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29.2.16

EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE ENFERMOS

Comenzamos este artículo con una cita del Catecismo: «La Iglesia cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la Unción de los enfermos»[1].
Este sacramento, instituido como todos por Jesucristo, se conocía antes de la reforma del Vaticano II como «Extremaunción» y estaba dirigido a los que estaban a punto de morir. Actualmente, la «Unción de los enfermos» no se considera como un sacramento sólo para los moribundos sino que también se recomienda cuando el fiel empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez. Si la persona recupera la salud, puede volver a recibirlo en otra ocasión, por lo tanto es un sacramento que se puede recibir reiteradas veces. También se aconseja recibirlo antes de una operación quirúrgica grave y a los ancianos cuyas fuerzas se van debilitando, aunque no haya enfermedad grave.
El rito a seguir se describe en la Constitución Apostólica Sacram Unctionem Infirmorum   ─7 de diciembre de 1972─ , de Pablo VI, que estableció lo que sigue:
«El sacramento de la Unción de los enfermos se administra a los gravemente enfermos ungiéndolos en la frente y en las manos con aceite de oliva debidamente bendecido o, según las circunstancias, con otro aceite de plantas, y pronunciando una sola vez estas palabras: per istam sanctam unctionem et suam piissimam misericordiam adiuvet te Dominus gratia spiritus sancti ut a peccatis liberatum te salvet atque propitius allevet [2]». «Sin embargo, en caso de necesidad, es suficiente hacer una sola unción en la frente o, por razón de las particulares condiciones del enfermo, en otra parte más apropiada del cuerpo, pronunciando íntegramente la fórmula»[3].
No se debe confundir el oleo bendecido que se emplea en este sacramento con el santo crisma, que está consagrado y se utiliza en otros sacramentos. Ambos oleos son bendecidos o consagrados cada año por el obispo en la misa crismal. Tampoco se debe confundir este sacramento con el Viático, que es recibir la Eucaristía como ayuda en el momento del paso hacia el Padre.   
Los ministros de la Unción son el presbítero y el obispo exclusivamente. Es deber de los pastores instruir a los fieles sobre los beneficios de este sacramento y los fieles debemos animar a los enfermos a llamar al sacerdote para recibir este sacramento.
Como todos los sacramentos, la unción de los enfermos se celebra de forma litúrgica y comunitaria, que puede tener lugar en familia, en el hospital o en la iglesia, para un solo enfermo o para un grupo de enfermos. Es muy conveniente que se celebre dentro de la Eucaristía, memorial de la Pascua del Señor. Si las circunstancias lo permiten, la celebración del sacramento puede ir precedida del sacramento de la Penitencia y seguida del sacramento de la Eucaristía. En cuanto sacramento de la Pascua de Cristo, la Eucaristía debería ser siempre el último sacramento de la peregrinación terrenal, el «viático» para el paso a la vida eterna.
La Palabra y el Sacramento forman un todo inseparable. La Liturgia de la Palabra, precedida de un acto de penitencia, abre la celebración. La celebración del sacramento comprende principalmente estos elementos: «los presbíteros de la Iglesia imponen -en silencio- las manos a los enfermos; oran por los enfermos en la fe de la Iglesia; es la epíclesis propia de este sacramento; luego ungen al enfermo con óleo bendecido, si es posible, por el obispo»[4]. Estas acciones litúrgicas indican la gracia que este sacramento confiere a los enfermos.
Los efectos de la celebración de este sacramento son varios. En primer lugar, este sacramento es una gracia de consuelo, de paz y de ánimo para vencer las dificultades propias del estado de enfermedad grave o de la fragilidad de la vejez. Esta gracia es un don del Espíritu Santo. Además, esta asistencia del Señor por la fuerza de su Espíritu quiere conducir al enfermo a la curación del alma, pero también a la del cuerpo, si tal es la voluntad de Dios. Además, «si hubiera cometido pecados, le serán perdonados» (St 5,15; cf Cc. de Trento: DS 1717). Se entiende que perdona los pecados graves solamente en el caso de que el enfermo no pueda confesar sacramentalmente por estar inconsciente o por haber perdido la facultad de darse cuenta de las cosas, a condición de estar verdaderamente arrepentido. 
Por la gracia de este sacramento, el enfermo recibe la fuerza y el don de unirse más íntimamente a la Pasión de Cristo: en cierta manera es consagrado para dar fruto por su configuración con la Pasión redentora del Salvador. Es una gracias eclesial, ya que los  enfermos que reciben este sacramento se unen a la pasión y muerte de Cristo.
Finalmente, este sacramento es una preparación para el último transito.  Si el sacramento de la unción de los enfermos es concedido a todos los que sufren enfermedades y dolencias graves, lo es con mayor razón a los que están a punto de salir de esta vida. De esta manera, también se ha llamado a este sacramento como sacramentum exeuntium o sea, sacramento de los que parten. Es pues la última de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del Bautismo había sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos había fortalecido para el combate de esta vida. Esta última unción ofrece al término de nuestra vida terrena un sólido puente levadizo para entrar en la Casa del Padre defendiéndose en los últimos combates.



[1] Catecismo de la Iglesia católica 1511

[2] Por esta santa Unción, y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad).

[3] Constitución Apostólica Sacram Unctionem
[4] Catecismo de la Iglesia Católica 1519

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