaron 253 padres sinodales representantes de 113 conferencias episcopales, de trece Iglesias orientales católicas “sui iuris”, los responsables de los veinticinco dicasterios de la Curia Romana y diez representantes de la Unión de los Superiores Generales. También asistieron 41 expertos y 37 auditores. Entre los expertos había seis mujeres y diecinueve entre las auditoras, una más que los auditores. De sus conclusiones, dadas a conocer el día anterior a la clausura, vamos a analizar las que tienen repercusión litúrgica, contenidas en el capítulo denominado “La Palabra de Dios en la vida de la Iglesia”.
Palabra de Dios y Liturgia
Los Padres Sinodales afirman que la Liturgia constituye el lugar privilegiado en el que la Palabra de Dios se expresa plenamente” y que “el misterio de salvación narrado en la Sagrada Escritura encuentra en la Liturgia el propio lugar de anuncio, escucha y realización”. Por eso piden que:
- El libro de la Sagrada Escritura, incluso fuera de la acción litúrgica, tenga un puesto visible y de honor en el interior de la iglesia. Eso implica que los leccionarios y Evangeliarios deben cuidarse y tratarse con sumo respeto.
- Se anime al uso del silencio después de la primera y la segunda lecturas, y terminada la homilía. Se trata pues de favorecer unos momentos de meditación personal.
- Se pueden prever también celebraciones de la Palabra de Dios centradas en las lecturas dominicales.
- Las lecturas de la Escritura deben ser proclamadas utilizando los libros litúrgicos dignos que serán tratados con el más profundo respeto. La costumbre de leer sobre un papel debería pues ser anulada.
- Se valorice el Evangeliario con una procesión precedente a la proclamación, sobre todo en las solemnidades.
- Se ponga en evidencia el rol de los servidores de la proclamación: lectores y cantores.
- Sean formados adecuadamente los lectores y lectoras de modo que puedan proclamar la Palabra de Dios en forma clara y comprensible, al mismo tiempo que son invitados a estudiar y testimoniar con la vida aquello que leen.
- Se proclame la Palabra de Dios en forma clara, teniendo familiaridad con la dinámica de la comunicación.
- No sean olvidadas aquellas personas para las cuales es difícil la recepción de la Palabra de Dios, como aquellos que tienen dificultades visuales y auditivas (atención a las minusvalías).
- Se haga un uso competente de los instrumentos acústicos (megafonía adecuada).
Finalmente se recuerda “la grave responsabilidad que tienen quienes presiden la Santa Eucaristía para que nunca sean sustituidos los textos de la Sagrada Escritura con otros textos”. Las lecturas no pueden ser cambiadas a capricho y menos aún sustituidas por lecturas no testamentarias.
Sobre la Homilía, que recordamos también forma parte de la Liturgia de la Palabra, se afirma que “debería haber homilía en todas las Misas cum populo, incluso durante la semana. Es necesario que los predicadores (obispos, sacerdotes, diáconos) se preparen en la oración para predicar con convicción y pasión”. Además, “la homilía debe estar nutrida de doctrina y transmitir la enseñanza de la Iglesia para fortificar la fe, llamar a la conversión en el marco de la celebración y preparar a la realización del misterio pascual eucarístico”. Por último, en continuidad con Sacramentum Caritatis, los Padres Sinodales desean “un Directorio sobre la homilía que debería exponer, junto a los principios de la homilética y del arte de la comunicación, el contenido de los temas bíblicos que se presentan en los leccionarios en uso”. En muchos casos en las homilías actuales sobra moralina, opiniones subjetivas del pensamiento del sacerdote sobre política o sociedad, que pueden ser expuestas en otro lugar, o comentarios de actualidad.
Sobre el Leccionario se recomienda “un examen del Leccionario romano para ver si la actual selección y ordenación de las lecturas es verdaderamente adecuada a la misión de la Iglesia en este momento histórico. En particular, el vínculo de la lectura del Antiguo Testamento con la perícopa evangélica debería ser reconsiderado de modo que no implique una lectura demasiado restrictiva del Antiguo Testamento o la exclusión de algunos pasajes importantes”. Es cierto que hay algunas lecturas “duras” aunque se hagan en días feriales y asimismo a veces, por encajar las lecturas con el Evangelio se puede forzar algo.
Ministerio de la Palabra y mujeres.
Luego de reconocer y animar “el servicio de los laicos en la transmisión de fe” y especialmente de las mujeres, quienes tienen “un rol indispensable sobre todo en la familia y en la catequesis”, los Padres Sinodales manifiestan el deseo de que “el ministerio del lectorado se abra también a las mujeres de modo que, en la comunidad cristiana, sea reconocido su rol de anunciadoras de la Palabra”. Esta recomendación es muy importante para que en un futuro, esperemos que cercano, las mujeres puedan ser lectoras instituidas, ministerio que muchas ya ejercen de hecho aunque no de derecho. Esta recomendación es de lo más novedoso e importante a mi parecer.
Celebraciones de la Palabra de Dios
Los Padres Sinodales afirman que “la celebración de la Palabra es uno de los lugares privilegiados de encuentro con el Señor” y recomiendan que se formulen rituales para estas celebraciones, “basándose en la experiencia de las Iglesias en las cuales los catequistas formados conducen habitualmente las asambleas dominicales en torno a la Palabra de Dios. Su objetivo será evitar que estas celebraciones sean confundidas con la Liturgia Eucarística”. Aclaramos que esas celebraciones son las que se realizan en ausencia del presbítero, en comunidades en los que el sacerdote no puede acudir por diversas causas y un laico autorizado dirige la celebración.
Finalmente, también piden que “las peregrinaciones, las fiestas, las diversas formas de piedad popular, las misiones, los retiros espirituales y días especiales de penitencia, reparación y perdón, sean una oportunidad concreta ofrecida a los fieles para celebrar la Palabra de Dios e incrementar su conocimiento”. En definitiva, que no haya celebración sin el alimento de la Palabra, al igual que ocurre en la celebración de todos los sacramentos.

