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24.4.10

ICONOGRAFÍA DE LOS EVANGELISTAS Y APÓSTOLES I

Vamos en dos artículos de temática no litúrgica a abordar los símbolos con los que se representan a los cuatro evangelistas y a los doce apóstoles. Conocer su símbolo parlante, o sea, su signo distintivo, nos ayuda a identificarlos en retablos, cartelas, imágenes y pinturas.

Comenzamos por los evangelistas. En primer lugar decir que es frecuente la representación de los cuatro símbolos acompañando a Cristo en el Pantocrátor, rodeándole formando el Tetramorfos (cuatro formas), muy propio del románico y del gótico.

A San Mateo se le representa por un ángel que le inspira la escritura de su evangelio o por un hombre, porque nos presenta en el primer capítulo de su evangelio la genealogía humana de Jesús. Simboliza el Nacimiento y en el tetramorfos se sitúa arriba y a la derecha de Cristo.

San Marcos se representa por un león porque su Evangelio comienza con la predicación de Juan el Bautista, comparado al rugido del león del desierto. Simboliza la Resurrección y se sitúa a la derecha de Cristo, debajo del ángel. Es titular de la hermandad servita.

San Lucas es representado por un toro porque su Evangelio comienza con el sacrificio que oficia el sacerdote Zacarías (padre de Juan el Bautista). El toro es animal de sacrificios y Lucas trata extensamente el sacrificio de Cristo en la Cruz. Se sitúa a la izquierda de Cristo. Sobre San Lucas existe la tradición de que pintó a la Virgen, por lo que es el patrón de los pintores. Simboliza la Pasión. Es titular de la Hermandad de la Redención.

San Juan Evangelista es representado por un águila porque en su prólogo sabe volar más alto que estas aves, consideradas como las que vuelan más alto. El Evangelio de San Juan está considerado como el de más altura espiritual. Se sitúa a la izquierda de Cristo, encima del toro. Ampliamos más adelante al tratarlo como apóstol.

En cuanto a los apóstoles:

San Pedro, representado con una llave en la mano por ser quien tendrá las llaves para “atar y desatar”. A veces también lleva un gallo, por las negaciones que hizo de conocer a Jesús. Su símbolo apostólico es una cruz invertida (murió crucificado boca abajo) y dos llaves cruzadas: una de oro (poder de absolución) y otra de plata (poder de excomunión).

San Andrés lleva como símbolo la cruz en aspa (cruz de San Andrés) en la que fue atado hasta morir. También se usa un símbolo de dos peces cruzados, por ser pescador.

Santiago el Mayor es representado por una concha de vieira colgada al cuello, con callado y calabaza (ropaje de peregrino). Su símbolo apostólico es tres caparazones de crustáceo, por su peregrinación por el mar. La tradición nos lo presenta enterrado en Santiago de Compostela y como evangelizador de España.

A San Juan Evangelista, cuyo símbolo es el águila como ya vimos, se le representa con un cáliz del que sale una serpiente. Esta iconografía se debe a que Aristodemus, el sumo sacerdote de Diana en Efeso, lanzó un reto a San Juan para que bebiese de una copa que contenía un líquido envenenado. El Apóstol tomó el veneno sin sufrir daño alguno y, a raíz de aquel milagro, convirtió a muchos, incluso al Sumo Sacerdote. También se le representa escribiendo el Apocalipsis en la isla de Patmos adonde fue desterrado por el emperador Domiciano o en una tina de aceite hirviendo de la que salió sin sufrir daño. Es el único apóstol que no murió mártir.

En la iconografía cofrade siempre lleva túnica verde y mantolín granate representándosele joven y generalmente con perilla. Es el patrón de la juventud cofrade, por ser considerado el más joven de los apóstoles.
Dejamos para el próximo artículo los ocho apóstoles restantes.

