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7.6.16

SOBRE LA FORMA DE NOMBRAR A LAS IMÁGENES

Siguiendo el aire de mi anterior artículo sobre el empleo de términos de manera inadecuada ahora toca escribir sobre la forma de nombrar a las imágenes.
En primer lugar habría que hacer la observación de que, con motivo de procesiones de las llamadas «magnas» organizadas por el Año de la Fe y que han tenido lugar en numerosas ciudades o por otros diversos motivos se han podido leer y escuchar frases del estilo de «hoy saldrán quince Cristos en tal ciudad» y que procesionarán siete Vírgenes y cosas por el estilo.  Lo correcto sería decir que ese día procesionarán quince imágenes de Cristo o siete imágenes de la Virgen o marianas. Es evidente que, aunque sepamos que sólo hay un Cristo y una sola Virgen, por la forma de expresarlo parece deducirse que hay muchos Cristos y muchas Vírgenes. Y puede haber personas a las que se les confunda.
A modo de anécdota relato la conversación oída recientemente en la cola de un autobús urbano  de mi ciudad. Hablando del Rocío, una señora le explicaba a otra que las vírgenes son siempre la misma, aunque se las llame de distintas formas (advocaciones). Bien, pensé, buena catequesis. Pero, a continuación, como remate teológico indiscutible le espetó: «Sólo se diferencian en que cada una hace un milagro diferente». Verídico. Por eso, toda catequesis es poca. 
Por otra parte, hace unos días, he podido leer en la despedida de un famoso capataz de cofradías sevillano recién cesado referirse al «moreno del Porvenir». De igual manera se oye hablar, en círculos cofrades de Sevilla, del «jorobado de Triana», del «Manué», de «los despojos»,  de la «Encarna», de la «Feíta» y similares. No me cabe la menor duda de que estos apelativos se dicen con la familiaridad que da el cariño y sin ánimo de faltar al respeto debido, pero deben evitarse, sobre todo en medios escritos o públicos.
No entran en esa categoría apelativos usados tradicionalmente por el pueblo como «Cachorro», «Señor de Sevilla», «la señorita de Triana»  o «Reina de las Marismas», perfectamente asumidos.
Los títulos de la mayoría de las imágenes de Cristo son o bien Santísimo Cristo o Nuestro Padre Jesús. En las imágenes marianas los títulos más empleados son los de María Santísima o Nuestra Señora, seguido de la advocación propia. No confundir título con advocación. Así, Nuestro Padre Jesús (título) del Gran Poder (advocación) o bien Santísimo Cristo (título) de la Sangre (advocación). Y para las imágenes marianas igual: María Santísima (título) de los Dolores y Misericordia (advocación) o Nuestra Señora (título) del Valle (advocación). Primero, el título; después, la advocación.
Otros títulos cristíferos que usan las cofradías, menos usuales, para referirse al Señor o a detalles de su Pasión son: Nuestro Señor Jesucristo, Santo Cristo, Santa Cruz, Santísima (Vera Cruz), Santo (Lignum Crucis), Santo (Sudario), Nuestro Señor, Santa Espina, Sagrado Corazón y Clavos de Jesús, Dulce Nombre (de Jesús), Santísimo Nombre (de Jesús), Santísimo Cristo y Nuestro Padre Jesús.
En lo referente a la Virgen el repertorio es más variado. Además de los ya citados de Nuestra Señora y María Santísima otros títulos menos frecuentes son: Nuestra Madre y Señora, Inmaculada Concepción y Pura y Limpia. Añadamos Santa María, Maravillas, Inmaculado Corazón, Santísima Virgen, Madre de Dios. Otras también marianas son  Inmaculada Milagrosa, Purísima Concepción , Madre de la Iglesia. Hay una hermandad que une los títulos más empleados, denominándola María Santísima Nuestra Señora –Quinta Angustia─.
Las imágenes que han sido coronadas canónicamente añaden a la advocación la palabra Coronada.
Terminamos recordando que a las imágenes se las venera por lo que representan, no por sí mismas ni por su valor estético o histórico.  Así, litúrgicamente hablando, la misma veneración se debe a una imagen recién bendecida que a otra que tenga cientos de años.
La muestra de respeto debido a las imágenes es una reverencia de cabeza, nunca genuflexión, que está reservada a Jesús Sacramentado como signo de adoración. La imagen más importante de todas es el Crucifijo.