9.2.09

EL PAPEL DEL OBISPO EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA II

Hemos visto en el anterior artículo el recibimiento al obispo y los momentos previos. Ahora analizamos su papel dentro de la celebración eucarística, tanto en los ritos introductorios como en la Liturgia de la palabra.
Se inicia con la procesión de entrada, que da comienzo a una señal del maestro de ceremonias. El orden de la procesión es el mismo que en una Misa solemne. La abre la Cruz patriarcal alzada, cuando preside el obispo titular. Digamos a modo de curiosidad que en la liturgia de la catedral de Sevilla, el crucificado que lleva la Cruz patriarcal mira al obispo si preside el metropolitano. Lo habitual es que mire hacia delante.
Los concelebrantes preceden inmediatamente al obispo, que lleva mitra y báculo en la mano izquierda con la parte redondeada mirando al pueblo y la mano derecha sobre el pecho. Los dos diáconos ayudantes van un poco por detrás del obispo, seguidos del portador del báculo y el de la mitra.
Al llegar al presbiterio, el obispo entrega el báculo al diácono ayudante, situado a su izquierda el cual a su vez se lo entrega al acólito adecuado. El obispo se inclina hacia adelante y el primer diácono ayudante que se encuentra a su derecha (o el maestro de ceremonias) le quita la mitra y se la entrega al portador de la mitra. Todos hacen una reverencia profunda al altar o una genuflexión si el sagrario está en el presbiterio.
Solamente el obispo y los diáconos besan el altar. Luego, el obispo inciensa el altar como de costumbre. El primer diácono ayudante toma el incensario y lo entrega al obispo. Una vez acabada la incensación, el obispo entrega el incensario al diácono que, a su vez, lo da al turiferario. Los diáconos ayudantes (o los concelebrantes) avanzan a ambos lados del obispo durante la incensación; también cuando, al acabar, el obispo se dirige a la cátedra.
El obispo puede entonar como saludo: «La paz esté con vosotros». En los domingos, la bendición y la aspersión del agua bendita puede sustituir al rito penitencial.
En cuanto a los sitios a ocupar, los diáconos ayudantes (o los dos concelebrantes) ocupan los asientos situados a ambos lados de la cátedra del obispo. Al diácono de la Misa se le asigna un lugar distinto, nunca entre los con­celebrantes. La Misa solemne continúa como de costumbre.
Tras la oración colecta el obispo se sienta y el segundo diácono o el maestro de ceremonias le pone la mitra. La mitra se le pone situándose de cara al obispo y, sosteniéndola con ambas manos, con las ínfulas sostenidas por los dedos, con cuidado de no descolocar el solideo.
El incienso se prepara, como es costumbre, antes del Evangelio. El primer diácono ayudante (a la derecha del obispo) se encarga de la nave­ta y de la cucharilla. El diácono de la Misa (o diácono de la Palabra) se acerca para recibir la bendición. Un concelebrante que actuase como diá­cono también se acercaría a recibir la bendición del obispo. El segundo diácono ayudante le quita la mitra al obispo que se levanta cuando el diácono de la Misa lleva el Evangeliario al ambón.
El acólito trae el báculo. En el momento en que el diácono anuncie el Evangelio, el segundo diácono ayudante entrega el báculo al obispo que puede sostenerlo con ambas manos. Al terminar la proclamación del Evangelio, el obispo entrega de nuevo el báculo. El diácono que ha leído el Evangelio debe llevar el Evangeliario abierto al obispo para que bese el texto. El obispo puede bendecir al pueblo con el Evangelario. Después, el diácono se lo lleva al ambón.
El obispo se sienta para pronunciar la homilía. El diácono encargado o ayudante le pone la mitra. El obispo puede predicar de pie o sentado, desde la cátedra o en el ambón. Puede sostener el báculo con la mano izquierda, si lo ve oportuno. Al terminar la homilía se le quita la mitra para entonar el Credo. Después preside la Oración de los fieles y al finalizar se sienta y recibe de nuevo la mitra, para dar comienzo a la liturgia eucarística, que veremos en otro artículo.