17.4.10

EL MINISTRO DE LA EXPOSICIÓN DE LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA

El Ritual de la Sagrada Comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa, en sus Praenotanda (números 91 y 92) dejan muy claro a quien corresponde la exposición del Santísimo.
Así, se dice que el ministro ordinario de la exposición del Santísimo Sacramento es el sacerdote o el diácono, que al final de la adoración, antes de reservar el Sacramento, bendice al pueblo con el mismo Sacramento.
Ahora bien, esta exposición no es tarea exclusiva de los ministros ordenados. En ausencia del sacerdote o diácono, o legítimamente impedidos, también pueden exponer públicamente la Santísima Eucaristía a la adoración de los fieles y reservarla después otros ministros laicos, por este orden:
En primer lugar el acólito instituido y el ministro extraordinario de la sagrada comunión, debidamente autorizado.
También pueden hacerlo algún miembro de las comunidades religiosas y de las asociaciones piadosas laicales, de varones o mujeres, dedicadas a la adoración eucarística, designados por el Ordinario del lugar. Así pues, un religioso o una religiosa pueden hacer la exposición en la capilla de su comunidad u otro lugar sagrado. Puede ser pues hombre o mujer.
Todos los citados pueden hacer la exposición abriendo el sagrario, o también, si se juzga oportuno, poniendo el copón sobre el altar o bien poniendo la hostia en la custodia (qué son las tres variedades que presenta la adoración al Santísimo además de la reserva).
Cuando termine el tiempo de la adoración el ministro que lo ha expuesto guarda el Sacramento en el sagrario.
Muy importante: A los ministros no ordenados, o sea, los laicos o religiosos no ordenados no les es lícito dar la bendición con el Santísimo Sacramento. Así pues no pueden bendecir al pueblo, tarea reservada a los ministros ordenados.
En cuanto a las vestiduras, el ministro, si es sacerdote o diácono, se reviste del alba (o la sobrepelliz sobre el traje talar) y de la estola de color blanco. Para dar la bendición al final de la adoración, cuando se haga con la custodia, el sacerdote y el diácono se ponen además la capa pluvial y el paño de hombros de color blanco; pero si la bendición se da con el copón, basta con el paño de hombros.
Si se trata de otros ministros llevarán la vestidura litúrgica tradicional: el acólito el alba con cíngulo, el religioso o religiosa sus hábitos propios y los demás un vestido que sea decoroso y no desdiga del sagrado ministerio y que el Ordinario apruebe.
Terminamos recordando que ante el Santísimo Sacramento, bien reservado o bien en pública adoración sólo se hace genuflexión sencilla y que el altar tendrá cuatro o seis cirios de los usuales en la misa, o sea, blancos generalmente (no es preciso que sean rojos).
Finalmente, cuando la exposición es en la custodia se usa el incienso, mientras que si es en el copón su uso es optativo y habrá por lo menos dos cirios.

