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27.11.15

LA SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO [1]

El pasado domingo 22 de noviembre de 2015, la Iglesia celebró la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, último domingo del Tiempo Ordinario.
Esta solemnidad fue instituida por Pío XI mediante la Encíclica Quas primas, publicada el 11 de diciembre de 1925, con el fin de afirmar en una sociedad, cada vez más secularizada, la soberanía de Cristo.
En la encíclica, el Papa fijaba la fiesta para el último domingo de octubre, con estas palabras: Por tanto, con nuestra autoridad apostólica, instituimos la fiesta de nuestro Señor Jesucristo Rey, y decretamos que se celebre en todas las partes de la tierra el último domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los Santos[2].
Sin embargo, desde la reforma litúrgica del Vaticano II, con la publicación del Motu Proprio que aprobaba la NUAL[3] y el Calendario, en 1969,  la solemnidad se trasladó al último domingo del Tiempo Ordinario, como colofón al Año Litúrgico.
Pero no sólo se cambió de fecha, sino que también se le dio un aire nuevo: del cierto carácter militar, de soberanía y victoria se ha pasado a celebrar un reino de paz y de amor, de un reinado en el corazón del hombre. Jesucristo ha venido a instaurar un reino de justicia, paz y santidad.
Y podemos preguntarnos ¿por qué la Iglesia instituyó esta solemnidad? El momento histórico en el que se creó fue dentro de un año jubilar y en el XVI Centenario del Concilio de Nicea. El Papa manda que Cristo Rey sea  honrado por todos los católicos del mundo, para poner un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos[4]. La institución de la fiesta tiene, pues, una finalidad pedagógica espiritual: ante el avance del ateísmo y de la secularización, el Papa  quería afirmar la soberana autoridad de Cristo sobre los hombres y sus instituciones.
Como respuesta a ese laicismo que ya comenzaba a ser llamativo, el Papa respondió con la afirmación de la supremacía de Cristo Rey. Cristo reina ahora y siempre. La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, sintetiza el misterio de la salvación. Cristo es el Rey del universo y de la historia. La fiesta invita a ver a Cristo como el centro de la vida cristiana y como Señor del mundo. Es, pues, una fiesta de hondo contenido teológico.
Y tuvo sus detractores, que la consideraban innecesaria, dado que la fiesta se celebraba ya, implícitamente, en Epifanía, Pascua y Ascensión, que son también fiestas de Cristo Rey.
Como adelantamos,  la fiesta, en la nueva liturgia renovada del Vaticano II ha sido reinterpretada, dándole un sentido más cósmico y escatológico, y se ha ampliado y enriquecido el sentido de rey, incluyendo todo el universo y cambiando el título original y oscuro ─Fiesta de Cristo Rey─ , alumbrando de este modo a toda la creación[5]. Es un Reino de misericordia para un mundo cada vez más inmisericorde, y de amor hacia todos los hombres por encima de ópticas particularistas. Es el Reino que merece la pena desear.
En los aspectos litúrgicos, el leccionario nos proporciona la teología bíblica de la solemnidad. Con el triple ciclo de lecturas dominicales ─ciclos  A, B o C─, nueve en total, se profundiza en el sentido de la realeza de Cristo.
Los Evangelios son muy apropiados: en el ciclo A se nos presenta a Cristo como pastor de la humanidad y juez de vivos y muertos[6]; en el ciclo B Jesús, ante Pilatos, afirma que su reino no es de este mundo[7]; en el ciclo C Jesús se nos muestra en la Cruz, con la inscripción de Rey de los Judíos[8].  
El color que la liturgia dispone para la solemnidad es el blanco.
La misa tiene antífonas y oraciones propias, incluido su prefacio, que se atribuye al papa Pío XI[9]. La oración colecta denota claramente el cambio de orientación en la fiesta: de pedir que todos los pueblos se sometan al suavísimo imperio del reino de Cristo, ahora se pide a Dios que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin[10].




[1] Artículo publicado en el Boletín de las Cofradías de Sevilla de noviembre de 2015.
[2] Quas Primas, 30.
[3] Normas Universales sobre el Año Litúrgico
[4] Quas Primas, 23.
[5] FLORES, Juan Javier, Las fiestas del Señor, Editorial San Pablo, Madrid 1994, Pág. 59.
[6] Mt 25, 31-46
[7] Jn 18, 33b-37
[8] Lc 23, 35-43
[9] Misal Romano, Pág. 403.
[10] Oración Colecta de la misa.