2.2.09

EL PAPEL DEL OBISPO EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA I

En una serie de artículos vamos a analizar la función y papel del obispo en la celebración eucarística. En este primer artículo veremos los ministros necesarios para la celebración y los momentos previos.
El obispo, cuando preside la celebración eucarística, hace que su Iglesia particular sienta el ministerio del pastor principal, que congrega al clero y al pueblo en unidad de apostolado.
La forma más solemne de la Misa episcopal es la llamada “Misa estacional” tradicionalmente llamada “Misa pontifical” sobre todo cuando la celebra en su catedral en los días más solemnes de año litúrgico o en ocasiones importantes de la vida diocesana. A esta Misa nos vamos a referir.
Cuando oficia el obispo se precisan más ayudantes que la Misa que oficie un presbítero. Debe haber al menos tres diáconos –ministros tradicionalmente asociados al obispo–, uno para servir el altar y proclamar el Evangelio y otros dos más cercanos como ayudantes inmediatos del obispo. En su defecto el papel diaconal lo desempeñarían presbíteros concelebrantes. Los presbíteros concelebrantes no deben faltar y si la catedral tiene Capítulo deberían concelebrar el deán y algunos canónigos. Tampoco debe faltar un maestro de ceremonias para dirigir los ritos. Hay que sumar a los acólitos habituales para la procesión de entrada (turiferario, naveta, crucífero, ceroferarios en mayor número) dos acólitos ministros del báculo y la mitra con humerales detrás del obispo. El ministro del báculo se situará a la izquierda (el obispo porta el báculo con su mano izquierda con la parte curva superior redondeada hacia el pueblo) y el de la mitra a la derecha. Si participan más obispos, sólo el metropolitano portará báculo y ocupará la cátedra. Es muy aconsejable que las lecturas las hagan lectores instituidos a ser posible, para así poner de manifiesto la variedad de ministerios y la pluralidad de oficios.
Se puede seguir la tradición romana de siete acólitos portando luces, significando las siete iglesias primitivas. Estas luces se colocan posteriormente en el altar o cerca.
La recepción al obispo puede hacerse de varias formas. Describimos la forma más ceremoniosa. El obispo debe llevar hábito coral o sotana púrpura con faja. En los días más señalados del año litúrgico, solemnidades o visitas pastorales debe ser recibido formalmente en las puertas de la catedral o templo de la siguiente manera: el deán o representante –párroco si es visita pastoral– le espera en la puerta adecuada, acompañado de un acólito que porta el acetre con agua bendita e hisopo. Se inclina ante el obispo y le entrega el hisopo. El obispo, tras quitarse la birreta y el solideo se asperge a sí mismo y a sus acompañantes. Si hay aspersión en la Misa este rito se omite.
Los canónigos –o clero– le han esperado en el interior de la catedral en fila de dos. Se dirigen procesionalmente primeramente al lugar donde esté reservado el Santísimo. Allí el obispo, tras quitarse el solideo, hace genuflexión y reza, acompañado de sus más cercanos colaboradores, durante un breve tiempo. Al terminar y tras colocarse de nuevo el solideo se dirige a la sacristía donde los diáconos y ayudantes ya deben estar revestidos.
El obispo se quita la cruz pectoral, la muceta y el roquete. Dos ayudantes le traen un aguamanil, jofaina y toalla, haciendo la reverencia que está indicada siempre que se le sirve al acercarse, al alejarse o si se pasa delante de él. Al acabar de lavarse las manos, el obispo se reviste. El derecho a la llamada “pontificalia completa”, o sea, a portar todos los signos pontificales, está reservada al obispo diocesano.
El obispo se pone alba y estola, sobre ellas la cruz pectoral con cordón verde y dorado. Bajo la casulla lleva la dalmática episcopal. El obispo metropolitano llevará, además, el palio sobre la casulla, sólo en la Misa solemne, en las ordenaciones, dedicaciones de iglesias o altares y otras ocasiones. En la cabeza mitra sobre el solideo. Hay varias clases de mitra, según las ocasiones y tiempos litúrgicos. Si participan otros obispos, además de los ornamentos propios de un presbítero, llevarán la cruz pectoral bajo la casulla y una mitra sencilla.
Cuando todo está dispuesto y a una señal del maestro de ceremonias se inicia la procesión de entrada, que trataremos en otro artículo
Terminamos aclarando dos cosas: cuando decimos que el obispo se quita el solideo, mitra u otra prenda se entiende que lo hace un ayudante. Además, no confundir la palabra palio con lo que seguramente cualquier cofrade piensa: el palio episcopal en una tira de tela de lana blanca a modo de estola que se coloca alrededor del cuello con tiras sobre el pecho y la espalda decorada con seis cruces negras. Lo llevan los arzobispos metropolitanos y el papa significando el buen pastor que porta a sus ovejas y que da su vida por ellas.