1.4.10

EL JUEVES SANTO: PECULIARIDADES LITÚRGICAS

El Jueves santo, en la Misa vespertina, celebramos la Cena del Señor dando comienzo el Triduo pascual.
El Jueves Santo tiene varias peculiaridades litúrgicas. En primer lugar, ese día están prohibidas todas las misas sin asistencia del pueblo. Los sacerdotes que hayan concelebrado en la Misa Crismal matutina (en Sevilla se hace el Martes Santo) pueden volver a concelebrar en esta Misa. Asimismo, los fieles que hayan comulgado en la Misa Crismal pueden volver a hacerlo en la vespertina. La comunión sólo puede ese día distribuirse a los fieles dentro de la Misa ; a los enfermos se les puede llevar a cualquier hora.
Al comienzo de la Misa el sagrario debe estar completamente vacío. Este día se consagra el pan suficiente para la comunión del Jueves y Viernes Santos. Lo que la iglesia pretende con el signo del sagrario vacío y de la comunión con el pan consagrado durante este grandioso día es comunicar lo que Jesús en realidad instituyó en la última Cena cuando partió el pan y lo dio a sus discípulos diciendo: tomad y comed todos de él porque esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros
Tras la procesión de entrada la Misa comienza de la manera acostumbrada. Al llegar el Gloria suenan las campanas, que ya no volverán a sonar hasta el Gloria de la Vigilia pascual. Asimismo cesan los instrumentos y el coro canta sin acompañamiento musical. Se usa la carraca para la consagración.
Tras la homilía (que se dedicará a la institución de la eucaristía, la caridad fraterna y el sacramento del Orden) se procede al rito más llamativo: el lavatorio de los pies, que solo se hace a varones. El obispo (o quien presida), quitándose la casulla si hace falta, se acerca a los designados y ayudado por sus ministros procede, ritualmente, a lavarles los pies. Mientras, el coro entona antífonas o cantos apropiados. El lavatorio de los pies significa el servicio y el amor de Jesús que ha venido no a ser servido sino a servir. Recordemos que en occidente desde el siglo IV se realizaba el lavatorio de los pies en el rito del bautismo con el fin de que no se olvidaran que ser cristianos significa ser servidores a ejemplo de Jesús. Posteriormente comenzó a ser utilizado en los monasterios como signo de acogida a los huéspedes. Este gesto debe ser simbólico y profético, a la vez que explica el deseo de una Iglesia que a ejemplo de Jesús se hace servidora de la humanidad especialmente de los más pobres y oprimidos. El lavatorio se hace con autenticidad, no es teatro, se lavan, se secan y se besan los pies expresando el amor fraterno, el servicio y la reconciliación. Posteriormente, finalizado el lavatorio, se ofrece al obispo (o celebrante principal) jabón y perfume para que se asee.
En esta Misa no se dice el Credo, siguiendo una antigua tradición (el momento que se conmemora aún no estaba el Credo establecido). Pensemos que el Credo que los católicos proclamamos se hizo por tradición, es decir, por la experiencia de las primeras comunidades cristianas, después de la resurrección de Jesús. Así se entiende mejor por qué no se profesa la fe públicamente este día, no por una omisión sino como signo de respeto a la tradición antigua que no tenía prevista esta particular profesión de fe cuando se instauró el Jueves Santo.
Continúa la Misa normalmente hasta la oración de después de la comunión. Los ritos finales de despedida se omiten, sustituyéndolos por la procesión de traslado del Santísimo hasta el monumento eucarístico. Mientras se canta el Pange lingua, el obispo, con el humeral, traslada al Santísimo en una procesión solemne con cirios e incienso. Al llegar al lugar de la reserva el obispo inciensa al Santísimo de rodillas, cerrando posteriormente el sagrario. Tras un breve tiempo de adoración en silencio y tras hacer genuflexión los ministros se dirigen a la sacristía, omitiéndose la despedida. La asamblea se dispersa sin ninguna clase de despedida litúrgica. Esto significa que quedamos en espera para participar de la más importante celebración del año Litúrgico: la Vigilia Pascual.
En ese momento se despoja al altar de los manteles y se queda vacío, quitándose o velándose si es posible las cruces. Este gesto, de quitar el mantel que cubre el altar, hasta la Vigilia Pascual , es un signo que mantiene una antiquísima tradición que tenía previsto este gesto final en cada celebración y que luego se conservó únicamente en el Triduo Pascual. Mientras de despojaba solemnemente el altar se recitaba el salmo 21, que dice: “se reparten mi ropa, echan a suerte a mi túnica”.
También se prohíbe encender velas ante las imágenes de la Virgen María y de los santos. Esta prohibición por parte de la Iglesia se inicia el Jueves santo, hasta la Vigilia Pascual. Lo verdaderamente importante para el cristiano es descubrir la luz del misterio eucarístico.
La Iglesia recomienda que los fieles dediquemos algún tiempo a rezar y a adorar al Santísimo. La tradicional costumbre de visitar los monumentos y sagrarios parece actualmente minoritaria y es preciso recuperarla. Los monumentos se adornan, con flores, cirios y frutos de las cosechas. Los monumentos se hacen en todas las capillas con el objetivo también de guardar las hostias sagradas para la comunión en el Viernes Santo y la de los enfermos.
No toda la religiosidad de estos días puede limitarse a ver procesiones. También debemos participar en los Oficios y visitar al Señor, que nos espera en el sagrario.