12.11.15

LOS SUFRAGIOS POR LOS DIFUNTOS


       Antes de comenzar habría que preguntarse ¿qué sentido                  tienen los sufragios que se ofrecen por los difuntos?
Nadie puede ser recibido en la amistad e intimidad de Dios si antes no se ha purificado de las consecuencias personales de todas sus culpas. Así, la Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos.
De aquí viene la piadosa costumbre de ofrecer sufragios por las almas de los difuntos, que son una súplica insistente a Dios para que tenga misericordia de ellos, los purifique con el fuego de su caridad y los introduzca en el Reino de la luz y de la vida.
Los sufragios más frecuentes son el ofrecimiento de Misas, pero también pueden consistir en oraciones, limosnas, obras de misericordia e indulgencias aplicadas en favor de las almas de los difuntos. Sufragios son, en lenguaje litúrgico, los actos piadosos que se realizan para ayudar a los difuntos.
La OGMR[1] trata, en sus apartados del 335 al 341 sobre la Misas de difuntos. Dice así: El sacrificio eucarístico de la Pascua de Cristo lo ofrece la Iglesia por los difuntos, a fin de que, por la intercomunión de todos los miembros de Cristo, lo que a unos consigue ayuda espiritual, a otros acarrea  el consuelo de la esperanza.
También hay que distinguir entre una Misa de difuntos en sentido estricto y en aplicar la Misa ordinaria del día por un difunto.
Las Misas de difuntos tienen sus formularios propios en el Misal y sus lecturas propias en el Leccionario VIII. El color de las vestiduras es el morado. No todos los días se pueden celebrar Misas de difuntos: el calendario litúrgico-pastoral pone cuando pueden o no pueden celebrarse, extremo que no vamos a dilucidar ahora por ser un poco engorroso.
También, el Misal aconseja que el sacerdote sea moderado en  preferir las Misas de difuntos, ya que cualquier Misa se ofrece de igual modo por los vivos y por lo difuntos, y en cualquier formulario de la Plegaria eucarística se contiene el recuerdo de los difuntos[2].
Entre las Misas de difuntos, la más importante es la Misa exequial, que se puede celebrar todos los días, excepto las solemnidades de precepto, el Jueves Santo, el Triduo pascual y los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua. Se entiende por Misa exequial ─del latín exsequi, exsequia que significa seguir, acompañar─ aquella en la que la comunidad cristiana acompaña a sus difuntos y los encomienda a la bondad de Dios. En sentido estricto sería aquella Misa en la que está presente el difunto recién fallecido o también la primera Misa ofrecida por él.
En esa Misa debe hacerse una pequeña homilía, excluyendo los elogios fúnebres. Si la Misa exequial está directamente unida con el rito de las exequias, una vez dicha la oración después de la sagrada Comunión, se omite todo el rito conclusivo y en su lugar se reza la última recomendación o despedida; este rito solamente se hace cuando está presente el cadáver. También la Misa del primer aniversario del fallecimiento tiene una especial consideración litúrgica.
Las otras Misas de difuntos, o Misas cotidianas, son en las que solamente se hace mención del difunto  en las oraciones.
El Misal exhorta a los fieles, sobre todo a los familiares del difunto, a que participen en el sacrificio eucarístico ofrecido por él, también acercándose a la Comunión. También han de tenerse en cuenta al ordenar y seleccionar las partes de la Misa de difun­tos, sobre todo la Misa exequial, los motivos pastorales respecto al difunto, a su familia, a los presentes.
Finaliza lo dispuesto sobre las Misas de difuntos exhortando a los sacerdotes a que pongan especial cuidado con aquellas personas que asisten a las celebra­ciones litúrgicas y oyen el Evangelio, personas que pueden no ser católicas o que son católicos que nunca o casi nunca participan en la Eucaristía, o que incluso pueden haber perdido la fe. Se recuerda a los sacer­dotes que son ministros del Evangelio de Cristo para todos.
Terminamos añadiendo que la llamada Misa de Réquiem ─palabra latina que significa descanso─, y que tantas composiciones musicales de calidad ha tenido a lo largo de la historia, no es ni más ni menos que la Misa de difuntos, que es la primera palabra del canto de entrada clásico en las Misas de difuntos  ─réquiem aeternam dona eis Domine ─dales, Señor, el descanso eterno─ y de ahí ha tomado ese nombre. 





[1] Ordenación General del Misal Romano
[2] OGMR 316