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25.7.10

REQUISITOS PARA CELEBRAR EL BAUTISMO II

Vamos en esta segunda entrega a ver los requisitos que precisa el sacramento del Bautismo.
En primer lugar decir que el agua del Bautismo debe ser agua natural y limpia, para manifestar la verdad del signo y hasta por razones de higiene. Según las necesidades locales, existe la opción de calentar el agua.
La fuente bautismal o el recipiente en que se prepara el agua cuando, en algunos casos, se celebra el sacramento en el presbiterio debe distinguirse por su limpieza y estética.
A no ser en caso de necesidad, el sacerdote o diácono no deben bautizar sino con agua bendecida expresamente para tal fin, o sea, que hay que bendecir el agua en ese momento y no utilizar agua ya bendecida. Se exceptúa al agua bendecida en la Vigilia Pascual, que debe conservarse en lo posible durante todo el Tiempo pascual y emplearse en los bautismos que se celebren en ese tiempo. Sirve este gesto para afirmar con más claridad la conexión de este sacramento con el Misterio Pascual. Pero, fuera del tiempo pascual, se bendice el agua en cada una de las celebraciones.
Si el bautisterio está construido de manera que sea una fuente de agua viva, se bendecirá la corriente de agua.
Tanto el rito de la inmersión –que es más apto para significar la Muerte y Resurrección de Cristo– como la de la infusión (el más común y consistente en echar agua en la cabeza del niño) pueden utilizarse con todo derecho. Ambos son igualmente legítimos.
Las palabras con las cuales se confiere el Bautismo en la Iglesia latina son: «Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». No pueden usarse otras.
Una vez concluido el tiempo de Pascua, el cirio pascual se colocará dignamente en el bautisterio y durante la celebración del Bautismo deberá estar encendido, para que se puedan encender en él los cirios de los bautizados. Todos los niños nacidos recientemente serán bautizados, a ser posible, en común en el mismo día. Así pues se desaconsejan los bautismos individuales. De igual modo, salvo causa justa, no puede celebrarse el Bautismo dos veces el mismo día y en la misma iglesia.
Debe disponerse dentro de la iglesia un lugar adecuado para la celebración de la Liturgia de la Palabra, bien en el bautisterio, bien en otro lugar del templo.
De igual manera, el bautisterio –es decir, el lugar donde brota la fuente bautismal o, simplemente, donde está colocada la pila– debe estar reservado al sacramento del Bautismo y ser verdaderamente digno, de manera que aparezca con claridad que allí los cristianos renacen a la vida y al Espíritu Santo.
Los párrocos deben anotar sin excusa ni demora en el libro dedicado al efecto los nombres de los bautizados, día del bautizo, ministro que lo bautizó y nombres de padres y padrinos.
En definitiva, la celebración del sacramento siempre debe tener un sentido pascual.

15.7.10

EL BAUTISMO I

En una serie de artículos vamos a abordar los diferentes aspectos del sacramento del Bautismo.
El Catecismo de la Iglesia Católica en su número 1213 define así al Bautismo: "Es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu y la puerta de acceso a los otros Sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y hechos partícipes de su misión”.
El Bautismo es uno de los tres sacramentos que se conocen por el nombre de iniciación cristiana (Eucaristía y Confirmación son los otros dos).
El Bautismo de niños es práctica antigua dentro de la Iglesia, que se realiza por el bien y salvación del niño, para no privarle de sus beneficios. El argumento en contra del Bautismo de los niños (que no pueden decidir por sí mismos) se rebate facilmente: los padres le procuran un bien, al igual que le vacunan aunque al niño no le guste el pinchazo.
Antes de proceder al Bautismo hay que tener en cuenta la salud de la madre, para que esté presente y pueda participar, además de que haya un espacio de tiempo suficiente para que los padres reciban la debida catequesis sobre el importante sacramento que ellos, en nombre de su hijo, van a pedir a la Iglesia.
Las normas litúrgicas actuales recomiendan el Bautismo de los niños “dentro de las primeras semanas” de su nacimiento. Si hay peligro de muerte se procederá al Bautismo “sin demora”.
Los padre deben poner en conocimiento del párroco el nacimiento para que éste prevenga con la suficiente antelación todo lo referente al sacramento.
El lugar idóneo para la celebración es la parroquia, que deberá tener fuente bautismal como signo de que el Bautismo es sacramento de fe de la Iglesia y de incorporación al pueblo de Dios. Con permiso del obispo, también puede haber fuente bautismal en otro templo dentro de la jurisdicción parroquial. No debe celebrarse el Bautismo en casas particulares ni hospitales salvp causa grave.
Los ministros del sacramento son los obispos, presbíteros y diáconos. No habiendo ministro ordenado, y en caso inminente de muerte, cualquier fiel puede conferirlo, incluso si no es bautizado, con tal que tenga esa intención.
Se recomienda que el Bautismo tenga lugar en domingo –o su víspera– y durante la Vigilia pascual. El obispo debe bautizar especialmente en la Vigilia pascual y tiene encomendado el Bautismo de los adultos.
Los efectos que produce el Bautismo son: perdona el pecado original, y cualquier otro pecado. Además se nos dan las tres divinas personas junto con la gracia santificante. Imprime en el alma el carácter sacramental que nos hace cristianos para siempre y fundamentalmente nos incorpora a la Iglesia.

