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28.5.14

NOTAS SOBRE EL CULTO A LA VIRGEN

En este mes de mayo, mes que la devoción popular dedica a la Virgen María, vamos a dar unas pinceladas sobre el sentido y el origen del culto a la Virgen.
En primer lugar habría que decir que el culto a la Virgen es específico de nuestra fe católica, de las Iglesias orientales y de la Iglesia Ortodoxa, ya que otros hermanos cristianos no le rinden culto, aunque sí respetan su figura. Los católicos le tributamos culto, llamado de hiperdulía, y la veneramos, dándole gran importancia.
La Virgen no es persona divina, sino humana, por lo cual se la venera en sumo grado, pero no se la adora. No es Ella quien redime, pero sí que es la intercesora más eficaz entre el hombre y Dios.
En los últimos tiempos la iglesia anglicana ha tenido un acercamiento a la figura de María y en un documento conjunto firmado por la ARCIC ─Comisión internacional anglicana-católica─ titulado María: gracia y esperanza en Cristo se aprecia un acercamiento significativo de los anglicanos a las posturas católicas sobre el papel de la Virgen María, a la cual consideran como el ejemplo humano más completo de la vida de gracia, así como reconocen que la práctica de pedir a María y a los santos que rueguen por nosotros no debe ser objeto de división de la comunión
Se puede afirmar que es a raíz de la proclamación del dogma de la maternidad divina de María, en el Concilio de Éfeso del año 431, cuando el culto a la Virgen se desarrolla de manera clara, aunque hay autores que remontan el culto mariano al siglo I, culto que, en cualquier caso ya se manifiesta en Roma en el siglo II.
El Concilio de Éfeso proclamó a María no solo como Madre de Cristo sino como Madre de Dios, gracias entre otros a san Cirilo que defendió el dogma en contra de la opinión de Nestorio.  Así, María no es solo Madre de Jesús sino Theotokos, en latín Dei Genitrix, o sea, Madre de Dios. Este título de la Virgen como Madre de Dios fue el primero que la Iglesia reconoció y del cual deriva su culto.         
Hoy, la Iglesia lo celebra como solemnidad el uno de enero de cada año.
Pero el culto a la Virgen es anterior a ese Concilio, como lo demuestra la antífona mariana  Sub tuum praesídium ­–Bajo tu amparo­−, fechada sobre el año 250. Es una prueba definitiva que evidencia que el pueblo y la liturgia ya le daba el título de Madre de Dios –Theotokos– al Concilio de Éfeso de 431. Evidentemente, este descubrimiento descolocó sobremanera a los teólogos protestantes, que consideraban el culto a María como una invención tardía de la Iglesia Católica. Esta oración, la más antigua de las oraciones marianas conocidas, dice así:
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen Gloriosa y Bendita
La presencia actual de María en la Liturgia católica ha quedado claramente definida fundamentalmente por dos documentos: por un lado por la Constitución promulgada por el Vaticano II sobre la Iglesia denominada Lumen Gentium, de 21 de noviembre de 1964, que dedica su capítulo VIII a la Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el Misterio de Cristo y de la Iglesia y por otro lado la Exhortación Apostólica Marialis Cultus para la recta ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen, dada por el papa Pablo VI en Roma, el 2 de febrero de 1974. Juan Pablo II también ha contribuido a enriquecer el culto mariano con su Encíclica Redemptoris Mater de 25 de marzo de 1987, y con las Misas de la Virgen María, que han completado esta presencia de María en la Liturgia católica, dejando el culto a la Virgen claramente establecido y en su justo lugar. Estas misas están especialmente dirigidas para la memoria sabatina y para los santuarios marianos de la Cristiandad.
Terminamos con una cita de la Encíclica Redemptoris Mater, de 25 de marzo de 1987, sobre el papel de la Virgen María en la vida de la Iglesia:

Las imágenes de la Virgen tienen un lugar de honor en las iglesias y en las casas. María está representada o como trono de Dios, que lleva al Señor y lo entrega a los hombres ─Theotókos─, o como camino que lleva a Cristo y lo muestra ─Odigitria─, o bien como orante en actitud de intercesión y signo de la presencia divina en el camino de los fieles hasta el día del Señor ─Deisis─, o como protectora que extiende su manto sobre los pueblos ─Pokrov─, o como misericordiosa Virgen de la ternura ─Eleousa─. La Virgen es representada habitualmente con su Hijo, el niño Jesús, que lleva en brazos: es la relación con el Hijo la que glorifica a la Madre. A veces lo abraza con ternura ─Glykofilousa─); otras veces, hierática, parece absorta en la contemplación de aquel que es Señor de la historia (RS nº 33).

