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1.6.12

LA MISA ESTACIONAL DEL OBISPO. LITURGIA DE LA PALABRA

En esta segunda entrega dedicada a la Misa Estacional del obispo vamos a abordar la Liturgia de la Palabra.
Después de terminada la oración colecta, el lector va al ambón y lee la primera lectura, la cual todos escuchan sentados. Al final canta o dice Palabra de Dios y todos responden con la aclamación. El obispo tiene la mitra puesta en las lecturas no evangélicas. Después el lector se retira. Todos en silencio meditan brevemente la lectura escuchada. Luego, el salmista o cantor, o el mismo lector, canta o lee el salmo, según uno de los modos previstos. Otro lector desde el ambón hace la segunda lectura, como se dijo antes, estando todos sentados y escuchando. Sigue el Aleluya u otro canto, según las exigencias del tiempo litúrgico. Al iniciarse el Aleluya todos se ponen de pie, menos el obispo.
Se acerca el turiferario y uno de los diáconos le presenta la naveta. El obispo pone incienso y lo bendice sin decir nada. El diácono que va a proclamar el Evangelio, se inclina profundamente ante el obispo, pide la bendición en voz baja, diciendo: Padre, dame tu bendición. El obispo lo bendice, diciendo: El Señor esté en tu corazón. El diácono se signa con el signo de la cruz y responde: Amén. Entonces el obispo, dejada la mitra, se levanta. El diácono se acerca al altar y allí van también el turiferario con el incensario humeante, y los acólitos con los cirios encendidos. El diácono hace inclinación al altar y toma reverentemente el Evangeliario, y omitida la reverencia al altar, llevando solemnemente el libro, se dirige al ambón, precedido por el turiferario y los acólitos con cirios. En el ambón, el diácono, teniendo las manos juntas, saluda al pueblo. Al decir las palabras Lectura del santo Evangelio, signa el libro y luego se signa a sí mismo, en la frente, la boca y el pecho, lo cual hacen todos los demás. Entonces el obispo recibe el báculo. El diácono inciensa el libro y proclama el Evangelio, estando todos de pie y vueltos hacia el diácono, como de costumbre.
Terminado el Evangelio, el diácono lleva el libro al obispo para que lo bese. Este dice en secreto: Por la lectura de este Evangelio; o también el mismo diácono besa el Evangeliario, diciendo en secreto la misma fórmula. Por último, el diácono y los ministros regresan a sus sitios. El Evangeliario se lleva a la credencia u otro lugar apropiado. Luego, estando todos sentados, el obispo, con mitra y báculo, si lo considera oportuno, y sentado en la cátedra, hace la homilía, a no ser que haya otro lugar más adecuado para ser visto y oído cómodamente por todos. Terminada la homilía, se puede tener algún momento de silencio. Después de la homilía, a no ser que en este momento se celebre algún rito sacramental o consecratorio o de bendición, según las normas del Pontifical o del Ritual Romano, el obispo deja la mitra y el báculo, se levanta y, todos de pie, se canta o se reza el Credo, según las rúbricas. A las palabras y por obra del Espíritu Santo se encarnó ... todos se inclinan, pero en las solemnidades de la Anunciación y de Navidad, todos se arrodillan. Terminado el Credo, el obispo de pie en la cátedra, con las manos juntas, invita con la monición a los fieles a participar en la oración universal. Después uno de los diáconos o el cantor o lector u otro, desde el ambón o desde otro lugar apropiado, dice las intenciones, y el pueblo participa según le corresponde. Por último el obispo, con las manos extendidas, concluye las preces con la oración.

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