1.7.10

EL MAESTRO DE CEREMONIAS

Se conoce por ese nombre a la persona (ministro ordenado o laico) que ejerce la función de organizar el desarrollo de las celebraciones litúrgicas.
La labor del Maestro de Ceremonias ha sido siempre de gran importancia en las celebraciones especiales o de especial complejidad. En la liturgia episcopal su ministerio está regulado en el Ceremonial de los Obispos. Así se dice expresamente que "para que la celebración, especialmente la que preside el Obispo, resplandezca por su decoro, simplicidad y orden, es necesario un maestro de ceremonias que la prepare y dirija en estrecha cooperación con el Obispo y los demás que tienen el oficio de organizar sus partes, sobre todo bajo el aspecto pastoral”.
El maestro de ceremonias debe ser verdaderamente perito en sagrada liturgia, su historia y su índole, sus leyes y preceptos. Pero, además, debe ser versado en pastoral, para que sepa cómo se han de ordenar las sagradas celebraciones, a fin de fomentar tanto la participación activa del pueblo, como para promover su belleza.
El maestro de ceremonias debe procurar que se observen las leyes de las sagradas celebraciones, según su espíritu verdadero y las legítimas tradiciones de la Iglesia particular, que sean de utilidad pastoral.
Debe coordinar oportunamente a los cantores, acólitos, lectores, ministros y celebrantes en aquellas cosas que deben hacer y decir y en qué momento deben hacerlo.
Importante en un maestro de ceremonias es la máxima discreción; no habla nada superfluo; no ocupa el lugar de los diáconos ni de los asistentes al lado del celebrante. Debe actuar con piedad, con paciencia y con diligencia.
Un buen maestro de ceremonias asegura el buen desarrollo de la acción litúrgica sin sobresaltos y da seguridad a todos los ministros que están en el presbiterio al saber que serán avisados en el momento preciso para realizar su función.
En el ejercicio de sus funciones, el maestro de ceremonias se reviste con alba, o sotana y sobrepelliz. Si es diácono, dentro de la celebración puede revestir la dalmática y las demás vestiduras de su orden. Si es canónigo (todas las catedrales tiene un canónigo encargado expresamente de ese papel) viste el hábito coral.
La liturgia papal, aunque se rige por otras leyes, se desenvuelve siempre con la ayuda del Maestro de Ceremonias Pontificio
Como curiosidad añadimos que en tiempos pretéritos y con el objeto de señalar el inicio del texto a leer por el celebrante o cantor, el maestro de ceremonias usaba en España el puntero. Era una especie de batuta, muy útil cuando las dimensiones del libro o la distancia entre el libro y el ceremoniero hacían difícil señalar con la mano, como solía acontecer con los grandes antifonarios corales y el canon pontifical. Así, el puntero se convirtió en la insignia por excelencia del maestro de ceremonias.
Finalizamos con un elogio a la magnífica escuela sevillana de liturgistas y sus cabezas visibles en la catedral, canónigos Ángel Gómez y Luis Rueda, siempre pendientes del buen desarrollo de los ritos y ceremonias.