15.5.14

SOBRE LAS ADVOCACIONES MARIANAS

Ahora que estamos en el mes de mayo, mes que la devoción popular adjudica a la Virgen María, vamos a analizar en este artículo el sentido y origen de las innumerables advocaciones, algunas muy pintorescas, que recibe la Madre de Dios.
En primer lugar, comenzaremos diciendo que advocación significa forma de nombrar a una imagen, para diferenciarla de otras y para individualizarla con un atributo. Lógicamente, la Virgen María es solo una, siempre la misma, se la venere con la advocación que sea. No está de más recalcarlo, porque se lee a veces que en tal o cual acto participarán ocho vírgenes y cosas por el estilo. Lo correcto es hablar de ocho imágenes de la Virgen, al igual que se escribe que en tal Vía Crucis participarán doce Cristos, en vez de decir doce imágenes de Cristo.
También hemos de distinguir entre dogmas marianos, títulos y advocaciones.
Como dogmas marianos la Iglesia ha proclamado que María siempre se mantuvo Virgen, antes, durante y después del parto, que María es la Madre de Dios, que fue concebida sin pecado original y que ascendió a los cielos en cuerpo y alma. Litúrgicamente se celebran como solemnidades.
También es preciso saber que las leyendas y tradiciones sobre el origen de las distintas advocaciones no son dogma de fe, por lo cual se pueden creer o no.
Los títulos más frecuentemente usados por las hermandades son los de María Santísima o Nuestra Señora. Otros títulos menos frecuentes son: Nuestra Madre y Señora, Inmaculada o Purísima Concepción, Pura y Limpia, Santa María, Maravillas, Inmaculado Corazón, Santísima Virgen, Dulce Nombre, Divina Gracia y Madre de Dios, Inmaculada Milagrosa, Divina Enfermera y Madre de la Iglesia. 
En lo referente al origen de las mismas, la mayoría de las advocaciones las podemos clasificar en cinco apartados, a saber:
-         advocaciones que hacen referencia a un hecho curioso o milagroso: Virgen del Subterráneo, Virgen de la Luz, Hiniesta, Rocío, Montserrat, Nieves, Loreto, Aguas, etc. Son las más numerosas.
-         otras responden a las jaculatorias de las letanías, como los casos de Estrella, Auxiliadora, Salud, Refugio, Ángeles (reina de),  Consolación y Paz.
-         Otras advocaciones hacen referencia a su forma iconográfica o a algún detalle en representarlas: Virgen del Pajarito, Virgen de la Servilleta, Virgen del Coral, Virgen de las Rocas, Virgen de la Cinta, Virgen de las Lágrimas, etc.
-         Otras se refieren a apariciones marianas: Lourdes, Fátima, Guadalupe.
-         Finalmente, otras tiene un sentido más teológico o hacen referencia a aspectos de su vida terrenal: Dolores, Amargura, Rosario, Carmen, Merced, Angustia, Remedios, Presentación, Anunciación, Asunción, Socorro, Soledad, Candelaria, etc. Las imágenes que han sido coronadas canónicamente añaden a la advocación la palabra Coronada
También hemos de decir que las advocaciones se pueden clasificar en pasionales o letíficas, dicho más claramente, en advocaciones dolorosas relacionados con la Pasión de Jesús o de gloria.
Finalizamos con un bello canto, dedicado a María, hoy poco interpretado pero que la generación de los más veteranos la recordarán.

FLORES A MARIA 

Venid y vamos todos con flores a porfía, 
con flores a María, que Madre nuestra es 

De nuevo aquí nos tienes, purísima doncella, 
más que la luna, bella, postrados a tus pies. 

Venimos a ofrecerte las flores de este suelo, 
con cuánto amor y anhelo, Señora, tú lo ves. 


Por ellas te rogamos, si cándidas te placen, 
las que en la gloria nacen, en cambio, tú nos des.