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18.1.11

EL RITO DE LA PAZ EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

Con el rito de la paz, la Iglesia implora la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana, al mismo tiempo que los fieles expresan la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de recibir la comunión.
En este rito de la paz, el sacerdote pronuncia algunas oraciones, pidiendo la paz en el mundo entero. Este rito culmina con el saludo de la paz de todos quienes celebran el Santo Sacrificio de la Misa. El rito se inicia pidiendo al Señor que nos libre de pecado y nos dé la paz: “Líbranos, Señor, de todos los males y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”.
Inmediatamente, la asamblea proclama la gloria de Cristo, respondiendo: “Tuyo es el Reino, tuyo es el poder y la gloria por siempre, Señor”. En la siguiente oración, el sacerdote nos recuerda el mensaje de paz expresado por Jesús a sus apóstoles, además de pedir para la Iglesia unidad y Paz: “Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles ¨La paz os dejo, mi paz os doy¨ no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos”, a lo que todos juntos respondemos “Amén”.
Dios quiere que recibamos su paz: “La paz del Señor esté siempre con vosotros”, nosotros respondemos: “Y con tu espíritu”, pero sobre todo, desea que la compartamos con otras personas: “Daos fraternalmente la paz ”. Solamente esta última invitación a transmitir la paz puede decirla, también, el diácono.
Con las manos juntas y vuelto hacia el pueblo el celebrante (o el diácono) invita al pueblo a darse fraternalmente la paz, según la costumbre local . La invitación es una fórmula corta y no una pequeña homilía, si bien el celebrante (o el diácono) puede decir más palabras, inspirándose, tal vez, en las lecturas del día.
El gesto de la paz es signo de la fraternidad hecho por toda la asamblea. Debe llevar a trabajar por la paz y la unidad. Este saludo de la paz, en las misas de los días de semana, puede ser omitido por el sacerdote; no así el rito de la paz.
En el rito de la paz el celebrante no abandona el altar, así que el diácono y algunos ayudantes se dirigen a él para recibir la paz. El signo de la paz se lo dan entre sí los que están más cerca. Los ayudantes no deben deambular por el presbiterio ni van por la iglesia dando la paz a todo el mundo.
Unos a otros nos deseamos una vida llena del Señor y de su paz. La paz se debe dar únicamente a los que están a nuestro lado, aunque no los conozcamos, ya que esto significa desear la paz a todos los presentes en la misa. Esos barullos que, con la mejor de las intenciones, se montan a veces en este momento, incluso con salidas del banco que se ocupa para darle la paz a otros conocidos, sobran.
En el presbiterio, la forma tradicional romana de dar la paz es la siguiente: El que recibe la paz se inclina. Luego, el que da el signo pone sus manos en la parte superior de los brazos (cerca de los hombros) del otro; el que recibe la paz aprieta sus manos en los codos del otro. Cada uno inclina la cabeza hacia adelante, y ligeramente hacia su derecha, de modo que sus mejillas izquierdas casi se tocan. El que da la paz suele decir «La paz sea contigo», y el que la recibe contesta «Y con tu espíritu». Después, retroceden un poco y se inclinan el uno hacia el otro, con las manos juntas de la manera habitual.
Algunos liturgistas, con buenas razones, han pedido que el rito de la paz sea antes de la procesión de las ofrendas, según la práctica ambrosiana.
Por último aclarar que el rito de la paz y de saludarse no tiene sentido penitencial ni de pedir perdón a quien se saluda.

2.1.11

LO QUE NO PUEDE CAMBIARSE EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

Vamos en este artículo a recordar, ahora que comenzamos un nuevo año, algunas normas que la Instrucción “Redemtionis Sacramentum “ nos refiere, sobre cosas que se deben observar o evitar sobre la celebración eucarística.
Comenzamos con la Plegaria Eucarística diciendo que sólo se pueden utilizar las Plegarias Eucarísticas del Misal Romano o las aprobadas por la Sede Apostólica. Los sacerdotes no tienen el derecho de componer plegarias eucarísticas, cambiar el texto aprobado por la Iglesia, ni utilizar otros, compuestos por personas privadas.
Es un abuso hacer que algunas partes de la Plegaria Eucarística sean pronunciadas por el diácono, por un ministro laico, o bien por uno solo o por todos los fieles juntos. La Plegaria Eucarística debe ser pronunciada en su totalidad, y solamente, por el sacerdote y/o los concelebrantes, si los hay, en las partes que les corresponden.
El sacerdote no puede partir la hostia en el momento de la consagración.
En la Plegaria Eucarística no se puede omitir la mención del Sumo Pontífice y del Obispo diocesano.
En las otras partes de la misa recuerda que “los fieles tienen el derecho de tener una música sacra adecuada e idónea y que el altar, los paramentos y los paños sagrados, según las normas, resplandezcan por su dignidad, nobleza y limpieza”.
No se pueden cambiar los textos de la sagrada Liturgia. Así, no se pueden separar la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, ni celebrarlas en lugares y tiempos diversos. De igual manera las lecturas bíblicas debe seguir las normas litúrgicas. No está permitido omitir o sustituir, arbitrariamente, las lecturas bíblicas prescritas ni cambiar las lecturas y el salmo responsorial con otros textos no bíblicos, aunque sean de Padres de la Iglesia o teólogos muy reconocidos. En este aspecto, el abuso más frecuente se da en el salmo, a veces sustituido por otros versos.
La lectura evangélica se reserva al ministro ordenado. Un laico, aunque sea religioso, no debe proclamar la lectura evangélica en la celebración de la Misa.
La homilía nunca la hará un laico. Tampoco los seminaristas, estudiantes de teología, asistentes pastorales ni cualquier miembro de alguna asociación de laicos. La homilía debe iluminar desde Cristo los acontecimientos de la vida, sin vaciar el sentido auténtico y genuino de la Palabra de Dios, por ejemplo, tratando sólo de política o de temas profanos, o tomando como fuente ideas que provienen de movimientos pseudo-religiosos. La homilía no puede convertirse es un mitin ni en un momento para que el sacerdote emita sus puntos de vista sobre diversos temas: hay otros momentos y lugares para hacerlo, fuera de la misa.
No se puede admitir un “Credo” o Profesión de fe que no se encuentre en los libros litúrgicos debidamente aprobados.
Las ofrendas, además del pan y el vino, sí pueden comprender otros dones. Estos últimos se pondrán en un lugar oportuno, siempre fuera de la mesa eucarística.
La paz se debe dar antes de distribuir la sagrada comunión, y se recuerda que esta práctica no tiene un sentido de reconciliación ni de perdón de los pecados.
El gesto de la paz debe ser sobrio y se dé solo a los más cercanos. El sacerdote puede dar la paz a los ministros, permaneciendo en el presbiterio, para no alterar la celebración y, del mismo modo, si por una causa razonable desea dar la paz a algunos fieles. El gesto de paz lo establece la Conferencia de Obispos, con el reconocimiento de la Sede Apostólica, “según la idiosincrasia y las costumbres de los pueblos”.
La fracción del pan eucarístico la realiza solamente el sacerdote celebrante, ayudado, si es el caso, por el diácono o por un concelebrante, pero no por un laico. Ésta comienza después de dar la paz, mientras se dice el “Cordero de Dios”.
Es preferible que las instrucciones o testimonios expuestos por un laico se hagan fuera de la celebración de la Misa. Su sentido no debe confundirse con la homilía, ni suprimirla.