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18.5.15

EL RITO DE LA BENDICIÓN Y ASPERSIÓN CON AGUA BENDITA

El rito de la bendición y posterior aspersión con agua bendita es un rito que, contrariamente a lo que algunos pueden pensar, puede realizarse en todas las misas dominicales, incluso en las misas celebradas en las últimas horas de los sábados por la tarde.  Y muy especialmente en los domingos del tiempo de Pascua. La OGMR lo indica claramente, en su número 51: Los domingos, sobre todo en el tiempo pascual, en lugar del acto penitencial acostumbrado, puede hacerse la bendición y aspersión del agua en memoria del bautismo. Así pues, ni es un rito excepcional ni está reservado para ocasiones muy solemnes.

La bendición y aspersión del agua se hace después del saludo inicial y ocupa el lugar y la función del acto penitencial del comienzo de la misa, al que sustituye, en memoria del bautismo. Dado que el bautismo es el sacramento por el cual somos introducidos en el Misterio Pascual de Cristo se considera al domingo, día pascual por excelencia, como el día más adecuado para realizar ese rito.
El agua bendita no es algo mágico. La bendición con el agua bendita es un sacramental. Los sacramentales están en función de los sacramentos. Nos disponen a recibir la gracia de éstos. El ser rociado con agua bendita es signo de que quiero recordar y renovar mi bautismo. El día de nuestro bautismo, el agua  del sacramento nos lavó y purificó de todo pecado, quedando  totalmente limpios. Así pues, si estamos en pecado leve o venial,  el agua bendita acompañada de un arrepentimiento sincero perdona nuestras faltas leves y, al mismo tiempo, nos invita a acudir al sacramento de la reconciliación si tenemos pecados graves.
El rito de la aspersión con agua bendita es un gesto que tiene muchos siglos y se realizaba al comienzo de las misas solemnes. Ahora se nos invita a hacerlo con mayor expresividad en todas las misas dominicales, siguiendo uno de los tres formularios que el Misal ofrece. La aspersión con agua bendita es un rito que puede ayudar a que la celebración consiga un mejor equilibrio entre palabras y gestos. Nos ayuda también a que los ritos de entrada se orienten hacia la alabanza y la alegría.
Pero no se debe olvidar que se trata de un rito de apertura y nunca debe restar importancia a la celebración de la Palabra y a la participación en la Eucaristía.
El Misal propone tres formularios para el rito en su Apéndice III. Previamente hay que tener preparado en la credencia el acetre y el hisopo o ramas vegetales que lo sustituyan para la aspersión. En el rito, en primer lugar el sacerdote invita al pueblo a la plegaria y, posteriormente, pronuncia una de las fórmulas de la bendición que propone el Misal. Se puede añadir al agua un puñado de sal, donde las costumbres locales lo aconsejen, bendiciéndola asimismo. A continuación, el sacerdote toma el hisopo y se rocía a sí mismo, a los ministros, clero y fieles. Si lo ve oportuno, puede recorrer la iglesia para la aspersión de los fieles. Mientras, se canta un canto apropiado, penitencial.
Este rito también se puede hacer cuando se celebran las Confirmaciones o en el aniversario de la Dedicación del Templo, ya que las mismas tienen una relación estrecha con nuestro ser bautismal.
En definitiva, este gesto nos sirve para simbolizar expresivamente lo que Cristo y su salvación son para nosotros; nos recuerda que todo queda incorporado al Señor de la Pascua, el Señor de la historia.

Sería recomendable que este rito se hiciese más a menudo, por la riqueza gestual que tiene, aunque en la práctica de las misas dominicales apenas es utilizado.